Quedito: La Feria

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Sr. López

Ayer domingo, fue el debate entre los candidatos a la presidencia de la república. Lo de ‘candidatos’ es para evitar la barbaridad al uso de decir ‘las candidatas y el candidato’, que en nuestro idioma, el masculino designa ambos géneros, lo que como bien sabemos todos, se origina en el sánscrito de las lenguas preclásicas, pues el español es una lengua romance (románica, de Roma, pues), derivada del latín vulgar (el que hablaba la soldadesca romana que como se puede uno imaginar, refinada no era), a su vez, parte de la subfamilia itálica del conjunto indoeuropeo. Claro.
Pero no se preocupe usted, la moda de decir “las ignorantes y los ignorantes”, poca mella hará en un idioma que tiene mil años de existir, como prueban las anotaciones (glosas), en nuestra lengua (aunque primitiva, claro), que hizo un monje a una homilía en latín, las afamadas Glosas Emilianenses, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, allá en Navarra (en España, claro, aunque todavía no existía ese país). Interesantísimo, ¿verdad?… no se enoje.
De regreso al debate entre candidatos a la presidencia. Este menda confiesa que le parece fatal que el berenjenal jurídico de nuestras leyes electorales, impida que los debates entre candidatos a cargos de elección popular, sean debates. Son acartonados, está prohibido todo, se les asignan tiempos de respuesta ridículos y no pueden salirse de los temas que se determinan desde antes, con preguntas que se supone mandó la gente, seleccionadas no se sabe cómo (que sí sabemos pero da pena contarlo).
Debate viene de debatir y debatir es discutir un tema con opiniones diferentes; debate también es lucha (se debate entre la vida y la muerte, por ejemplo), y es sinónimo de controversia, polémica, discusión, disputa. Pero nuestras laberínticas normas electorales, pretenden que los debates sean algo parecido a boxear, subiendo de uno en uno en el ring, sin intercambio de guantadas, aunque los debatientes (palabra ya en desuso por complicada, participio activo de verbo transitivo con terminación –nte, que indica la acción)… mmm… digamos mejor, aunque los que debaten a veces se las ingenian para lanzar dardos (o bombas), a su contrincante, que eso es, no compañero de acción democrático-electoral, no, son adversarios (y a veces, enemigos).
Como sea, el debate de ayer, el verdadero, es después del debate, cuando comentaristas, analistas e intelectuales (se solicita información), en la televisión y la radio, nos dicen a todos que fue lo que vimos, dan su personal interpretación, discuten entre ellos, a veces se exaltan… y debaten. Y ahí queda la cosa, tampoco pasa nada.
¿Entonces, no son importantes los debates?, pues según se vea. Diego Fernández de Ceballos se ha casado de ganar debates… y ya ve. Pero, igual, parece que se nos olvida que eso de los debates en México, es una copia (mala), de los debates que se llevan a cabo en los EUA desde hace mucho y que acá empezó eso hace 30 años.
El primero fue el 12 de mayo de 1994, entre Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD; don Fernández de Cevallos, del PAN (que arrasó); y Ernesto Zedillo, PRI… y de pena ajena don Zedillo debatiendo, pero ganó y ganó bien su elección.
Para las elecciones del año 2000, hubo dos debates por la presidencia, en el primero participaron Francisco Labastida, Vicente Fox, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Camacho Solís y Gilberto Rincón Gallardo; obviamente se lució Muñoz Ledo… y perdió feo las elecciones. Pero en el segundo debate de esa elección, ya nada más entre Labastida, Fox y Cárdenas, el señor de las botas, don Chente Fox, hizo pinole a Labastida, ridiculizándolo (y a Cárdenas lo ignoró, lo que fue una estupenda estrategia)… y ahí sí: ganó el debate Fox y ganó la presidencia.
Entonces, quedamos, los debates son importantes, según cada caso. No hay regla ni relación directa, causa-efecto. Un buen debatiente no necesariamente jala más votos. Ni modo.
Y del debate de ayer, sin haberlo visto este su texto servidor (que teclea esto antes de su celebración), se puede suponer que la señora Sheinbaum, influida por sus encuestas de ella, intentó no meterse en líos retóricos, para procurar al menos no perder votos y así, administrar su supuesta ventaja (aunque eso no quita que seguro llevó tarjetas y láminas, para en caso de necesidad -y hasta sin ella-, atacar a su contrincante, doña Xóchitl); pero lo que no es suposición es que no dijo tonterías porque de tonta no tiene un pelo, pero al mismo tiempo, que lució su completa inhabilidad en el palenque: ella no sabe debatir y sus respuestas seguro, fueron una sarta de frases que les recordaron a todos al señor de Palacio. Así es su campaña. Nada anuncia que vaya a cambiar.
Por el lado de doña Xóchitl, la cosa es distinta. Ella tiene que remontar la diferencia que tiene con la candidata del Presidente, poca o mucha. Ella le sabe bien a la pelea de callejón. Aprendió desde chamaca. No se achica, es lengua suelta y muy natural, conecta con la gente. Es seguro que hará mejor papel en el debate que la repetidora de frases hechas en Palacio. Y además, anticipó que llevaría al debate “dos sorpresas”. Ni que fuera tan difícil encontrarle lados flacos al gobierno de su contrincante en la CdMx y al de su líder en todo el país.
Luego, don Álvarez… ¡ay, don Álvarez!… ni en sus espectaculares ponen bien su apellido, ponen solo su apellido materno. Este señor del debate lo más que puede conseguir es que lo conozca la gente y que se sepa que es candidato a la presidencia de la república. Claro que a lo mejor don Álvarez enseñó el plumero en el debate, como esquirol oficial de la contienda, a favor de doña Sheinbaum.
Si en el equipo de la candidata del Presidente a la presidencia, alguien tiene la mala idea de atacar a doña Xóchitl, la cosa puede ser interesante. Ojalá no lo hagan, doña Xóchitl ya enseñó de qué es capaz en un debate, cuando el 20 de mayo de 2015, arrastró a su oponentes para delegados de la Miguel Hidalgo. Ojalá doña Sheinbaum se haya ido quedito.

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