Catarata de escándalos: La Feria

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Sr. LópezJ

oaquín se llamaba el abuelo de Elena, abuela de este menda (lado paterno, los de Autlán de la Grana, Jalisco). Nació en 1808 cuando México se llamaba Nueva España y Jalisco era el Reino de Nueva Galicia (que incluía Aguascalientes, Nayarit y Zacatecas).El señor nació con Virrey y murió tomando plácidamente el fresco sentado en el portal de su casa de rancho, en 1904, a los 96 añitos, con Porfirio Díaz atornillado a La Silla presidencial.

Así de joven es nuestro país.Bueno, pues contaba ella que su abuelo era un señor alto, bigotudo y recio, que “harta bala echó”, pues de joven se batió no pocas veces con chichimecas, entró gustoso a la Guerra de Reforma y a combatir invasores (yanquis y franceses). Viudo dos veces, tuvo “más hijos que pelos en los bigotes”, con sus tres esposas y el auxilio de otras damas.

Dueño de vastas tierras, a las mamás de sus hijos supernumerarios, daba tierras, aperos y lo que hiciera falta para salir de pobres ellos y ser más rico él, y a los críos, el apellido, que a todos registraba y bautizaba como hijos legítimos, lo que era posible porque el señor mandaba en la alcaldía y la parroquia, en su casa y la región.

Y decía la abuela, sonriente, que en cambio, su papá ya nomás mandaba en su casa y que su esposo, el abuelo Víctor, nomás opinaba y a veces ella le hacía caso: -Y míralo, tan contento –y lo señalaba con su mirar siempre alegre.Después de 31 años de régimen porfirista, que a trancas y barrancas dio a México orden, paz y algo parecido al progreso, Plutarco Elías Calles implantó el régimen de partido, pero a la mexicana, vacío de dogmas, como edición revisada de la dictadura de don Porfirio, seguido por su coagulación en el presidencialismo impulsado por Lázaro Cárdenas, sin ninguna intención democrática ni cuidar mucho las formas (impuso a tiro limpio a su sucesor, Ávila Camacho).

Ese presidencialismo cardenista, instaló en el país el partido único, corporativista, sin rigidez ideológica más allá de un nacionalismo folclórico y las fronteras cerradas a casi toda importación (para favorecer la creación y consolidación de la industria nacional).

A ese régimen llamábamos ‘el sistema’ que conocimos muchos que aún respiramos, pero ni Calles ni Cárdenas, dijeron que fuera para siempre; esos no decían tonterías.

El sistema daba el poder total a un solo hombre, con fecha de término inaplazable, pero sus beneficiarios no tenían caducidad y naturalmente deseaban que siguiera por siempre.

El régimen se fue debilitando por la dinámica social, los naturales desequilibrios e inconformidades, la influencia inercial de los hechos e ideas del extranjero, junto con la creciente necesidad del imperio del capital de contar con fuentes de insumos, mano de obra y consumidores, aparte de que nuestra clase política era cada vez más anémica por falta de competidores. Influyeron los sucesos del ’68, sí, pero poquito, no se crea todo lo que oye, pues ese “movimiento” realmente fue un incidente más de una larga historia de recias luchas obreras y campesinas a las que se agregaron los reclamos de una clase media más exigente.

Luego, por acumulación de errores y abusos, las finanzas nacionales se fueron al voladero en tiempos de López Portillo y no se pudo evitar abrir el país al juego económico del mundo del capital, cosa que hizo de la Madrid al firmar el protocolo de adhesión al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), el 24 de julio de 1986, con el apoyo entusiasta del empresariado y el grueso de la población sin entender de qué iba la cosa.

Lo del GATT coincidió con el desprestigio del presidencialismo puro y duro de antes, el de Calles y Cárdenas. Con Díaz Ordaz sufrió reveses; con Echeverría se cayó en la mofa por su mesianismo y verborrea; con López Portillo, en la frivolidad; con de la Madrid fue un chiste (y los sismos del 85 desnudaron al Presidente: no era todopoderoso); y eso, con un Estado cada vez con menos recursos qué repartir, con mayores demandas sin resolver… y apareció el duende que vio en el cambio de rumbo económico la oportunidad para restaurar el presidencialismo: Salinas de Gortari, genial y equivocado a partes iguales (soñó la política como lo que era: un aficionado a ella, un burócrata de altos vuelos ajeno a la dura política real).

Salinas hizo todo lo que el imperio del capital exigía: vendió todo lo que pudo de las industrias del Estado, reprivatizó la banca, creó una nueva clase financiera improvisada y voraz; y para su beneficio personal, montó un partido paralelo al PRI (Pronasol, que repartía millonadas a través de una estructura muy eficiente, a diferencia del aparato de los programas sociales de ahora, improvisados e ineficaces).

Salinas debilitó cuanto pudo al PRI y sus sectores (el de los trabajadores, CTM, desprestigiado a fuerza de contener los salarios; la CNOP, puramente testimonial ante las necesidades de los sectores medios; el campesino, la CNC, al modificar el artículo 27 constitucional, esfumando el ejido).

Por fin, al terminar su quinto año de gobierno, Salinas firmó el Tratado de Libre Comercio: su apoteosis; impuso a su candidato personalísimo, Colosio, y se alistó a quedarse con el país nomás para él: un callismo modernizado y con traje de marca.

Sí, qué fácil: le mataron al candidato, le mataron al secretario general del PRI (Ruiz Massieu), le estallaron una guerra (el EZLN); su sucesor desmontó de un plumazo Pronasol, reventaron la economía nacional, retirando masivamente capital, y de redentor de la patria quedó en paria.

Después del intermedio panista de 2000 al 2012, Peña Nieto pavimentó con su frívolo gobierno, el arribo de López Obrador quien, convencido de que él sí es el bueno, se imagina ya como el santo patrono de la patria, Presidente hoy con el cargo, y Presidente después, sin el cargo pero en olor de santidad. Pobre hombre, no se ha enterado: su futuro mejor es el olvido cuando por su modo de ejercer el poder, estalle a partir del 2025 una inevitable catarata de escándalos.

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