Todos al carajo: La Feria

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Sr. López

Antes de los tiempos de lo políticamente correcto, en México, cuando algo era un despelote, decíamos que era una cena de negros. Perdido para siempre el uso aceptable de ese dislate por su tinte racista, propone este junta palabras en auxilio de la lengua española al uso en nuestro país, lo sustituyamos por cena de políticos o mejor, cena de grillos, que suena bien, es breve y todos entendemos.

Nuestra cena de grillos viene desde nuestro inicio como nación soberana. Recién independizados se instalaron en el país el desorden, los cuartelazos, las asonadas y el bandidaje, el país era una ruina.

La cosa no amainó hasta que llegó un señor que es un agridulce en nuestra historia, héroe grande y algo bellaco tal vez, Porfirio Díaz, quien conocía el sebo de su ganado y gobernó al país con el modelo virreinal, el que nos era natural: poder central absoluto e implacable, implacable para ordenar el país y lo ordenó, derramando sangre, pero acabó con el bandidaje, puso derechitos a los funcionarios del gobierno y ya con orden llamó a los que se etiquetó como los “científicos”, los que sabían, filósofos, educadores y economistas, y los dejó hacer lo que sabían… hubo progreso, mucho, aunque muy desigual, pero antes México era nada y Díaz lo puso en el mapa del mundo y el mundo respetó al país y a don Porfirio, que lo veían para arriba, considerándolo un mago, un prócer por mérito propio (un día averigüe cómo lo trataban en Europa ya siendo expresidente… da orgullo.

Luego de la revolución maderista que derrocó a Díaz, siguió la guerra civil, matazón-rebatiña de generalotes y bandidos, que con creatividad de cómico de carpa, llamamos Revolución Mexicana y la patria -dama de amplio criterio- parió el priismo como sistema de gobierno, otro agridulce al que difícilmente se le pueden regatear (con algo de rigor), sus no pocos muy grandes logros, pero con algo de honestidad intelectual, tampoco se pueden pasar por alto sus yerros, el principal: haber generado una epidemia de anemia en la clase política, que adoptó el amiguismo como método único de acceso al poder.

 Después pasó lo que pasó y partir del año 2000, el poder no tuvo dueño pero, ¡malhaya!, regresamos en 2018 a una reedición de nuestro siglo XIX: bandidaje general; concentración del poder en una persona; mediocridad e ineficacia en el ejercicio del poder; generalizado desorden administrativo gubernamental; corrupción institucionalizada (más de lo que se ve y más de lo que imagina el más mal pensado); militares insertados en la vida civil y como prueba final de nuestro retorno al pasado menos presentable, políticos olvidables, a menos que usted recuerde a Pedro Vélez, Melchor Múzquiz, Miguel Barragán o Valentín Canalizo, que fueron presidentes de México y ni sus familias los mencionan, digo, qué pena con las visitas.

Claro, en ese siglo XIX también hubo personajes que salvaron a México de quedar en la sección humorística de la historia universal, liberales y conservadores, que en ambos bandos hubo gente seria y patriota. Ahora, esperemos por el bien de todos que los que son de esos asuman la tarea de rescate nacional que ya debe iniciar para no desperdiciar el 2024 con una elección entre cínicos y arribistas cuya mejor credencial es ser serviles o un apellido. 

Esos que sí hay en un país de nuestro tamaño deben ponerse a trabajar sin importar su color partidario que esto se hace entre todos, de ninguna manera con la propuesta excluyente del pensamiento modelo chancla pata de gallo del “conmigo o contra mí”, que pretende erradicar todo pensamiento que no siga religiosamente el de una sola persona, el Presidente actual, que confunde convicción con terquedad y propuesta con dogma: un país no se hace con unos contra otros sino con unos y los otros, respetando todos la ley, empezando por quien sea que quede de Presidente, los que sean que integren el Congreso y los miembros del gabinete. Es con todos, ni que fuera tan difícil de entender que no se puede gobernar un país de 120 millones de habitantes, con criterio de cacique.

No vale la pena repetir el rosario de disparates de este sexenio. Sin cargar las tintas es un desfile de errores y atropellos inexcusables con la mentira como método. Los integrantes del gabinete presidencial han adoptado el papel de comparsas, no parecen saber que no son empleados ni  sino colaboradores del Ejecutivo, responsables ante la nación, y que si el Ejecutivo desprecia su criterio y consejo, se renuncia, punto. Y sin escandalitos que eso tampoco hace bien al país. 

La mención de la mentira como método no es una ingenuidad, todos los políticos mienten y a veces deben mentir, sí, pero no mienten por gusto, eso ya es enfermizo o peor: último recurso ante la imposibilidad de permitir que se sepa lo que realmente está pasando, que es cuando se recurre a las maniobras distractoras, ora médicos cubanos, ayer corrupción en fideicomisos, la venta de un avión como gesta heroica, volar en vuelos comerciales como expresión de santidad personal (aunque cueste un ojo de la cara el tiempo perdido del Ejecutivo y otro ojo el ir con toda su comitiva), viviendo eso sí, en un palacio, el Palacio Nacional, residencia de virreyes, pero se quería dar el gusto y se lo dio.

Ya vendrán tiempos en lo que todo esto sea pasado y se pueda evaluar con serenidad para ubicar a este Presidente y su gobierno en el lugar que les corresponda, muy probablemente entre Vélez y Canalizo, pero una cosa sí debe destacarse: este Presidente es el único en nuestra historia de dos siglos que insulta y no solamente con adjetivos muy floridos sino con altisonancias, que su explicación de lo que es mandar al carajo a alguien es falsa, es mentira, no es el nombre del canasto del vigía del palo mayor de un barco, eso se llama cofa y carajo es carajo, nombre vulgar del falo y expresión muy insultante que un Presidente debiera reservar a lo privado pues se arriesga a que un igualado de esos que nunca faltan lo mande allá mismo y nos vamos todos al carajo.

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