Tenochca con crayola: La Feria

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Sr. López

Eran dos las primas López Michel. La grande era normal, guapita. La chica era mejor que Sofía Loren, escandalosamente guapa. Así, la grande ni novio tenía y decía: -Ya que se case mi hermanita, veo –sabia, con cualquiera que se hubiera puesto de novia, viendo a su hermanita, la iba a abandonar. Sabia.
Hace muchos más años de los que es prudente confesar, este menda se incorporó al equipo de campaña de un señor que iba para Gobernador de su estado (claro). Eran tiempos del partidazo y el saliente y el entrante, eran del PRI, como eran las cosas entonces. Cuando su texto servidor conoció al aún tapado, se le fue el alma a los pies: era un tipo mal encarado y jetón, casi mudo que cuando hablaba estropajeaba las palabras que decía sin casi separar los dientes: un desastre.
Claro que iba a ganar los comicios, no había antes ni posibilidad en contrario, pero no es lo mismo hacer campaña con un buen candidato que cargando un bulto… hacen daño, dan penas y se acaba por llorar.
Llegó el día del inicio de campaña; el ya candidato ante una muchedumbre de varios miles (acarreados, pero-por-supuesto), tomó la palabra y sin leer nada… ¡sorpresa!, hablando ante la masa era un Demóstenes, tenía tal volumen y potencia de voz que no necesitaba el micrófono, enardecía a la gente, transmitía casi visiblemente una inmensa energía que electrizaba a la multitud. Lo interrumpieron muchas veces con estruendosos aplausos y ¡vivas! Y al final, lo vitorearon y casi lo sacan en hombros. ¡Qué tipo!
No vale decir que eran acarreados, claro que eran, ni modo que la gente gaste de su bolsillo para ir a oír a un señor que ni conocen. No vale en primer lugar, porque la raza es canija y tranquilamente silban, abuchean o simplemente se quedan impávidos ante un mal candidato o un orador anestésico… y se empiezan a ir del evento antes de que termine. Y en segundo lugar porque por más acarreados que sean, no están obligados a entusiasmarse, a aclamar, a llegar al paroxismo, al delirio.
Total, la campaña fue un paseo triunfal y el tipo arrasó en las urnas, los mapaches se quedaron con las ganas de ejercer sus oficios para la transmutación de boletas y actas de casillas. El día que se anunció su triunfo, en las calles del centro de la capital de ese estado, el ambiente era de fiesta, en serio.
A su texto servidor le asignaron la responsabilidad de llevar el registro exacto de todas las promesas que hiciera el candidato en toda la campaña. En esos tiempos ya para siempre idos, el PRI arrollador daba para todo, incluidos candidatos de medio pelo, pero tenía cuadros suficientes, bien formados que se forjaban en la feroz competencia sorda entre priistas y de eso salían políticos muy capaces. Total, el registro de promesas no llenó una cuartilla. Aparte de ‘revolución’, ‘partido’, ‘justicia social’, ‘eficacia’, ‘servicio público’ y algunas otras generalidades, el candidato no prometió nada, excepto una escuela en el pueblo del que era originario, promesa que le sacó una viejecita que fue su maestra de Primaria y delante de la gente, le dijo alto y claro: -Siempre fuiste de traer la música por dentro, pero conmigo te friegas -usó otro verbo que rima con tingas, y lo obligó a prometer la escuela, que se empezó a construir en plena campaña, le digo, eran otros tiempos. De ahí en fuera, cero promesas y cero compromisos, con nadie, incluido el Gobernador saliente, que se fue a vivir a la Ciudad de México, calladito.
A la semana de su toma de posesión, citó a todos los que había nombrado junto con sus administrativos. Les dijo que ya todos sabían lo que iban a ganar de sueldo (pasado de generoso), y que al que se robara un peso, le cortaba la mano, que quien quisiera hacer negocios, se lo dijera, renunciara y los hiciera.
Empezó a gobernar y enmudeció de nuevo. Si decía dos discursos al año, era mucho. Era impenetrable. Aparte de los acuerdos (brevísimos), que tenía con los de su gabinete, a los demás nos manejaba con la mirada. Todos desquitamos bien sudado y bien ganado, hasta el último centavo de los buenos sueldos que nos pagó.
Como suele suceder en el poder, el tiempo pasó volando y antes de decir ¡Jesús mío!, ya estábamos en el quinto año de gobierno. Segunda reunión general, otra vez con todos los del gabinete y sus administrativos. No acabamos de acomodarnos en los asientos cuando ya había terminado la junta. Solo dijo: -Se van preparando porque mi sucesor les va a revisar hasta la tapa de las muelas, no se confíen aunque ahorita diga que es amigo de todos, se van preparando –y cuando destapó a su sucesor hubo llanto y rechinar de dientes, era su peor enemigo (en secreto, pero lo sabíamos algunos). Pero no pasó anda, nos fuimos preparando.
Estas remembranzas que a nadie importan, vienen a cuento de la actual campaña por la presidencia de la república (aunque oficialmente sea precampaña, por enredos de nuestra laberíntica ley electoral, que a nadie engañan).
Doña Sheinbaum es el sueño más sabroso de cualquiera que le quiera competir, en este caso, doña Xóchitl. La señora es científica muy en serio y según dicen, de izquierda convencida y recalcitrante, pero en esas andanzas de una campaña por la presidencia de la república, se necesitan prendas de las que carece. Derrotarla en las urnas debería ser un día de campo, más fácil que ganarle al Cruz Azul (con respeto). Y va a ser una proeza ganarle.
El Presidente la eligió por la confianza que tiene en su lealtad a él (no a Morena, ni a la ‘transformación’, a él); y el Presidente que de elecciones algo sabe, no confía en el arrastre de la señora, no, y menos después de las elecciones en la CdMx del 2021. Sabe que la tiene que llevar la cargada hasta La Silla y estando él en Palacio, le sobran recursos para eso, humanos y económicos.
Doña Xóchitl, al revés, es una muy buena candidata natural, pero los mapaches nacionales están listos y solo una votación masiva los neutraliza, arrasa o pierde. Y eso sin excusas, depende de nosotros, de cada tenochca con crayola.

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