Sr. López
Este menda conoció a tía Carlota (Tita) ya muy viejita. Contaban los viejos, que siendo bebita quedó huérfana de padre y madre, y heredera de una fortuna que mareaba. La tomaron a su cuidado, el hermano de su papá y su esposa, les decía papás. Pero, Tita fue creciendo y atando cabos, y cuando cumplió 21 años, sin gritos ni sombrerazos, le presentó a sus papás el equipo de abogados, contadores y un Notario, que recuperaron lo de ella, completito, bueno, casi. Y fueron muy felices (bueno, casi, ella sí).
El tenochca simplex que oye o ve noticieros y en casos raros, lee prensa (leer, no pasar a volapié por los titulares), interesado en saber qué pasa en el país, no suele buscar información sobre México en medios extranjeros ni en organizaciones internacionales.
Bueno, entérese, México sí está en el mundo y desde fuera nos miran con el asombro de quien ve a un pez con lentes oscuros, asoleándose en la playa. Y no es para enorgullecerse, que nos ven así porque de plano no nos entienden ni entienden de qué estamos hechos. Por menos de lo que pasa en nuestra risueña patria, en otros países se derrumban gobiernos, ruedan cabezas o hacen “de carne humana la estatua de Robespierre, para que sirva de ejemplo el mártir aquél”, como dice el Tango de Wamba (zarzuela El Bateo, de Federico Chueca, estrenada en 1901, como todos recordamos).
A veces hacemos cosas que merecen el aplauso universal, como cuando en el extranjero calificaron el periodo de pleno priismo imperial, que va de los años 40 hasta mediados de los 70 del siglo pasado, como el “milagro económico mexicano” (con crecimiento anual promedio del 6%). Pero otras veces se escucha la rechifla internacional, como cuando Juárez puso a México en plan de protectorado yanqui, casi colonia, con la firma del Tratado McLane-Ocampo (que el Buen Dios impidió ratificara el Congreso de los EUA… ¡qué vergüenza con las visitas!). También hemos puesto al mundo los pelos de punta con nuestra afición a matarnos entre nosotros, que la guerra civil que llamamos Revolución, horrorizó a los países civilizados; y la Guerra Cristera, los hizo pensar que de plano no teníamos remedio: ¡mira que ponerse a matar curas y monjas en un país, entonces, con casi el 100% de católicos!, solo nosotros.
Como sea, con apoyo hasta de los priistas, desechamos al partidote único, empezamos a tener elecciones seriecitas y abandonamos, vencidos por la evidencia, nuestro modelo de economía nacionalista (no se ría), mangoneada por el gobierno: se abrió la nación al mundo, firmamos tratados de libre comercio con 32 países, hubo un crecimiento sideral de nuestras exportaciones y llegamos en 2023 a ser el cuarto receptor mundial de inversión extranjera… si no íbamos mal.
Pero en 2018, por esas cosas de la democracia, el país eligió como Presidente a un señor que prometió todo lo que la gente quería que le prometieran, sin que al candidatazo le pareciera prudente advertir que parte de su proyecto personalísimo, era regresar a los años 70 del siglo pasado (con su toquecito de porfirismo, el país de un solo hombre, del siglo XIX). Eso no lo avisó (¡ahí va el golpe!), y no le salió aunque sigue con la terquedad de desaparecer el Poder Judicial como lo conocemos, evaporar al INE (incorporándolo a la Secretaría de Gobernación), y a todos los órganos constitucionales autónomos que impiden abusos del poder y ocultar información.
En unos 12 días el INE dirá quiénes ganaron las elecciones y a más tardar el 6 de septiembre próximo, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, deberá calificar los comicios y declarar oficialmente a los triunfadores. Y así, ya empacando en Palacio, el señorcito sigue con su necedad (como cualidad de necio), de imponer un poder político único en el país… y su candidata suya de él, la tal Sheinbaum, ¡encantada!
En tiempos de campañas políticas en pos del voto popular, lo normal es que los opositores metan el dedo en la llaga de todos los desatinos del gobierno saliente. El problema es cuando son tantas las pifias y tan graves, que casi parecen mentira o cuando menos exageraciones.
En tal caso puede convenir poner la mirada en el tema que parezca más importante y nada es más importante que la seguridad pública, elemento esencial de todo lo demás, salud, educación, crecimiento económico, generación de empleo, todo. Y de eso bien claro dijo en 2018, el ahora ya saliente Presidente, que sin recuperar la seguridad pública, no habría cuarta transformación, o sea, no cuajaría su proyecto de país.
Pero cómo saber la verdad pura y dura sobre la inseguridad. Hay datos de distintos calibres, que acaban por adormecer la capacidad de asombro de nosotros los del peladaje. Es el momento de poner atención a un solo dato duro:
El Índice Global del Crimen Organizado 2023, que elabora la Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada Transnacional (la GI), ONG con sede en Ginebra, Suiza, evalúa a todos los países pertenecientes a la ONU. Según el Índice, México es el tercer peor país en criminalidad de todo el mundo, el peor de todos es Myanmar (Birmania), seguido por Colombia.
Hemos ido descendiendo en calificación en estos años y la GI lo atribuye entre otras cosas al “aumento en el control territorial criminal en todo México, combinado con una corrupción cada vez más rampante, impunidad y debilidad institucional en las agencias de aplicación de la ley mexicanas”.
Dice muchas más cosas la GI, como que “La política estatal de no confrontación y la impunidad percibida exacerban los ataques de represalia (…) no existe una estrategia integral contra el crimen organizado (…) El liderazgo actual (el de López Obrador, no se distraiga), ganó las elecciones con una campaña anticorrupción, pero desde entonces ha consolidado el poder, reduciendo la transparencia y la rendición de cuentas del Estado”.
Bueno, más claro no canta un gallo. Usted, muy libre de escoger seguirle con lo mismo, claro, en el segundo piso, hasta desplazar a Colombia y Myanmar. ¡Sí se puede! Ya