Un pasquín inmundo: La Feria

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Sr. López

Tío Lencho era rico, no de pueblo, muy rico. Siempre fuera, se le veía raras veces y casi nadie le conocía la voz. No era mudo, este menda lo oyó decir una vez, muy clarito: -Sí –porque le habían ofrecido un tequilita. Ya grande su texto servidor y largamente fallecido el tío, por la abuela Elena, la de Autlán de la Grana, Jalisco, se vino a enterar que en tiempos de la prohibición en los EUA, se dedicó al contrabando de licor y cuando se acabó ese negocio, siguió contrabandeando otras cosas que no dijo, pero sí aclaró: -No hablaba por desconfiado que era –no era tonto y se murió de viejo, en su cama.
En la Grecia de Pitágoras, Platón, Aristóteles y compañía, andaban buscando divinizar el silencio y le copiaron a los egipcios su dios niño, Horus, que se representaba con un dedo cruzando los labios. Lo llamaron Harpócrates, el dios del silencio, de la discreción. No eran tarugos. Los romanos se los copiaron. Tampoco eran tarugos.
Plutarco, allá por el siglo I d.C., enseñaba que al dios Harpócrates había que considerarlo como “el que rectifica y corrige las opiniones irreflexivas, imperfectas y parciales tan extendidas entre los hombres en lo que concierne a los dioses. Por eso y como símbolo de discreción y silencio, aplica ese dios el dedo sobre sus labios”
¡Ah!, el valor del silencio. Y el silencio, la discreción, son obligatorias y protegidas por la ley en la práctica de algunas profesiones, como la medicina, la abogacía, el periodismo y hasta el secreto de confesión de los sacerdotes. Si lo duda, léase la Ley Reglamentaria del artículo 5 constitucional, que en su artículo 36, reza: “Todo profesionista estará obligado a guardar estrictamente el secreto de los asuntos que se le confíen por sus clientes, salvo los informes que obligatoriamente establezcan las leyes respectivas”. Y también el artículo 210 del Código Penal Federal, que respecto de la revelación de secretos, prescribe de treinta a doscientas jornadas de trabajo en favor de la comunidad, al que “sin justa causa, con perjuicio de alguien y sin consentimiento del que pueda resultar perjudicado, revele algún secreto o comunicación reservada que conoce o ha recibido con motivo de su empleo, cargo o puesto”.
No cabe duda del inmenso valor del silencio, de la discreción y más aún en el ejercicio del oficio más importante de todos, la política. Cosa más rara porque la principal herramienta del político es la palabra lo que en estos tiempos de hipercomunicación, hace más importante aún la prudencia en el hablar de los políticos.
Si le interesa, busque por su cuenta el artículo de Antoni (así) Gutiérrez Rubí: ‘El valor del silencio en la comunicación política’. Dice cosas de sentido común muy bien dichas, como que “en política, el callar resulta estratégico y necesario (…) El que sabe callar, habla mejor”. Pues sí.
También enseña don Antoni que “La democracia necesita políticos radicalmente moderados para entender los problemas, interpretarlos y representarlos. En época de elecciones, entre tanto ruido y conflicto, la escucha se convierte en una necesidad imperiosa”. Y una cita más que viene al pelo:
“Los ciudadanos están esperando que sus representantes dediquen más tiempo a escucharlos y a entenderlos, que a confrontar de manera dura y agresiva con sus adversarios”.
¡Ah!, si el Presidente lo supiera. Si reflexionara el algo distinto a su popularidad y ganar elecciones. Si supiera contenerse. Si rindiera culto a Harpócrates o supiera que Confucio decía que el silencio es una seguridad que no traiciona.
Su incontinencia en el hablar, su hemorragia de palabras, su diarrea verbal, le causan problemas y se los causa a otros.
Ahora mismo, el prestigio de muchos años como jurista de Arturo Zaldívar, exministro y expresidente de la Suprema Corte, ha quedado en entredicho (por no decir, hecho añicos), y para siempre, porque nada se borra en estos tiempos de internet. El Presidente, colérico por una decisión judicial expuso sin prudencia alguna al Zaldívar como un ministro-presidente complaciente y diga lo que diga don Zaldívar, seguirán retumbando las afirmaciones del Presidente, sin que nadie sepamos qué tan ciertas son, ni qué tan falsas, pero lo dijo: el Zaldívar recibía línea. Qué atrocidad. Ahora ya sabe el tal Zaldívar cómo paga el Presidente la lealtad. Ahora ya quedó colgando de un hilo muy delgado el posible futuro de ese Zaldívar en el equipo de esa doña Claudita (si gana, claro). Ya ni modo.
Ahora mismo, también, mantiene una disputa que no puede ganar con un diario, el poderosísimo The New York Times, por dos reportajes que ha publicado sobre investigaciones de autoridades de los EUA sobre su posible financiamiento de parte de narcotraficantes, aclarando el mismo diario, que no hay ninguna prueba concluyente, que son averiguaciones cerradas y que solicitaron antes de las publicaciones, la respuesta o comentarios de él, del mencionado, del Presidente. No les hizo caso. Se los publicaron.
No puede ser motivo de alegría para nadie ni para los adversarios políticos de Presidente, que ande en estas. México es motivo de escándalo por la inseguridad pública, por la criminalidad, sí, pero el desprestigio de un Presidente salpica al país entero, así es la opinión pública, inclemente.
El New York Times (NYT), dijo el presidente, es un ‘pasquín inmundo” tal vez sin saber que tiene 172 años de existir (al él le quedan siete meses de poder), y que se le considera el periódico más importante del mundo (seguido por The Guardian y el Daily Mail, británicos; con el Wall Street Journal, en cuarto lugar y el Washington Post en quinto). Tiene casi 20 millones de suscriptores entre su edición impresa y digital. El NYT ha recibido 137 premios Pulitzer. Se imprime en 35 países y circula en 180 (sí, en 180 países).
El Presidente arregla estas cosas con la prensa mexicana, con presiones de su vocero, el Jesús Ramírez, ahogando a los medios financieramente y con descalificaciones. Lástima que eso no funciona con un pasquín inmundo.

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