Urge su ausencia: La Feria

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Sr. López

Era la misa de cuerpo presente del fétido tío Alfredo, que amargó la vida a cuantos tuvieron la desgracia de conocerlo. El sacerdote en su sermón habló de lo que se habla en esas solemnes ocasiones pero cuando dijo “nuestro hermano Alfredo ya goza de la Gloria del Señor”, se escuchó la firme voz de la tía Chela, su viuda: -¡Nomás eso nos faltaba! –y se salió seguida por sus hijos y toda la familia que había ido por cumplir.
Ignora este menda la razón por la que se enaltece a algunas personas por el simple hecho de haber pasado al definitivo estado de fiambres. Morir no limpia.
Por supuesto no es de buen gusto ventilar andanzas y pifias de un difunto estándar, pero los personajes públicos, por serlo, en vida y muerte están bajo el escrutinio del respetable (sin meterse en sus intimidades, eso no).
Es el caso de Salvador Allende, presidente de Chile del 3 de noviembre de 1970 al 11 de septiembre de 1973 -cuando se suicidó en pleno golpe de Estado-, del que ahora se habla como si hubiera sido un adalid de la democracia y modelo de comportamiento en el poder. No es cierto.
Se anticipa que no parece recomendable el golpe de Estado como método de transición en el poder y que el golpista Augusto Pinochet, fue lo que fue: una despiadada alimaña cuya dictadura asesinó, torturó y desapareció unas 40 mil personas, a pesar de lo cual las encuestas en Chile de junio de este 2023, revelan que el Pinochet tiene mejor evaluación positiva que Allende (27% el dictador; 23% el mártir), raro. Pero igual, dictaduras, no.
Y conviene aclarar que Allende no llegó al poder por votación popular. Sorpresa.
Allende sacó el 36.2% de votos y no obtuvo el diferencial que mandaba la Constitución; correspondió al Congreso la elección del Presidente. Allende logró el cargo gracias al partido Democracia Cristiana que lo apoyó a cambio de que firmara el Estatuto de Garantías Democráticas, compromiso de respeto a los derechos individuales que se incorporó a la Constitución de Chile. Luego San Allende se limpió el extremo inferior de su sistema digestivo con el Estatuto y reconoció haberlo firmado como “maniobra táctica” (Regis Debray, ‘La revolución chilena; conversaciones con Allende, 1971’).
Igual, Allende asumió el poder y ya sea por idealismo, ingenuidad, estupidez o maldad, inició reformas y acciones que dislocaron el estado de Derecho y la economía de su país en nombre de la transformación nacional que él llamaba la ‘vía pacífica al socialismo’: expropiaciones, invasiones y toma de empresas, sin indemnizaciones; decretos de salarios y precios (!), aparte de la salvajada de imprimir dinero sin respaldo, disparando la inflación que llegó a más del 600%. ¡Ah! y le pisó los callos al tío Sam, que ya sabe usted qué dejado es.
La situación era grave por donde se viera y el Congreso en su sesión del 22 de agosto de 1973 (tres semanas escasas antes del golpe), le reprochó en voz del diputado demócrata cristiano Claudio Orrego, “la grave situación porque -sic- atraviesa Chile y (se) tiene que hacer un enjuiciamiento global de ella (…) la situación de ilegalidad pasa por atropellos reiterados a las resoluciones del Congreso Nacional, por atropellos reiterados a las atribuciones del Poder Judicial, por atropellos reiterados a las facultades de la Contraloría General de la república, por atropellos reiterados a los derechos de los ciudadanos, a los medios de comunicación de los chilenos y hasta, en algunos casos, a la libertad de las personas (…)”. Grave la cosa.
En esa sesión del Congreso chileno, se aprobó por el 63.3% de los legisladores un Acuerdo de 15 artículos (diario oficial de allá del 25 de agosto), acusando al gobierno de Allende de violar las facultades y atribuciones del Poder Judicial, del Poder Legislativo y la Contraloría, aparte de 20 violaciones concretas a la Constitución y las leyes. En resumen: de violar el estado de Derecho. No se necesita un doctorado para entender que lo querían quitar de la presidencia, pero no tenían los dos tercios de votos en el Senado que preveía su Constitución.
Allende contestó con una carta abierta el 24 de agosto: “(…) tras la expresión ‘Estado de Derecho’ -sic- se esconde una situación que presupone una injusticia económica y social entre chilenos (…) Pretenden ignorar que el Estado de Derecho -sic- sólo se realiza plenamente en la medida que se superen las desigualdades de una sociedad capitalista”. ¡Ah caray!… el señorcito no tenía la menor idea de lo que es la ley o pensaba que a él no le fueran con ese cuento.
Así pensaban él y los suyos. El 1 de julio de 1972, su ministro de Justicia, Jorge Tapia Valdés, declaró: “La revolución se mantendrá dentro del Derecho mientras el Derecho no pretenda frenar la revolución”. Pensando así, actuaron así.
Otra muestra: un tal Oscar Waiss, director del diario oficial del gobierno, declaró: “Había llegado el momento de echar el fetichismo legalista por la borda (…) destituir al Contralor General de la república; de intervenir la Corte Suprema de Justicia y el Poder Judicial (…)”; (revista ‘Política Internacional’; Nº 600, Belgrado, abril de 1975).
Ya así todo, las fuerzas armadas y los Carabineros, a una, dieron el golpe de Estado bajo la mirada cariñosa del tío Sam que algo les ayudó (o mucho, da lo mismo).
Dos días después del golpe, ‘The Economist’, publicó en su editorial: “La muerte transitoria de la democracia en Chile será lamentable, pero la responsabilidad directa pertenece claramente al Dr. Allende y a aquellos de sus seguidores que constantemente atropellaron la Constitución”.
Y NO llama la atención que nuestro Presidente, Andrés Manuel López Obrador, este lunes 11 de septiembre, allá en Chile en la ceremonia de los 50 años del golpe de Estado, haya dicho: “El profundo respeto, cariño que tenemos por el presidente Salvador Allende que aún gobierna con su ejemplo. Es el apóstol de la democracia de Chile y un símbolo de la dignidad de los servidores públicos en todo el mundo”.
De verdad: urge su ausencia.

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