No es no: La Feria

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Sr. López

Por buenas razones el tenochca ilustrado promedio (que es rareza, no se entusiasme), considera que el Presidente de la república hace lo que le pega la gana. El resto, los tenochcas simplex, ese amplio sector que enriquece su corteza cerebral en Ventaneando o con la atenta lectura del TV y Novelas, ese resto que es mayoría, piensa lo mismo.
Por buenas razones porque nuestra historia permite asumir que aquí manda uno y solo uno, bien o mal, a las chuecas o a las derechas.
Nomás piénsele: siglos y siglos, antes de que se topara Colón con nuestro continente, el jefe de cada tribu hacía lo que le salía del forro de su macabra voluntad, porque eran la versión con taparrabos de los Zetas.
Luego, ya como Nueva España, la vida del peladaje de entonces mejoró más que mucho porque para sorpresa de los llamados “naturales”, estaban sujetos a las Leyes de Indias que no incluían sacrificios humanos ni hacerlos pozole (sí, eran antropófagos, qué pena con las visitas), y al revés, había una inmensidad de disposiciones para proteger a la raza de bronce, pero sin que hubiera la menor duda de que mandaba el Rey a través del Virrey, pues los del pueblo (el bueno y el otro), “nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”, como aclaró por escrito en 1767 el virrey Carlos F. de Croix, cosa que esperemos no se vayan a enterar algunos del ala dura de la 4T, porque son muy capaces de intentar un albazo legislativo para recuperar la vigencia de tan sabia ordenanza.
Así, luego de que los indios hicieron la conquista, a los españoles se les ocurrió la independencia (y algunos criollos, mestizos y un ‘natural’). Ya como flamante país en el siglo XIX todo fueron matazones, invasiones y desorden, manteniendo la tradición de que en el país mandaba uno y solo uno. Recuerde usted a Antonio López de Santa Anna que mangoneó de 1823 y 1855, treinta y dos años en los que fue presidente once veces aunque oficialmente hayan sido seis. Luego Benito Juárez, presidente 14 años, de enero de 1858 al 18 de julio de 1872, primero interino y después por sus calzones, que nunca fue elegido y solo porque Dios era juarista se nos murió en el cargo porque si no, sería otro dictador. Y luego, don Porfirio Díaz, don Porfirio, que nomás se montó 32 años en el poder y él y solo él, mandó en el país de 1877 a 1911.
De esta manera, en el primer siglo de existencia de México, tres señores hicieron con el país su real y regalada gana 78 años, los demás años se nos fueron en borlotes. Eso no hubiera sido posible si la gente no estuviera acostumbrada a eso, al Mandón Supremo.
De nuestro siglo XX no le digo mucho: un régimen de partido 70 años seguiditos, con una regla de oro: cada mandamás solo podía estar lo que durara su periodo que es de seis años desde Lázaro Cárdenas. Pero a cambio de tan breve tiempo aplastados en La Silla (comparando con los de antes, un suspiro), en compensación, encarnaban en su persona al Poder Ejecutivo y al Legislativo (sin rubores de nadie), y la Suprema Corte también, que en todo lo que fuera del interés presidencial, se plegaba a la sacra voluntad del mandón de turno. Así que en dos siglos escasos, 148 años bajo la autoridad de un solo hombre.
Luego, bendita la hora, por la irresistible presión internacional, el país ya no podía seguir en esa mascarada de la monarquía sexenal y si queríamos ser parte de la comunidad económica mundial, recibir inversiones extranjeras e incorporarnos al comercio global, teníamos que reformarnos. Y nos reformamos.
Desde el año 2000 (poco antes), empezó en serio la democracia en México, al menos la electoral y en 18 años tuvimos dos presidentes del PAN, uno del PRI y se eligió al actual, de Morena. Cuatro presidentes de tres partidos. Y mejor que eso, entramos a la democracia moderna a la que no basta la división del poder en tres (ejecutivo, legislativo y judicial), sino que agrega órganos autónomos para vigilar a los tres poderes (que por eso no le gustan a ya sabe quién, al renacido).
Así las cosas, no es de extrañar que tanta gente crea que el presidente López Obrador es omnipotente. Pero no lo es. No tiene controlado al Poder Legislativo, pues no tiene mayoría para reformas a la Constitución y los cambios de leyes que consigue en la Cámara de Diputados acaban en agua de borrajas, pues la Cámara de Senadores nomás no se dobla. No tiene controlado al Poder Judicial, no lo pudo influir ni en tiempos de don Zaldívar y ahora con doña Norma Piña, menos. No pudo desaparecer ni deformar al INE ni al Trife (aunque a veces resuelva rarito). Y con los órganos autónomos restantes, no le arriende las ganancias: van a recurrir a la Corte para defenderse de los embates presidenciales y van a ganar, como han ganado.
Entre ayer y antier en la Cámara de Diputados hubo un festival de reformas a leyes, conseguidas con la mayoría simple que tiene Morena con sus rémoras. Modificaron al vapor, de bote pronto, la ley Orgánica de la Administración Pública Federal; la de Ciencia y Tecnología; la de Entidades Paraestatales; la de Planeación; la Federal de Derechos; la de Turismo; y la de Instituciones de Crédito. También reformaron las leyes orgánicas del Ejército y Fuerza Aérea; las de Aeropuertos y de la de Aviación Civil; aumentaron las penas por abuso sexual y violación a menores, impuesto a bicicletas eléctricas y clasificación de videojuegos; extendieron el acta de defunción del Insabi y desaparecieron la Financiera Rural (de nombre kilométrico). Muy bien. Peeero…
Ahora pasan a la Cámara de Senadores, donde ayer advirtió el presidente de la Junta de Coordinación Política, un tal Ricardo Monreal, por si le suena, que los senadores no las aprobarán en “fast track”, que no les van a otorgar dispensa de trámites, que las comisiones determinarán su viabilidad y que se discutirá y analizará cada una con seriedad. ¿Con seriedad dijo?… o sea, no las van a aprobar como las mandaron porque el que las manda no manda por más que insista. No es no.

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