Gatillazo: La Feria

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Sr. López

Regresó de su Luna de Miel la prima Alicia y su mamá, tía Licha, viéndola, supo que su niña regresaba como se había ido, intocada y virginal. La tía era una dama de pelo en pecho, viuda dos veces y separada tres, que con una pregunta muy directa obtuvo toda la información necesaria. La llevó, certificado médico en mano, con el cura párroco para anular en trámite previo y al fallido doncel le hizo fama de capón en todo Autlán. Luego le fue bien a su nena… tuvo siete hijos.
El futbol y la medicina no existen. Hay futbolistas y médicos, no un señor Futbol ni una señora Medicina. Al platicar usamos esos términos, el futbol, la medicina, y hablamos como si existieran, pero no existen, son la figura mental-verbal con que nos referimos a lo que hacen los futbolistas y los médicos, las reglas o prácticas a que están sujetos, las corporaciones que los organizan y rigen.
Así, podemos afirmar que el Estado no existe, lo que sí existe es el Estado entendido como Nación: un espacio geográfico delimitado (territorio), sus habitantes (gente), y los que gobiernan a esa gente en ese territorio. Pero usando la palabra Estado como sinónima de Gobierno, no existe; no hay por ahí un señor Gobierno, lo que hay es el grupo profesionales de la política y de la burocracia, que mandan sobre la gente de un territorio.
¿Importa semejante babosada?, sí. La idea de Estado como Gobierno, permite muchas cosas, entre otras, gobernar, dirigir, mandar, dominar a la población que ante la necesidad de vivir con orden, acepta tener una autoridad que la provea de seguridad pública y asegure el cumplimiento de la ley; por ello, admite que el gobierno (el grupo político que tiene el mando en un momento determinado), tenga el monopolio de la violencia (policías y fuerzas armadas), y de la exacción, el robo legal de parte del dinero de cada quien, los impuestos.
Así, el concepto abstracto de Estado, hace que la gente al pagar impuestos, tenga la idea de que le paga al Gobierno (¿a la nación?), aunque el dinero que entregamos va a manos del grupo de políticos que encabezan el Gobierno, que lo colectan a través de sofisticadas estructuras de contribuciones, impuestos, productos, derechos, aprovechamientos, etc., con entidades especializadas en cobrar, revisar y si hace falta, sancionar a los que intenten pagar menos de lo que se les ha ordenado sin pedirles opinión. Y todo lo colectado se entrega a la cabeza del Gobierno que dispone de toda esa masa de dinero mediante mecanismos de supuesta validación legal, concretados en los presupuestos nacionales. Pero el dinero de toda la población productiva queda a la voluntad y en manos de uno. Punto. Lo demás es música de viento.
Si la gente pensara al entregar parte de su dinero al Gobierno, al Estado, que se lo da al Presidente en funciones a través de su red de burócratas, habría muchos más dispuestos a correr el riego de evadir el pago. Por eso los faraones y reyes de la antigüedad, cobraban muchos menos impuestos que ahora; no había cuentos, los impuestos eran para el gran jefe macana mayor (rey se oye menos feo); y lo que cobraban andaban entre el 10% (el diezmo), y el 20%, como ordena la Biblia en el Génesis, versículo 24 del capítulo 47: “(…) cuando llegue la cosecha, dale una quinta parte al Faraón”; y los que no tenían con qué pagar, trabajan gratis para el señor unos días de la semana. En cambio ahora, el promedio de impuestos que se pagan en los países miembros de la OCDE, es del 34%; en Dinamarca (que está de moda), el 46%; en Francia el 45%… ahí piénsele.
Y a la hora de determinar los impuestos, los gobernantes hacen de todo, son muy creativos. Se ha cobrado por el número de ventanas de las casas, a los que usaran barbas (en la Rusia zarista), y se cobra actualmente por tener algún objeto, algo, por ejemplo, un coche, que esa es la “tenencia” que pagamos en nuestro risueño país sin rezongar. Y sin que ya nos llame la atención, nos han acostumbrado a que la propiedad privada realmente es del Gobierno y nos la renta, que eso es el impuesto predial.
Otra cosa sobre la que es interesante recapacitar, es en que cuando una persona paga sus impuestos, el que los cobra, el Estado, el Gobierno, no tiene obligación de entregar a cambio nada, no hay contraprestación obligatoria. A diferencia del merenguero que recibe la moneda y entrega el merengue, el Estado no, el Estado ejerce su “potestad tributaria”, otorgada a él por él mismo, y cobra con el compromiso, primero, de financiar el gasto público que incluye lo que cobran los políticos por hacer política y los gobernantes por hacernos el favor de gobernarnos, implantar políticas públicas para el desarrollo, la impartición de justicia, construir infraestructura pública, dar servicios de salud, educación, seguridad… ¡ah! y protección social (pensiones, becas, jubilaciones), que son los afamados programas sociales que sirven para validar la exacción y para que alguna gente bendiga a sus gobernantes, sin caer en cuenta que la existencia de los programas sociales ratifica el fracaso de las políticas públicas.
El actual gobierno de nuestro país ha respetado el marco macroeconómico manteniendo la política que dicen combatir, el neoliberalismo; y en el plano económico que toca a la gente de a pie, es un despelote, crece el número de pobres, no crece la economía y se desperdician cantidades siderales de dinero, dinero de todos, en proyectos resultado del capricho y condenados al descalabro, salvo uno, el Corredor Interoceánico del Istmo.
Junto con eso, la segunda función indelegable del gobierno, resultado de su monopolio de la violencia, la seguridad pública, es un rutilante fracaso, el país está nadando en sangre y en amplias regiones mandan las bandas de criminales.
Sin dramatizar: la expectativa de vida ha disminuido en este sexenio, cuatro años y se reactivó la emigración de mexicanos que ya ronda el medio millón anual. La gente muere o huye.
Pero eso sí, la oferta política es la continuidad. Gatillazo es gatillazo.

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