Restar: La Feria

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Sr. López

Tía Engracia tuvo once hermanas (buscando, buscando sus papás el varoncito; además eran muy católicos… del Toluca de principios del siglo pasado). Muy ancianita, con un carro de hijos y vagones de nietos y bisnietos, una vez contó que sus papás a todas les escogieron el marido y decía: -No salían mejores, pero sí menos malos -eran los tiempos.
Este menda confiesa, con sincero examen de conciencia, sin dolor de corazón ni propósito de enmienda, que no acaba de estar convencido de las bondades de la elección directa de autoridades mediante el voto universal. Lea tantito más, antes de que condene ‘ad inferos’ a su texto servidor.
Es innegable la gran mentira de que uno conoce a aquellos por los que vota. (No se puede, es imposible). A veces ni sus cercanos saben realmente cómo es un candidato y menos, cómo será ya con poder. Da pena decirlo pero la verdad es que votamos a ciegas o casi.
Se supone que los partidos políticos tienen la responsabilidad de elegir bien a sus candidatos, por su experiencia, honestidad, preparación y liderazgo, aparte (ya en el rubro de ‘a qué le tiras cuando sueñas mexicano’), de sus virtudes, al menos las más elementales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza (no se ría, no sea así).
Dicho lo anterior, es bien sabido que los partidos no hacen eso y qué por razones raras, misteriosas o vergonzantes (inconfesables), eligen a los que postulan a cargos de elección popular, sin asumir ninguna responsabilidad si resultan peores que un sapo en un plato de albóndigas (al chipotle). No se ha sabido nunca ni se sabrá, que en ningún país haya habido un partido político que pidiera disculpas al electorado por el mal desempeño de quien llevaron al poder ni que, acto seguido, presentara denuncias penales en su contra. No lo veremos jamás.
Asumiendo que los partidos no van a cambiar, se puede confiar (aunque sea poquito), en que los electores los castigan dejando de votar por ellos. Sí pasa. Y también se lleva uno sorpresas sobre cómo vota la gente. Parece mentira pero de alguna manera la masa, todos nosotros los del peladaje, intuimos de qué va la cosa y no es tan raro que votemos no tan a lo tarugo. Pero, igual, la elección directa y universal, resulta de la suma de las ignorancias individuales confiando en que si son millones los que votan sin saber que mañas porta cada candidato, van a acertar en el mero centro de la diana de la vida pública… 2018 no se olvida.
Por eso hay otras maneras de elegir autoridades, gobernantes. En los EUA, la gente no vota para elegir Presidente, creen que sí, pero votan para elegir al representante electoral de su partido que tiene facultad legal para entregar la votación a quien le pegue la gana. En el Reino Unido, tampoco; allá la gente vota por su parlamentario y el partido que gana la mayoría, nombra al Primer Ministro (y lo cambia cuando hace falta, sin sofocones ni desórdenes).
En México hasta la ley electoral reglamentaria de 1913, hubo voto directo para la elección presidencial. De hecho, todo el siglo XIX, en México no se elegía directamente a las autoridades, la gente votaba (ya se imaginará cómo, en esos tiempos de la prehistoria democrática nacional), para elegir a su representante electoral, su elector, que era quien asistía a la Junta Electoral para ahí sí, elegir gobernantes.
Ese método indirecto supuestamente permitía elegir mejor, entre los que estaban enterados de los asuntos políticos aunque la nominación de los electores era arbitraria y así, controlando representantes electorales, Porfirio Díaz podía decir que nunca hizo trampa, el Colegio lo elegía legalito… ni locos no lo elegían, imagínese.
Hasta 1912 con Madero (que no fue elegido directamente por el “pueblo”, sino igualito que don Porfirio, indirectamente), se puso en la ley que la gente iba a elegir directamente… solo a diputados y senadores (por si es usted desconfiado, ahí chéquelo en las reformas del 22 de mayo de 1912 a la Ley electoral del 19 de diciembre de 1911, artículo 1; no está uno inventando). Al año siguiente ya se permitió también elegir así al Presidente.
No propone su texto servidor que regresemos a ese sistema porque es mucho muy fácil hacerle trampa. Así como estamos, tal vez estamos mal pero seguro no estamos peor. Hay que seguirle, confiando en que México no es un país suicida porque sí hay de esos (caso de estudio: Argentina… y no por Milei, que es temprano para reprobarlo, sino por el peronismo que nomás no muere).
Así las cosas, este 2 de junio próximo elegiremos Presidenta, legisladores y miles de cargos más. Del lado oficial su triunfalismo es de asombro, no solo porque ellos saben que las encuetas que presumen están pagadas, sino porque doña Sheinbaum, en lo electoral es garantía de todo menos de triunfo.
Mire usted, doña Sheinbaum, trepada en ese ferrocarril imparable que en 2018 fue López Obrador, levantó en la CdMx, medio millón menos de votos que en 2012 su antecesor, el tal Mancera (ella, 2’539,356; él, 3’032,038); y la doñita en las elecciones de 2021, perdió casi un millón de sus votos, los de ella (consiguió apenas 1’577,989); y eso estando en el poder como Jefa de Gobierno de la capital nacional, con todo el apoyo presidencial. Eso de la política a ras de suelo, consiguiendo votos, de veras, no se le da.
Y lo malo es que con poder es de temerse. En la CdMx como Jefa de Gobierno, impulsó varios procesos penales contra sus opositores, mangoneando el Congreso local y su Fiscalía. Correteó a Mauricio Toledo, experredista que le saboteó al menos dos de sus mítines de su campaña del 2018 y por un pelito no cayó en la cárcel (huyó el país); trajo a maltraer con presiones judiciales a los panistas de la alcaldía Benito Juárez, Santiago Taboada y Christian von Roehrich (que metió a la cárcel); también se le fue encima a Mauricio Tabe, alcalde de la Miguel Hidalgo. Y a Sandra Cuevas, alcaldesa de Cuauhtémoc, casi la destituyó del cargo.
La señora sí es una científica pero lo raro es que no aprendió a sumar, lo suyo es restar.

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