La finca del patrón: La Feria

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Sr. López

No sé en la casa usted, pero en el Centro de Adiestramiento en que fue domesticado este menda, estaba clarísimo que la única voz de mando era la del papá, sin discusiones. La cosa funcionaba así: él (el papá), anunciaba su disposición sobre lo que fuera; acto seguido, su esposa (la mamá), decía: -Ven tantito -y se iban a su recámara (del papá y la mamá). Los niños ya sabíamos que regresaría él (el papá), a decir el exacto opuesto a su previa orden: -Ya lo pensé bien… -solía decir. Pero él mandaba, eso sí.
No vaya usted a enojarse. Téngale paciencia a este menda. Ya verá que no ha sufrido contagio del chairovirus causante de la enfermedad infecciosa denominada por los científicos AMLO-CoV-2, cuya propagación, por cierto, se contuvo desde el año 2021. ¿Estamos?, bueno, va:
No tiene nada de particular que diputados y senadores, del partido en el poder, apoyen las iniciativas que el Presidente de la república somete al Poder Legislativo para su aprobación. Y no debería ser piedra de escándalo. Para eso se gana el poder, para ejercerlo.
Así sucede en los EUA, por ejemplo, los representantes (diputados) y senadores apoyan las iniciativas del Presidente si es de su partido. Igual en el Reino Unido, Alemania, Francia, España, etc., en cuyos parlamentos son épicas las discusiones de los legisladores en minoría con el partido en el poder que siempre apoya las mociones del Jefe de Gobierno. Nada nuevo bajo el sol.
En México, durante largas décadas del siglo pasado, siempre supimos que las cámaras de Diputados y Senadores, eran una extensión del despacho del Señor-Presidente; el Poder Legislativo daba risa, les decían ‘levanta-dedos’; era público que su función principal era dar visos de legalidad a las decisiones del Presidente de turno, aprobando cuanto les mandara, desde modificaciones a la Constitución y las leyes, su programa de gobierno, su lista de gastos y lo que decidiera sacar de la cartera de cada ciudadano (Ley de Ingresos se llama).
Cierto: durante 67 años del siglo XX, de 1930 a 1997, el Presidente de la república era el jefe del Poder Legislativo y de su partido, claro. Peeero… el Presidente escuchaba a los legisladores y no era nada raro que se modificaran las iniciativas antes de que se presentaran al Poder Legislativo. Caso paradigmático: el presupuesto de egresos: había verdaderas batallas campales (entre priistas), para añadirle a algunas partidas, disminuirle a otras, agregar programas y asignar recursos a los estados. Sin mencionar los encontronazos del Poder Ejecutivo con el sector obrero, representado por potentes centrales sindicales que cuando hacía falta, amenazaban con votar en bloque contra propuestas que fueran a contrapelo de los intereses de sus agremiados.
Sí le aprobaban todo al Presidente pero al Presidente llegaba el texto de las iniciativas que serían presentadas al Congreso, después de que sus secretarios de estado y sus asesores, junto con los legisladores de mayor experiencia, las revisaban, ajustaban y modificaban (y a veces, mejor las desechaban, créamelo).
El Presidente enviaba al Congreso la iniciativa como sí sería aprobada por diputados y senadores. En la jerga de esos tiempos eso se llamaba “planchar”. Las iniciativas llegaban “planchadas”, entre otras cosas, para evitar el papelazo de que no se aprobara algo al Presidente, que así conservaba su autoridad.
Y eso de arriba es exactamente, como funcionan los congresos y parlamentos de todos los países democráticos del planeta. Claro que se negocian los asuntos y se llevan al legislativo hasta que se tiene la seguridad de contar con votos suficientes para su aprobación. (No, en Rusia, China, Venezuela y similares, no, en esos países no hay democracia, son dictaduras y en las dictaduras se hace lo que ordena el dueño del poder… y del país).
En México, del año 1997 al 2000, el presidente Zedillo, hubo de andarse con cuidado, sabedor de que en la Cámara de Diputados no tenía esa mayoría absoluta del pasado (la ‘aplanadora’… ¡uy, qué tiempos aquellos!).
Luego don Fox la pasó fatal porque sabía de política lo que su texto servidor de gastronomía amazónica, y nunca supo cómo manejarse con un Congreso opositor (una vez no le dieron ni permiso de entrar a entregar su informe de gobierno, lo dejaron en la puerta como repartidor de pizzas, de pena ajena). Don Calderón, que sí es político, supo nadar en las procelosas aguas de un Congreso opositor y no lo hizo nada mal.
Cuando llegó el tal Peña Nieto, sabiendo que no tenía ni esperanzas de mangonear al Congreso, apenas siendo Presidente electo, mandó a los mejores elementos de su partido y al gargantón mayor de las negociaciones políticas con la izquierda (de iniciales José Murat), a negociar con los partidos opositores. Resultado, al día siguiente de asumir el cargo, el 2 de diciembre de 2012, el país se quedó con la boca abierta: se formalizó el “Pacto por México”, en el Castillo de Chapultepec, firmado por los principales líderes políticos del país, sus opositores: Jesús Zambrano, presidente nacional del PRD y Gustavo Madero, presidente nacional del PAN; junto con María Cristina Díaz, Presidenta del Comité Ejecutivo Nacional del PRI.
Y no fue una operación de compra-venta de voluntades, fue un serio acuerdo en bien del país, impulsando el crecimiento económico y el desarrollo social, con compromisos concretos sobre seguridad social universal; pensión para los adultos mayores de 65 años (¡sorpresa!); seguro de vida para jefas de familia; y muchas otras cosas, como las escuelas de tiempo completo o el programa nacional de becas, junto con un ramillete de reformas constitucionales, en el segundo día del gobierno, no en vísperas de su fin.

Y llegamos a este Presidente, cuya fina pericia política ante el Congreso se resume en seis palabras: “No le muevan ni una coma”… y no se la mueven.

Depende de cada quien cómo votar el 2 de junio, para seguir por el camino de la lealtad suicida o volver a ser ciudadanos, no la peonada de la finca del patrón.

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