¡Menos mal!: La Feria

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Sr. López

Bueno, se acabó el cuento. Ladycopiona no fue elegida Presidenta de la Suprema Corte. Eligen a su propio titular los once ministros que integran el Pleno de la Corte. Gana quien obtenga mínimo seis votos. Mientras ninguno los obtenga, se repite la votación, eliminando a los que obtienen menos votos. En este caso, en la tercera ronda la elegida fue Norma Lucía Piña Hernández, la ministra que menos veces ha votado a favor de las iniciativas en que tenía interés el gobierno del Presidente de la república: desde 2019, solo en tres asuntos de 18… (Palacio, tienen un problema).
La elección de quien preside la Suprema Corte, es secreta, conforme a lo dispuesto en los artículos 31 y 32 del Reglamento Interior de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Se vota por cédula, anónima, que cada ministro deposita en una urna, de la que después de revolverlas, son extraídas, de una en una, por los dos ministros designados para el caso, quienes en voz alta dicen a favor de quién es cada voto.
Casi siempre la elección del Presidente de la Corte, se hace en una sola ronda de votación. En tiempos recientes ha habido dos excepciones: la elección del ministro Genaro Góngora necesitó dos rondas en 1999; y en 2015, cuando fue elegido el ministro Luis María Aguilar Morales, había solo 10 ministros por el fallecimiento de Sergio Valls y tuvieron 31 rondas (con empate de cinco a cinco), hasta que en la ronda 32, rompió el empate el presidente saliente, el ministro Juan Silva Meza, porque la situación ya era ridícula con ningún ministro dispuesto a dar su voto a torcer.
Por cierto: a lo largo de su presidencia, el ministro Silva Meza siempre que hubo empates en algún asunto, los rompió dando su voto a los que se oponían al sentido del voto de él, dándoles la razón: cortesía, elegancia, prudencia, sí. México tiene esperanza y ahora, más: cuando todo hacía suponer que veríamos un desfiguro de acobardados ministros, ante la embestida presidencial, han elegido sin aspavientos a una dama respetable y respetada, sí señor, que ha mostrado solidez en sus decisiones, las cabildeara quien las cabildeara.
Otro por cierto, la Ministra desde ayer Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (nada de ‘ministro presidente’, es mujer y en nuestro idioma se dice ministra y presidenta), primero estudió para maestra en la Benemérita Escuela Nacional de Maestros de 1974 a 1978, aprobada con Mención Honorífica; y luego estudió Derecho en la UNAM, de 1979 a 1984; obtuvo varias especialidades y aparte, la maestría en argumentación jurídica por la Universidad de Alicante y el doctorado en Derecho por la misma UNAM (el portal del gobierno dice que es “doctorante”, a lo mejor no ha terminado, da lo mismo).
Doña Norma, de 63 años de edad, inició sus labores en el Poder Judicial hace 34 años como secretaria proyectista de un Tribunal Colegiado en Materia Administrativa y siguió su carrera judicial hasta llegar a Ministra y hoy titular del Poder Judicial. Primera mujer en ese cargo. Se dice fácil.
Conforme manda la ley, en cuanto resultó elegida juró el cargo ante el Pleno y dijo su primer discurso ya como Presidenta. Entre otras varias cosas muy bien dichas, mencionó que su deseo es “(…) sobre todo insistir en fortalecer el Poder Judicial y a la independencia del Poder Judicial”, y aclaró que la independencia del Poder Judicial es en función de que sea el contrapeso sin presiones externas para influir en las decisiones de los jueces y magistrados. ¡Palacio, tienen un problema!
Unas tres horas antes de la elección de doña Norma, el Presidente de la república en su madrugadora del día, dejó ver sin darse cuenta, que ya suponía imposible la elección de su corcholata con toga, la tal Yasmín, al decir que no declararía la guerra al Poder Judicial y que reconocería a quien ganara la votación entre los ministros (ni modo que no… ¿o lo pensó?).
Aprovechó para referirse a Ladyxerox diciendo “¡pobre abogada Yasmín!, toda una guerra de potentados, medios de información, columnistas, intelectuales, del régimen, vendidos y alquilados (…) los que vengan, van a tener que reformar el Poder Judicial que está muy mal, ahora se avanzó algo, pero faltan convicciones, faltan ideales, faltan principios”. O sea, según él estamos fregados, el Poder Judicial está muy mal y carece de convicciones, ideales y principios.
Y como su pecho no es bodega ni su lengua bufanda, dijo más, claro que sí: “El Poder Judicial se fue eclipsando con el dinero. El poder económico eclipsó casi por completo al Poder Judicial. Entonces, sí hace falta una renovación profunda, nosotros no lo hicimos, porque teníamos que optar entre inconvenientes, eso es la política, decir, importa esto, importa esto, lo mismo esto otro, tenemos muchas cosas ¿cómo priorizamos, qué es primero, qué es segundo, qué es tercero? Para no fracasar, esto es una estrategia”.
Pues no señor-Presidente, no. Usted como titular del poderoso Ejecutivo federal, no tiene que optar entre inconvenientes ni tiene derecho para dudar qué es primero, segundo o tercero. No señor. El Presidente de la república solo tiene que respetar y hacer respetar la Constitución, si no, eso sí es fracasar.
No es poco, aunque tenga que ajustar, modificar o cancelar su personalísimo proyecto de país que no es necesariamente el de los mexicanos, que ese es el que describe la Constitución. ¡Ni que fuera tan difícil!: todo lo que viole la Constitución no se hace ni se intenta. Esa es la única estrategia del Ejecutivo: sujetarse a lo que manda la Constitución.
También ayer habló el Presidente como si su periodo estuviera terminado y dijo que le va a dejar a su sucesor (sucesora), una lista de pendientes: “(…) esto que estamos hablando por ejemplo del Poder Judicial, me faltó, va a ser muy difícil desmantelar todo el gobierno paralelo que crearon para proteger las políticas neoliberales y otras cosas (…) todavía vamos a hacer más cosas pero no vamos a terminar de llevar a cabo toda la transformación (…)”. ¡Menos mal!

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