Un millón de muertos: La Feria

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Sr. López

Tía Bertha, de las de Autlán, andaba por el 1.80 de estatura y ya cerca de los setenta de edad, por los 150 kilos. Era soprano y por las costumbres de ese entonces, no la dejaron seguir profesionalmente su carrera que ejercía cantando misas en la catedral de Guadalajara (se llenaba); aparte era pianista clásica y hablaba seis idiomas, decían. Sin embargo, dejando de lado sus prendas y virtudes, por un desgraciado evento intestinal que de jovencita sufrió en su boda, al pie del altar, que obligó a abreviar muchísimo la ceremonia del enlace, en la familia se le conocía como La Cag_na (usted ponga la ‘o’, donde crea que va). Dura es la vida.
En los libros de historia se abrevia la vida de los grandes personajes que la han marcado; por ejemplo, Julio César que tuvo una vida riquísima en eventos militares y políticos de la mayor trascendencia en tiempos de la Roma Clásica, alcanza apenas dos líneas:
“Julio César, célebre gobernante de la Antigüedad nacido el 100 a. C.; a punto de ser el primer emperador romano, fue asesinado en Roma el 44 a.C., por Bruto y Casio”.
Y ya. Nada. Dos renglones. Nada del Rubicón, de la Guerra de las Galias, de la conquista de Britania y Germania, ni mención a que fue abogado, escritor, historiador y un enorme orador. ¡Vaya!, ni siquiera algo de sus retozos con Cleopatra.
No es injusto o justo, es la brevedad a que obliga la extensión propia de los tratados de historia; y quien quiere saber más se busca una biografía de su personaje favorito.
Igual con nuestros próceres. “Benito Juárez (Guelatao, Oaxaca, 1806; Ciudad de México, 1872): jurista y político mexicano, conocido como Benemérito de las Américas, Presidente de 1858 hasta su muerte; figura clave en la Guerra de Reforma y Segunda Intervención Francesa”; suena insultante semejante resumen, pero así son las cosas. A Panchito Madero no le va mejor: “Francisco I. Madero (Parral, Coahuila, 1873; Ciudad de México, 1913); el Apóstol de la Democracia; empresario, escritor, filántropo y Presidente de México del 6 de noviembre de 1911 al 19 de febrero de 1913” (ni siquiera mencionan que fue asesinado, ¡caramba!). Y, último ejemplo, Lázaro Cárdenas: “Militar revolucionario, político y 51° presidente de México. Desempeñó la presidencia de 1934 a 1940” (¿y la ‘expropiación’ petrolera?). Lo dicho, a buscar sus biografías si hay interés.
Así se entiende el ejercicio de justicia histórica del Instituto Nacional de Antropología e Historia y la Secretaría de Educación Pública, que por propia iniciativa (!) presentaron el 13 de enero del año pasado, el libro ‘México. Grandeza y diversidad’, que dedica un capítulo a nuestro actual Presidente (Andrés Manuel López Obrador, no se distraiga). No son habladas, el texto está en la página de internet del gobierno federal.
El capítulo XX del libro se titula ‘Una nueva esperanza, el proceso de la elección presidencial del 2018’, en el que se resume la vida política del actual Presidente y los varios “fraudes electorales que sufrió”. Y así dicho, queda en la historia, fueron fraudes.
Se le describe como “el líder más destacado de las izquierdas y para muchos, como el futuro salvador de la nación”. Para muchos, no dice para todos, no se altere… pero “salvador de la nación”.
Describe el texto la celebración de miles de mexicanos cuando ganó las elecciones, con los siguientes moderados términos:
“Éxtasis societario, epifanía, trance… la celebración del triunfo deviene multitudinaria vivencia desnuda (…) no son tiempos normales sino excepcionales, tiempos en que en un presente perfecto se apelotonan el pasado y el futuro, lo que fue y lo que será, la memoria histórica (…)”.
Deje lo del “éxtasis” y el “presente perfecto”, vea solo lo de “epifanía”, que significa “manifestación o revelación”, y se asocia en este planeta con la Epifanía de Jesucristo que en realidad fueron tres, la de los Magos de Oriente cuando lo veneraron; cuando lo bautiza Juan en el Jordán y aparece el Espíritu Santo proclamando “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”, y la tercera, cuando Él mismo se reveló con su primer milagro, en las bodas de Caná (lo del agua y el vino). De ese calibre nuestro Presidente, de epifanía.
No es el primer político intentando registrarse a su gusto en la historia; pero son intentos fallidos porque los historiadores tienen la manía de revisar documentos, con la ventaja de que las andanzas del presidente López Obrador están profusamente registradas.
Habrá quien piense que la historia le hará justicia por su combate a la corrupción, pero abundante información desmentirá tal pregón; o que sus programas sociales le aseguran su lugar en la historia, pero no son sino extensión y ampliación de los existentes, contrastados con los que canceló; lo mismo si se sueña que sus magnas obras lo harán estatua: demolerán la efigie su costo sideral, su falta de planeación y su inutilidad real, con la excepción del Corredor Interoceánico-Istmo de Tehuantepec, si logra terminarlo a pesar del rotundo rechazo de las comunidades que afecta. No, sus obras no lo insertarán en el magno cuadro de la historia mexicana. La simple auto-denominación de Cuarta Transformación y la prédica de la “revolución de las conciencias”, tampoco.
El riesgo es que la maldecida maña de sintetizar junto con el invencible morbo por lo turbio, hagan que el resumen histórico de este periodo, se registre como el Sexenio de la Gran Matanza.
A septiembre de 2022 con datos oficiales, casi 800 mil muertes en exceso asociadas al Covid 19 (la cifra precisa del Inegi son 793 mil 625, con un manejo político de una crisis sanitaria y el Presidente declarando domada la pandemia varias veces); al 8 de marzo de este año casi 150 mil homicidios dolosos (148 mil 333 reporta la Secretaría de Seguridad). Vamos en casi 950 mil muertos sin sumar niños con cáncer, feminicidios, periodistas… y falta un año y siete meses de homicidios.
¡Cuidado!, este gobierno podrá resumirse en la historia como “el sexenio de un millón de muertos”.

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