Su peor enemigo: La Feria

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Sr. López

Tío Geño (Eugenio), allá a principios del siglo pasado en Autlán, tenía un inmenso almacén en que vendía de todo, de semillas a telas, armas, bestias, medicinas y licores. Una mina de oro que él manejaba con absoluta autoridad hasta que cayó en cama y como pasaban los meses y no se componía, dispuso que Geño Chico, su hijo mayor, se encargara de la tienda, que manejó los largos años que su padre estuvo postrado, maltratando a sus siete hermanos y cinco hermanas, a ellos trabajando para él por sueldos de miseria y a ellas sin darles un cinco. Así las cosas, por fin, tío Geño tuvo a bien morir y heredó a todos sus hijos a partes iguales y lo primero que decidieron los doce fue echar a la calle al mayor y contratar a un contador de Guadalajara que les dio datos sobrados para meterlo en la cárcel, cosa que no hicieron a cambio de que se largara de Autlán. Se largó. Con lo puesto.
Con explicaciones varias y también cínicas, por lo que sea, al menos de 1877 a la fecha, el Presidente de la república en México, cualquier Presidente, durante su encargo es prácticamente omnipotente y realmente, intocable.
Lo de 1877 es porque ese año Porfirio Díaz llegó por primera vez a presidente de la república y con pericia y malas artes a partes iguales, impuso la presidencia imperial hasta 1911 (el 11 de mayo por si le interesa), cuando notificó al Congreso que “respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo”, tiraba la chamba de Presidente-Emperador, que después del interludio Madero-Carranza-Obregón, se reinstauró en 1924, cuando Plutarco Elías Calles asumió el cargo y revivió la presidencia imperial, con la modalidad de serlo por un solo periodo, entonces de cuatro años, luego de seis, pero en lo demás, presidencia absoluta, ‘dictadura perfecta’ como la llamó uno que vino a opinar de lo que no le importaba (el afamado Vargas Llosa).
Lo de prácticamente omnipotentes, porque desde el año 2000 ya no han podido hacer charamuscas con la Constitución porque no han tenido al Congreso de hinojos esperando sus iniciativas que son (eran), órdenes, aunque con las leyes sí hacen y deshacen porque no necesitan el voto de dos terceras partes de nuestros aguerridos tribunos, indispensables para reformar la Constitución, y con la aprobación de la mitad más uno de los presentes les basta para darse el gusto de retorcer las leyes a su gusto.
Y eso de que son realmente intocables, no requiere prueba. Nada más piense si desde 1924 (antes no era raro que murieran por alta concentración de plomo en el organismo), alguno ha pagado una de las no pocas que se han comido. Ninguno. Y quién sabe si sea para mejor porque un Presidente que tema realmente que lo alcanzará el brazo de la ley o que lo van a linchar, bien puede intentar conservar el poder y con eso, abrir la caja de Pandora (que no era caja sino ánfora), y hundir al país en la desgracia de la inestabilidad política y social que siempre termina en hemorragia, colectiva.
Así, durante su mandato todos nuestros presidentes disfrutan a plenitud las mieles del inmenso poder que les da el ser dueños de las nalgas que se arrellanan en La Silla esa del águila, aunque, todo hay que decirlo, al menos desde 1994, con Zedillo, todos han tenido que pagar el precio de soportar a la prensa exhibiendo sus pifias, caprichos, abusos, corruptelas y arbitrariedades, incluido el actual, por más que trató y trata de amordazarla, no nos hagamos, pero no pudo porque ahora, aparte de prensa entrona, hay medios digitales, las ‘redes’, que nadie puede controlar.
Como sea, durante este gobierno transformador de la nación (se solicita información), el Presidente se ha concedido el inmenso placer solitario de oírse a sí mismo, no solo en las mañaneras sino a lo largo de todas sus jornadas, porque en Palacio y afuera, se sabe que su voz es la Voz de la Patria, mientras su turiferario Jesús Ramírez Cuevas, dedicado a los medios de comunicación, ejerce cuanto puede su control (y no puede poco), aunque como ha quedado dicho, en estos tiempos, dominar televisoras, radiodifusoras y periódicos y revistas de amplia circulación, ya no asegura una única palabra y la realidad se filtra por cientos de medios de eso que llaman ‘redes’’, en las que cualquier tenochca con teclado ejerce de reportero (no pocas veces mintiendo, también eso es cierto), pero no dejan la plaza a un único lidiador, con reses mansitas y rasuradas.
Otra cosa que pasa es que al Presidente a veces, aunque sean pocas veces, le plantan cara reporteros y periodistas incómodos que le hacen preguntas enojosas llevando a la mano datos duros del propio gobierno, para el caso de que les responda con alguna mentirijilla de las que dice a millares. Y en esos casos con la seguridad que da la experiencia, el Presidente recurre a sus “otros datos”, aunque se le esté confrontando con información oficial, que es cuando dice que su interpretación es distinta.
Bueno, le guste o no a usted, le ha funcionado estos más de cinco años que lleva en Palacio. No hay manera de que no le funcionara. Es el Presidente y es prácticamente omnipotente e intocable. Por más que algunos insistan en que sus “otros datos” se contradicen con la realidad y peor, por más que nunca exhiba esos “otros datos”, él sale triunfante y sonriente. Es el Presidente, ni modo que no.
Sin embargo, prueba la historia, el séptimo año de cada Presidente, es el más duro, ya en el inicio de lo que para siempre será: expresidente.
Qué dirá cuando no tenga los micrófonos y las cámaras de los canales oficiales del gobierno de México, el del Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales (Cepropie), y Canal Catorce, mismos que estarán enfocados en quien sea que sea la señora Presidenta. Qué hará cuando sus “otros datos” sean desmentidos. Por más que esté dispuesto a gastar de su bolsillo en difusión, nunca podrá tener la atención del país en su persona.
Está filmado alegando sus “otros datos”, no puede negarlo y él no lo sabe pero él es su peor enemigo.

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