Embarazoso: La Feria

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SR. LÓPEZ

Tía Susanita era la tía perfecta: consentidora, apapachadora, cómplice y siempre de buenas. La queríamos todos, mucho. Por eso nos dio tanta pena verla sosteniendo una mentira insostenible porque es insostenible que un embarazo (de su hija chica, la de 15 años, solterísima; se reservan sus generales por aquello del debido proceso), sea un problema de gastritis (primera versión), gordura por hipotiroidismo (segunda versión, quinto mes de embarazo), y finalmente, un tumor qué (¡bendito sea Dios!), era benigno y le iban a quitar pronto, ya nomás esperaban fecha para hospitalizarla (noveno mes de embarazo). Tío Chuchosu marido, nomás alzaba las cejas; la hija embarazada, hacía seña con el índice en su sien de que su mamá estaba loquita. La familia, callaba. Y luego, con su hija chica, recuperada mágicamente su figura (la intervención quirúrgica ¡fue un éxito!), ver a ti Susana cargando amorosamente al bebito, sin comentar nada, nada, nunca, ese niño era transparente. Sí, nos daba mucha pena y en la familia se comentaba más la invencible capacidad de negar la realidad de tía Susanita que el embarazo de la prima “N”. Hay gente así.

El Presidente de la república y sus conferencias cotidianas de prensa, las llamadas “mañaneras”, llegaron para quedarse. Nada hará que nuestro Presidente las suspenda, es su estilo y va a seguir.

El propósito de tales conferencias diarias lo conoce él. Muy su asunto. Si son para rendir cuentas, está muy bien, por supuesto, pues es mejor que bueno, un Presidente que rinda cuentas, pero rendir cuentas diario no lo aguanta ni el Santo Padre, con un problema adicional: poco a poco, irán llegando a Palacio periodistas con preguntas que no tienen respuesta o que no deben responderse, aparte de que el Presidente se somete a cuestionamientos que el reportero puede preparar durante semanas y él, sobre la marcha, debe contestar. Es de verdad una proeza más difícil que ir a batear (le gusta el beis), siempre con cuenta llena, más difícil que un partido de futbol con puros tiros de penalti, los noventa minutos. El resultado que nadie desea obtenga nuestro Presidente por este su Via Crucis voluntario, es que caiga en contradicciones o se devalúe su palabra.

Lo sucedido el viernes pasado con el periodista Jorge Ramos fue incómodo, por decirlo caritativamente. El Presidente aferrado a una respuesta y el periodista contradiciéndolo con las cifras del propio gobierno en mano (sobre el número de fiambres nacionales en lo que va de esta administración); uno, el Presidente, repitiendo que el problema sigue pero se ha contenido y se va atenuando; y el otro, don Jorge, insistiendo en lo contrario. Da pena.

¿Mintió el Presidente?… no, pero queda claro que su equipo de trabajo más cercano, le proporciona información grata o permite que se le proporcione. Eso no se vale. Al que manda se le dice la verdad por dolorosa o vergonzosa que sea y el que manda ya verá que decide, qué dice o qué no dice, pero darle datos “dulcificados” es, por decir lo menos, desleal.

La fidelidad de los seguidores del Presidente no  se diluye por ese episodio ni ningún otro: tienen fe de conversos en él (¡y qué bueno!, porque hasta el momento eso ha contenido la molestia popular, o sea, la ira de unos cuantos millones de tenochcas simplex, nada más). Pero las palabras presidenciales, aparte de servir para comunicarse con la masa de los que constituimos el peladaje nacional, son muy importantes (y más importantes), por cómo las percibe e interpreta el poder grandote, ese misterioso muégano formado por el gran capital nacional y extranjero, los gobiernos de los países con los que tenemos relaciones más estrechas, la prensa extranjera y nacional (en ese orden), los líderes políticos (nacionales y extranjeros), los grandes líderes sindicales, los movimientos sociales organizados y los activistas más activos. Todo eso sumado es el poder grandote. Y es muy grandote.

Por eso es importante la estrategia de comunicación de nuestro Presidente. Por eso deberían aplicarse en serio sus cercanos. Lo que sigue es la masacre cotidiana de preguntas cada vez más incómodas o incontestables (porque hay asuntos que no se deben ventilar en este ni en cualquier gobierno del planeta).

Tal vez a esos que trabajan codo a codo con el Presidente, les serviría un antídoto a la natural soberbia del poder que padecen (y se les nota), y leerse con ánimo sereno el artículo publicado en “Letras Libres”: “Cinco errores de la comunicación gubernamental ante la crisis de desabasto de gasolina”, de Luis Antonio Espino (9 de enero de 2019), en el que recomienda, sucintamente lo siguiente (no es cita textual):

  1. No centrar su comunicación en justificarse (ya sabemos las que hicieron los que las hicieron, por eso él es Presidente); 2. Abandonar el tono de confrontación (ni prensa fifí, frufrú, tutti fruti ni conservadores… ¡ya!, no está en campaña); 3. Dejar de culpar a otros por cosas que son decisiones de él o su gabinete; 4. No negar la realidad, abstenerse de contradecir la percepción de la gente y hasta culparla de los problemas; 5. No interpretar todas las contradicciones y críticas, como un conflicto político contra él, el Presidente (ya se desgastó hasta quedar en hilachos, lo del complot de los conservadores… ¿cuáles?).

Comenta el señor Espino en su artículo que a la gente no le interesa tanto la explicación del origen de los problemas como su solución. Claro que es muy interesante y justo, exhibir a los causantes de los problemas que enfrenta esta administración, pero lo que la gente espera es ver resultados, reales, palpables.

Cada día que pasa, los asuntos nacionales son más responsabilidad de los actos de este gobierno que “culpa” de los anteriores. Cada día que pasa… y por cierto, mientras, su partido de él, Morena, se está fracturando.

Ojalá y recapacite, tiene experiencia sobrada. A nadie conviene un gobierno alejado de la realidad, necio en sostener su verdad, contra la más terca realidad, nomás negando lo embarazoso.

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