Su tumba: La Feria

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Sr. López

Tío Emilio nació rico y era avaro. Su boda fue con fiesta en la cochera de su casa, tacos de canasta (una canasta), un vitrolero de agua de jamaica, dos botellas de sidra El Pomar y el radio para bailar (nunca tuvo tocadiscos). Retrasó tener hijos para ‘tiempos mejores’; nunca salió de vacaciones y a su esposa, tía Clara, daba diario unos pesos para el mercado. Cuando quiso hijos, la tía ya no podía. Cuando quiso ir de vacaciones, los achaques se lo impidieron. Murió porque no fue al médico. Tía Clara lo primero que hizo al regresar del sepelio, fue quitarse el luto y contratar un viaje de un año alrededor del mundo; y regresó a disfrutar a todo trapo lo heredado: -Más gozo gastando, nomás de imaginar a Emilio revolcándose en su tumba -se le festejaba.
‘Tempus fugit’… el tiempo huye, escribió el inmenso Virgilio en el año 29 a.C., aunque la verdad, no dijo eso sino ‘fugit irreparabile tempus’ (Geórgicas, III, 284; chéquelo con San Google), y eso que sí dijo, es peor: ‘se va irreparablemente el tiempo’… irreparablemente.
Al Presidente le quedan ocho meses y 14 días como Presidente. ¡Ah!, qué no diera por echar atrás el tiempo, regresar a diciembre de 2018, perder menos el tiempo, intentar sus reformas constitucionales cuando tenía la mayoría calificada en la Cámara de Diputados… y seleccionar senadores opositores para con la Fiscalía y la Unidad de Inteligencia Financiera, forzar mayorías delincuenciales, sí, pero buenas para empujar iniciativas de reformas a la Constitución… ¡Ah!, esa Constitución, ¡cuánto estorba!
Qué rápido se le fue el sexenio… no sabe en qué se le fue… los del peladaje sí sabemos, se le fue en hablar, en disfrutar la dicha inicua de oírse hablar. ¡Ah!, si hubiera estudiado bien su Prepa, si hubiera leído a Virgilio o mejor, a Horacio (65-8 a. C.), quien mejoró la frase del otro, en sus Odas (I, 11): ‘tempus fugit, carpe diem’, ‘el tiempo huye, aprovecha el día… ¡ah!, si se hubiera preparado para ser Presidente.
Está atrapado. El tiempo se le fue. Lo sabe, se nota. Nunca en su vida aprovechó el tiempo. Por eso alardea de haber vivido sin trabajar, de no saber hacer un cheque, de no tener una tarjeta de crédito y andar con 200 pesos en la cartera. Por eso acepta que terminó sus estudios de milagro, así lo dice.
Ya en la política no por mérito sino por la chiripa de caerle bien a Carlos Pellicer, se inició como priista aferrado, tanto que en la universidad tuvo sus disgustos, por eso, por su priismo a ultranza con lo del 68 calientito. Ocupó varios cargos menores en gobiernos priistas, fue presidente del Comité Directivo Estatal del PRI y luego maestro en el Instituto de Formación Política del PRI. Lo demás es sabido, su salto al PRD y ya como perredista, su audacia y su ambición lo llevaron a tener un único afán, el poder, conseguir el poder para ratificar su íntima convicción de que es un, perdón, es El elegido de Dios, lo que lo exime de la obligación de cumplir su palabra, sus compromisos.
Y en eso, en conseguir el poder empeñó su vida. Lo logró y al obtenerlo, sabiendo para qué es, no lo usó para eso sino para él, porque el universo de él gira en torno a él. México es satélite de su persona y debe someterse a su voluntad.
Así, ya Presidente, aparte del estéril placer solitario de hablar cuanto puede y puede mucho, dar órdenes, no meditadas sino a tontas y a locas para gozar el clímax de saber que al ser obedecido humilla el sentido común y el respeto propio de sus vasallos, todos de hinojos, la Claudia incluida. Y sin darse cuenta lo dominó el mayor enemigo de quien tiene poder: la soberbia, vicio maldito que a todos acecha, que todos en mayor o menor medida padecemos, pero que en él es tumor maligno, metástasis del yo, derrota de la inteligencia y la decencia.
¡Ah!, si hubiera estudiado, no Economía, que está reñida con su incapacidad aritmética; no Derecho, colección de abstracciones inútiles, incomprensibles en su turno al bat; sino algo de literatura, para cuando menos, de la mano de Jorge Manrique, avivar el seso y despertar, “contemplando cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando;/ cuán presto se va el placer,/ cómo después, de acordado,/ da dolor”… ¡ay, cuánto dolor!…
Cuánto dolor evitable, cuánto daño inútil, cuánto muerto por su negligencia, señor Presidente… ya estará en la soledad propia de nuestros expresidentes que de a poquitos despiertan y en su caso, verá sin maquillaje los horrores de su gobierno. Tarde o temprano se tragará el acíbar de su infamia. De eso nadie se alegra, nadie debe alegrarse del mal ajeno, menos en este caso en que esa su amargura será apenas reflejo de los sufrimientos que infligió a millones, no se exagera, nada más un ejemplo: dejó sin servicio de salud a 52 millones al cancelar por capricho ruin el Seguro Popular.
Pero la historia, esa vengativa, resumirá de otra manera a su gobierno que será el gobierno del millón de muertos. No se le olvide, un millón de muertos aunque son más. Y aunque parezca desvarío, los muertos votan, cada uno tiene deudos.
Las cifras llegan a no decir nada. El millón de muertos de este gobierno, son más que los de la Revolución Mexicana, 500 mil según el mayor experto en demografía de América Latina, Andrew Collver; más que los de la Guerra Cristera, 250 mil; más que todas nuestras guerras sumadas; más que los 460 mil muertos por la epidemia de influenza de 1918. Los muertos en su gobierno de abrazos y escapularios sin cubrebocas ni medicinas, son más que los del horroroso festín de sangre de la Guerra Civil Española (540 mil, su máximo estimado).
El tiempo que se le va, las elecciones que se le vienen… recurre a su mejor instrumento, la lengua. Ayer anunció reformas a la Constitución: “Alrededor de 10 pero pueden ser 20”. Como quien habla de en cuánto tiempo llega a una cita.
Necesita escándalos para distraer a los electores y evitar a toda costa que el país se ponga una borrachera de democracia el 2 de junio y él acabe algún día, revolcándose en su tumba.

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