Pistolita de agua: La Feria

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Sr. López

A principios del siglo pasado, en plena revolución, llegó a Autlán y se hizo del control del pueblo, un grupo armado de huarachudos al mando de un tipo, Joaquín de nombre, que callado metía miedo.

Para desgracia de unos tíos de la abuela Elena, la hija mayor de ellos le gustó al tipo ese, pero le gustó tanto, tanto, que a punta de pistola la sacó de su casa; la chamaca le dijo que estaba bien pero que pasara con ella a la iglesia para que los casara el cura, quien se opuso pero los casó con la pistola apuntándole al pecho; llegado el apetitoso momento que interesaba al matasiete aquél, la prima de la abuela le dijo: -Ahora sí necesita en serio su pistolita, a ver, hágame que lo quiera –luego decían en el pueblo que por ella se fueron los huarachudos esos, decían.

En rigor, el 19 de febrero de 1913, Victoriano Huerta asumió legalito la presidencia de la república, le-ga-li-to, respetando todas las formalidades que mandaba la Constitución.

La Constitución vigente era la de 1857, que, en ausencia del Presidente de la república, el Vicepresidente y el Presidente de la Suprema Corte, disponía que asumiera el cargo de Titular del Ejecutivo, el Secretario de Relaciones Exteriores, que entonces era el mequetrefe Pedro Lascuráin. Fácil: Huerta dio un cuartelazo el 18 de febrero y depuso a los tres. No se cuenta por ser de mal gusto, pero Madero y Pino Suárez se doblaron y firmaron sus renuncias al día siguiente, 19 de febrero de 1913 (la versión oficial asegura que fueron torturados… no, firmaron porque Huerta ofreció respetarles la vida y mandarlos a Cuba).

El personajillo ese, Lascuráin, juró el cargo de Presidente de la república el mismo 19 de febrero de 1913, y lo ejerció de las cinco y cuarto a las seis de la tarde (45 minutos), tiempo suficiente para nombrar a Huerta secretario del Interior, renunciar a la presidencia y entregarle el Poder Ejecutivo.

Pero para respetar la Constitución se necesitaba todavía la aprobación del Congreso. Como a Huerta no se le tupía nunca el peine, ordenó una sesión extraordinaria y esa misma noche del 19 de febrero, los señores legisladores, siempre tan políticamente pulcros, aprobaron su nombramiento como Presidente… y aquí se rompió una taza y cada quien, para su casa, con la satisfacción del deber cumplido. A los cuatro días Huerta mandó asesinar a Madero y Pino.

En resumen, con la miedosa complicidad de Lascuráin y del Congreso, Huerta se montó en La Silla. De otra manera, por la fuerza de las armas, el gobierno de EUA le había advertido que no lo reconocería (porque todo ese merengue se fraguó en la embajada yanqui, no se nos olvide).

Huerta recibió la aceptación de muchos gobiernos extranjeros y de los gobernadores del país, excepto dos, el de Chihuahua, Abraham González (que Huerta mandó fusilar el 6 de marzo de 1913), y el de Coahuila, Venustiano Carranza.

Lo demás ya lo sabe, vino una cruenta y feroz guerra civil que llamamos Revolución, Huerta fue desconocido por el Presidente de los EUA (Woodrow Wilson), que invadió el Puerto de Veracruz para bloquear el suministro de armas a Huerta quien fue depuesto a balazos y nos quedamos 70 años con un régimen que con muchos defectos dio paz al país; paz y seguridad pública; paz, seguridad pública y progreso; paz, seguridad pública, progreso y reivindicaciones sociales; paz, seguridad pública, progreso, reivindicaciones sociales e instituciones democráticas autónomas.

Sí, el priismo no era ningún modelito de democracia pasteurizada y homogeneizada, pero supo dejarnos al país como una de las primeras diez economías del mundo, inserto en el concierto de las naciones, integrado al bloque económico más poderoso del planeta y con órganos autónomos que garantizan elecciones libres y contrapesos al poder… y también supo entregar el poder sin un balazo. Poco no fue.

Descuéntele al tricolor el peñanietismo, eso fue de pena ajena y se olvida a todos que don Quique Copete desapareció al PRI cambiándole todos sus documentos básicos y declaración de principios en la XXI Asamblea General, apenitas empezando su gobierno, en marzo de 2013, dejándolo como ahora lo conocemos, hecho una desgracia personificada a la perfección por el tal Alito… pero con el PRI nunca se sabe y son muy capaces de rehacerse desde sus cenizas.

Lo que sí merece la pena ser recordado es que el PRI nos obsequió con el PRD, formado por priistas conspicuos y respetables como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y otros… entre los que no estaba Andrés Manuel López Obrador que se mantuvo en el PRI hasta pasada la elección de Carlos Salinas de Gortari, el 6 de julio de 1988; de hecho, renunció al PRI para ser candidato del PRD a gobernador de Tabasco en las elecciones del 9 de noviembre de 1988; luego, consiguió ser Presidente nacional del PRD, impuso su autoridad en todo y lo vació, luego hizo Morena.

Y Morena, no se nos olvide, se formó con ejemplares del más tradicional PRI, como Manuel Bartlett, Rocío Nahle, Ricardo Monreal, Marcelo Ebrard, Olga Sánchez Cordero, Esteban Moctezuma, Santiago Levy, Alfonso Durazo, Irma Leticia González, Napoleón Gómez Urrutia, Félix Salgado Macedonio, Lorena Cuéllar y más, muchos más, aparte del propio López Obrador, priista de 1970 a 1988, presidente del Comité Directivo Estatal del PRI en Tabasco y maestro en el Instituto de formación política del PRI en México… ¿así o más priista?Ahora con eso de la reforma electoral que plantea el Presidente, parece recomendable que repasen la historia nacional.

En 200 años de ser país cuando hemos brincado para atrás, no ha salido nada bueno, pasó con el retorno de la aristocracia de Iturbide y de Max y Carlotita; pasó con la reelección de Álvaro Obregón; y ya no volvió a pasar porque el PRI supo ceder y asimilar los cambios que imponía la realidad nacional y también la extranjera.

La fuerza de votos legislativos obtenidos con extorsiones, amenazas o prebendas, ante la historia no tiene valor, es fuerza impotente, pistolita de agua.

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