Potro mostrenco: La Feria

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Sr. López

A los dos meses de haberse casado, la prima Alicia regresó con sus papás (no ‘encargó’, menos mal). La cosa fue que su flamante marido, en plena la Luna de Miel, le dijo que no creía en la religión y que había aceptado la boda por la iglesia por darle gusto a ella; luego, a las pocas semanas, le dijo que era anarquista y no daba ningún valor al acta civil de matrimonio, ¡ah! y que tampoco creía en la monogamia. A su casa, rapidito. Luego se casó bien.
Por razones fáciles de comprender, se destaca la conducta y acciones de los gobernantes y funcionarios, en relación con el progreso de los países, y aparecen en los libros de historia. Sin embargo, vale la pena reflexionar en quiénes realmente construyen los países. Y como somos mexicanos pensemos en nuestro caso.
Sí ¿quién construyó México? Lo que es nuestro país resulta por un lado, de los empeños de los gobiernos que hemos tenido y por el otro, los de la sociedad. Ese resultado se obtiene (permítame el dislate) por una operación de aritmética social: lo positivo que se ha hecho y hace, menos lo negativo, arrojan lo que hoy es México.
México empezó a ser realmente un país funcional hasta principios de la década de los años 30 del siglo pasado; menos de un siglo, para la próxima vez que se le ocurra que somos una birria o compararnos con otras naciones con más de un milenio de edad.
Antes de 1930, desde la Independencia hasta fines de la Revolución, todo fue un rosario de tragedias, guerras civiles, golpes de Estado, invasiones extranjeras, pérdida de más de la mitad de su territorio, miseria, servidumbre, hambrunas, epidemias y una larga dictadura, la de Porfirio Díaz, que encontró su justificación (y hasta admiración aquí y en el mundo), por haber logrado lo que parecía imposible: pacificar al país (a cubetadas de sangre), y junto con ello, una primera industrialización, desarrollo de infraestructura, modernización (por primitiva que hoy nos parezca), y fomento a la educación, la cultura y las artes (no se le pase: él fundó el 26 de mayo de 1900 la Universidad Nacional de México, la hoy UNAM).
Como sea, el porfiriato descansaba en los lomos de masas de miserables y sucedió lo que sucedió: echaron del poder al dictador (que en Europa ya en el exilio, recibía trato de titán), y siguió una horrible guerra civil que duró casi 20 años, a la que lavamos un poco la cara llamándola Revolución Mexicana, siendo que fue un prolongado pleito entre generalotes, caciques y bandoleros.
Por fin, a sangre y fuego, los hombres del Norte terminaron con esa orgía de violencia ciega y dieron origen al régimen de partido con que se gobernó México durante el resto del siglo XX, con más buenos que malos resultados, a menos que no signifique nada haber más que duplicado la expectativa de vida de los 36 años de 1930 a los 76.7 años en el 2000 (dato de la Organización Mundial de la Salud; por cierto, en este sexenio ha descendido cuatro años la expectativa de vida); aparte de que durante ese priismo de todos tan odiado, la población creció de 16 millones 552 mil habitantes en 1930, a 98 millones 785 mil en el 2000, seis veces más población; en términos prácticos durante ese régimen poco o nada democrático, se construyeron seis Méxicos, con la gente viviendo más del doble. Ese es el verdadero milagro mexicano.
Y ahí es donde hay que matizar: ¿todo eso de bueno con sus no pocos errores, fue mérito exclusivo del gobierno?… no, los gobiernos no producen, no deben producir excepto en rubros estratégicos o en los que no hay inversionistas interesados, es la gente la que se talla el lomo y los empresarios los que invierten.
Los gobiernos facilitan las cosas en el mejor caso o cuando menos no estorban y así, los verdaderos factores productivos, los particulares, trabajan, producen y generan riqueza de la que deriva el progreso, no al revés: nunca en la historia del mundo ha habido un país en el que el gobierno dirija la economía, monopolice la producción y consiga generar desarrollo; todos los experimentos en ese sentido, URSS y China en particular o Cuba, derivaron en tragedias. Busque usted y rebusque cuanto quiera: todos los países comunistas y socialistas autocráticos, han tenido a su población en miseria y pérdida de libertades, que es la razón final para defender la libertad económica: de la riqueza en manos de la gente depende su libertad para todo.
México consiguió largos años un crecimiento anual del 7.5% del Producto Interno Bruto (PIB), por la meritoria conjunción de políticas públicas adecuadas y el empuje empresarial que es el que genera empleo bajo la vigilancia de las autoridades para asegurar condiciones de trabajo adecuadas, salarios justos, prestaciones y servicios. Después se sostuvo mucho tiempo un crecimiento el 2% anual del PIB, que parece poco pero al acumularse cada año, en un sexenio rebasa el 14% (14.86%); y no se le recuerda por ser rudeza innecesaria, que hoy, gracias a esta administración federal tenemos decrecimiento económico. Vamos para atrás.
En los países desarrollados y con sólida democracia, el gobierno cumple y hace cumplir las leyes (que es la ética gubernamental); cuida los factores internos y externos que puedan poner en riesgo la estructura nacional; establece los tratados y acuerdos internacionales que más convengan a los intereses de su ciudadanía y otras cosas.
Pero el gobierno NO es el papá ni el jefe de la gente, ni el custodio de la moral. Es al revés: los gobiernos están al servicio de la gente que los elige, los mantiene y les entrega el dinero necesario para que ejerzan sus funciones.
Cuando un gobierno asume el papel de predicador y propone ‘cartillas morales’ (que no cívicas), no tiene en orden la cabeza. Y cuando plantea con seriedad transformar al país, ajustando la Constitución y las leyes a su gusto, incluidas las que nos aseguran elecciones legales está avisando que no cree ni respeta lo que juró cumplir.
Pero no se alarme, no han podido otros de horca y cuchillo. México es potro mostrenco.

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