Niño héroe: La Feria

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Sr. López

De costa a costa y de frontera a frontera, la indignación embarga el ánimo tenochca y se observan claros síntomas del Síndrome BRC (Berrinche de Rechazo Colectivo), por imprudentes declaraciones de políticos yanquis y no, ¡a México se le respeta!, exigió nuestro Presidente.
El asunto es por la iniciativa de tres republicanos representantes (diputados), del Congreso de los EUA, que propone declarar como grupos terroristas a los narcos nacionales. Y eso desde la óptica presidencial, es intervencionista pues permitiría conforme a las leyes de ese país, mandar tropas a México a combatirlos… sí, eso piden esos representantes, y sí es intervencionismo si no es que algo peor: sería invadir militarmente a México. Nomás faltaba.
Pero no es tan petacona la potranca. La Casa Blanca ya aclaró que esa propuesta es un despropósito que no significaría ventaja adicional ninguna sobre los actuales acuerdos México-EUA, con los que se cuenta con los instrumentos suficientes para continuar la lucha contra la narco-industria mexicana. Sí, continuar, dijeron.
Aparte, lo que plantea el representante republicano, Dan Crenshaw, una de las tres caras visibles de esta iniciativa, no es que los EUA manden militares a nuestro país así nomás por sus pistolas, no, sino que México y los EUA, aliados, combatieran juntos y eso es muy distinto pues, por poner un ejemplo, cuando la Segunda Guerra Mundial, ningún país invadido por los nazis, consideró que los ejércitos aliados -formados por cientos de miles de militares de varios países-, los estaban invadiendo, violando su soberanía, cuando fueron a sumarse a sus esfuerzos para derrotar a Hitler. Se entiende.
Y ahí está el detalle: México no está invadido por nadie y México no está en guerra. Cuando hablamos de ‘guerra al narco’ es una analogía y ni siquiera eso, es una manera sintética de describir la cosa; es como decir que se ha declarado “la guerra contra el hambre”… y nadie en su sano juicio imagina bombardeos y tropas combatiendo a tiros el hambre. Se entiende.
Guerra es según el diccionario y el sentido común, el rompimiento de la paz entre dos o más potencias, la lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación. Y en México, el narco no está luchando contra el gobierno, el narco está luchando intestinamente entre las distintas bandas de delincuentes, y solo de vez en cuando, cuando les llega la lumbre a los aparejos, intercambian balazos con la policía o nuestras fuerzas armadas. Es bandolerismo, no grupos armados opuestos al gobierno.
Dicho lo cual, no estorba dejar en claro que efectivamente, en los EUA hay quienes sí creen posible y recomendable, invadir militarmente a México porque nos detestan y no nos respetan, pero a más de mover a ternura sus rudimentarios sistemas cerebrales de neuronas en caldillo de ‘catsup’, sería bueno recordarles cuando en 1916 se metieron a buscar al bandolero Pancho Villa (ban-do-le-ro), después de casi un año de andar asoleándose 10 mil tropas yanquis al mando de John J. Pershing, su más condecorado general (después de George Washington), se largaron del país sin Villa, con mil bajas y con su entripado. Por cierto, dicen que Villa dijo: “Ese Pershing vino como águila y se regresó como gallina mojada”, no ha de ser cierto pero acomoda.
Sin embargo tampoco se puede negar que durante muy largos años, el gobierno yanqui ha respetado al gobierno mexicano, largos años. Y también es cierto que no pocos de nuestros presidentes, por no decir que la mayoría, también han sido respetados allá. Tal vez aborreciéndonos, se han tragado su orgullo y no han tenido más remedio que respetar a nuestros representantes. Largos, largos años.
La razón de eso era, primero, que México cumplía a pie juntillas los acuerdos y leyes que normaban las relaciones entre ambos países y exigía lo mismo, con la autoridad que le daba hacerlo sin excusas. Ni siquiera la mal llamada expropiación petrolera de Cárdenas fue un acto unilateral arbitrario, no, fue el cumplimiento de un laudo de nuestra Suprema Corte contra empresas extranjeras que incumplían la Ley del Trabajo. Y se la tragaron (y se les indemnizó, claro).
Y segundo: los presidentes se daban a respetar. Con la pena, no es personal, pero no es posible hablar diario en público sin agenda y a bote pronto, sin meter la pata. La principal herramienta de un político es su palabra, no solo cumplirla sino evitar dislates e improvisaciones. Se habla después de meditar y consultar especialistas. Por eso los presidentes en público, hablan poco y el actual ha hablado más que Jesucristo, Mahoma y Lutero juntos. Solo siendo un genio no metería la pata como la mete.
Porque no se necesita ser gringo para levantar las cejas con escandalizada sorpresa si oye uno que el Presidente propone lo de “abrazos, no balazos”, si sostiene que “no se ha detenido a capos porque no es esa nuestra función”, si se disculpa con el Chapo Guzmán por llamarlo así (mañanera del 20 de octubre de 2020: “Se llegó a decir que El Chapo estaba entre… no me gusta decirle así, Guzmán Loera, ofrezco disculpa …”); si declara (15 de febrero de 2020): “Los delincuentes son seres humanos que merecen también nuestro respeto (…)”. Y aunque sea un gesto humano y gentil, un Presidente no se apea de su vehículo en plena carretera, en Badiraguato, Meca del narco en México, para ir a saludar de mano a la mamá del Chapo, diciendo: “Te saludo, no te bajes, no te bajes, ya recibí tu carta”. Imagine el festín de suspicacias, críticas y burlas que todo esto propicia entre los que de por sí, no nos tragan ni nos respetan.
Y, probando que no tiene idea de lo que es el Partido Republicano de los EUA, ayer los llamó “(…) partido intervencionista, inhumano, hipócrita y corrupto”; y los amagó con llamar a nuestros connacionales a no votar por ellos, lo que es injerencista y valida el injerencismo de los de allá.
Así, nuestro Presidente habla los suyos y se envuelve en la bandera, pero no le va a salir, ya no tiene edad para niño héroe.

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