«Kalimán»

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///CRÓNICA///

CIRO CASTILLO

EDG INFO

Su nombre es Gabriel Vázquez Santiago, pero todo mundo le conoce como “Kalimán”. De hecho, a él le gusta el apodo. Se le nota en la mirada cuando uno se lo pregunta.

El mote hace referencia a aquella famosa radionovela, en los tiempos de la televisión en blanco y negro, cuando la familia se reunía a oír la radio.

“Kalimán” es pescador en los ratos libres, cuando escasea el trabajo de albañil.

Es uno de esos personajes que abundan poco en estos tiempos de tecnología y redes sociales, cuando todo parece ir de prisa.

Él va lento. Disfruta cada anzuelo que lanza, cada “tarrayazo” que avienta sobre las aguas turbias del Río Grijalva, por la zona del “Puentón” que une a Tuxtla con Chiapa de Corzo, por donde hace unas semanas un tráiler cargado con papel higiénico se acostó sobre la carretera.

AL QUE MADRUGA…

Este sábado se levantó de madrugada. Antes del amanecer ya había pescado varias mojarras y “tempranito” vendió medio bote de esos de pintura de los grandes, cuenta su amigo, quien lo describe como un maestro de la pesca, como un hombre amable, alegre y “picarón” con las mujeres.

“Kalimán” tiene que lidiar con cada ola que dejan las lanchas que llevan turistas al famoso recorrido al interior del Cañón del Sumidero, donde los vecinos de esta joya de la naturaleza no pueden pescar porque está prohibido.

“Te quitan el cayuco” si te mira la autoridad, cuenta Gabriel Vázquez, cuya menuda lancha se tambalea, mientras él avienta la atarraya con gran destreza y mantiene el equilibrio como si fuera “alambrista” de circo.

Como conocedor de muchos de los secretos de por estos rumbos, dice que se pesca mejor de madrugada porque hay menos ruido y los peces se acercan a la orilla.

Cuando el Río Grijalva se pone cristalino es todavía “más chingón”. Usa su arpón y como si fuera alguna ave de agua dulce, puede seleccionar a sus presas.

“Kalimán” pesca por necesidad. Vende un poco y lo demás lo utiliza para medio comer, mientras espera que salga alguna chamba en la construcción.

Esta mañana se da tiempo para enseñar un poco de su experiencia: coloca un par de anzuelos con habilidad y desenmaraña una “línea” que se ha enredado, haciendo gala de paciencia.

Como no es egoísta regala un poco de su “carnada” favorita para pescar: unos trozos de salchicha.

Se avienta uno que otro clavado en las turbias aguas del Río Grande y se toma una pausa para beber un refresco.

EN EL FACE…

“Kalimán” agarra su celular y ríe un poco con algún video de los que abundan en las redes sociales.

Su amigo recuerda que hace no mucho tiempo, tuvo su momento de fama en el Facebook.

Un día desapareció una hora y fue reportado a las autoridades porque alguien le tomó una foto mientras descansaba en una playita río abajo.

Se había echado algunas frías y nadó hacia allá para aislarse un poco pero no estaba desaparecido, mucho menos que se hubiera tirado, como a alguien se le ocurrió decir.

POCA ROPA…

“Kalimán” es una de esas personas que te dan envidia. No necesita mucho para sonreír ni para vivir.

Esta mañana solo trae puesta una truza oscura que se confunde con su piel, tostada por el inclemente sol, pero ni se inmuta cuando un grupo de turistas toma el recorrido, vestidos como si fueran a viajar a la luna.

“Kalimán” dice que la pesca requiere un poco de aprendizaje, un poco de maña, pero también un poco de suerte. Un poco de esa suerte que él tiene porque vive la vida como en cámara lenta, como en cada movimiento de su remo que ha construido con una vara y la tapa de un bote de pintura de 20 litros.

“Kalimán” vende otro poco de su pesca: una carpa y tres mojarritas de río, de las comunes.

“Kalimán” se despide con un apretón de manos, se sube a su tambaleante lancha y sigue su camino, lento, muy lento.

Solo se escucha el chiflido de otro tarrayazo sobre el Río Grande, que muge, que golpea las paredes del Cañón…

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