Pesadilla: La Feria

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Sr. López

En uno más de sus pleitos de larga duración, el infame tío Rubén dijo a tía Amelia, que quería un marido santo, rico y buen bailador; y la tía, de bote pronto le contestó: -Nada más deja de moler –pues sí.
Como bien sabemos todos, Solón es uno de los Siete Sabios de Grecia, la Grecia arcaica. Vivió en Atenas hace 26 siglos, y se le recuerda en especial por su talla de legislador, reformador social y poeta. No hay escritos de él pero lo citan algunos muy importantes (Aristóteles, Plutarco, Diógenes, Demóstenes y otros).
Se le atribuye un poema titulado ‘Elegía 3’ o ‘Eunomia’ (buen gobierno, a brocha gorda), en el que plantea su pensamiento político para eso, para el buen gobierno. A resultas de lo bonito que hablaba fue elegido arconte (gobernador), para que arreglara los no pocos líos que aquejaban a Atenas, entonces sujeta a las leyes de Dracón, tan duras que todavía llamamos draconiano a lo muy severo; él las cambió por otras que hoy serían violaciones a los derechos humanos, pero entonces fueron delicia de chicos y grandes.
Una parte de su ‘Eunomia’, en versión adaptada a nuestro modo de hablar (queda advertido), dice: “Mi corazón me impulsa a enseñar a los atenienses esto: que muchísimas desdichas procura a la ciudad el mal gobierno y que el bueno lo deja todo en buen orden y equilibrio, y a menudo apresa a los injustos con cepos y grillos, alisa asperezas, detiene el exceso, y borra el abuso, y agosta los brotes de un progresivo desastre, endereza sentencias torcidas, suaviza los actos soberbios, y hace que cesen los ánimos de discordia civil, y calma la ira de la funesta disputa, y con buen gobierno todos los asuntos humanos son rectos y ecuánimes”.
¡Caramba!, hace 2,600 años lo dijo y parece nota de la prensa de ayer, al menos en México.
Qué no daríamos por tener hoy un gobierno que nos fuera a dejar “todo en buen orden y equilibrio”, que apresara injustos, limara asperezas, detuviera excesos, borrara abusos, no torciera las leyes y evitara la soberbia del monopolio de la verdad. Qué no daríamos, hoy. Porque todo eso estrangula los brotes del progresivo desastre tan presente ya en tantas regiones del país asoladas por la delincuencia organizada, mientras en el resto se padecen gobiernos cuando no corruptos, mendaces, negligentes o ineptos, siendo ahora, tristemente, una excepción el buen gobernante.
Sí, qué no daríamos porque cesara la discordia civil que se incita todas las mañanas desde el poder, llevando al país a la funesta disputa que se encona día a día, dividiéndonos, enfrentándonos, extraviando el proyecto de una nación para todos, para todos por igual en las oportunidades y para todos los frutos según su mérito individual. Una nación no solo para el pueblo bueno, los solovinos, los de docilidad probada, esos que forman la reserva de lealtad a un régimen que cultiva su pobreza para cosechar los frutos de la sumisión.
Mucha tinta se ha usado para definir qué es un buen gobierno y cómo debe ser un buen gobernante. Para abrir boca, recuerde lo que decían los griegos, que la política era la cúspide del conocimiento humano y Cicerón (creo), añadía que los buenos políticos eran como dioses.
También se ha dicho mucho qué materias debe conocer el gobernante y si es posible dominarlas: Historia, Filosofía, Derecho y Ética (rudimentos de Economía no sobran o cuando menos que sepa bien aritmética); igual hay pensadores que sostienen que es imposible gobernar bien si no se fue buen hijo y hermano (¡vaya!).
Y no olvidemos lo clásico, que el político y más el gobernante, tienen mayor obligación que el común de las personas, de respetar cuatro virtudes: justicia, prudencia, fortaleza y templanza; y sí, estaría bien, pero sin olvidar que siguen siendo humanos y sufren (o disfrutan), las tentaciones de todos. Santos no hay, no existen. Pero sí hay criterios útiles.
Hace algunas décadas, siendo este menda gato (de angora, eso sí), de un Oficial Mayor de los de antes, en un acuerdo con el Secretario, nuestro jefe, señor ya viejo de veras inmensamente poderoso, con un prestigio de honorabilidad y honestidad a prueba de bomba atómica, le oyó decir (más o menos, no es cita): “Al funcionario que le guste el dinero, que haga dinero, con una condición, no violar la ley, ninguna ley, ni tantito”; el Oficial Mayor no dijo ni mú, por si era pedrada. Su texto servidor pensó que eso era acomodaticio. Ya no piensa eso. Es una grandísima verdad. Si se respeta la ley en serio, las cosas transcurren bien.
Por su lado hay los que sostienen, por el contrario, que al mal gobernante lo caracteriza gobernar no para todos sino para el grupo o grupos de su interés político y que necesita para sus propios intereses, corrompiendo los fines que justifican la misma existencia del gobierno; y que el mal gobernante impone a sus subordinados la indignidad de obedecer dictados, órdenes indiscutibles, pervirtiendo el ejercicio del poder al acatar mandatos aunque perjudiquen a la sociedad. Pues también. Sí.
A falta de conocimientos sobre tanta cosa que se ha dicho sobre esta materia del buen gobierno y gobernante, en México, parece mentira, tenemos una fórmula muy sencilla: el gobernante asume el cargo jurando ante la sociedad, cumplir y hacer cumplir la Constitución y sus leyes. Dicen que eso decía Adolfo Ruiz Cortines, cuando presidente: “El librito, el librito, respeten el librito” y sacaba del cajón la Constitución. Ni que fuera tan difícil.
Pero lo tramposo no se quita y lo que hacen es reformar la Constitución y las leyes al gusto del mandón de turno. El contra veneno para eso, pudiera ser simplemente que todas las votaciones en el Poder Legislativo federal y estatales, sean secretas, para que cada reforma a la Constitución y cada ley se votaran libremente. Sí se puede y nuestros legisladores podrían comportarse con rectitud y ecuanimidad, y podrían traer a rienda corta a los presidentes que empezarían a pensarse mejor las cosas y comenzar a dejar de moler, porque como estamos es una pesadilla.

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