Marxismo

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José Antonio Molina Farro

“Pasiones sin verdad; verdades sin pasión; héroes sin hazañas heroicas; historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario”

K. Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.

Realidad obliga. Negarla es necedad. La doctrina marxista vuelve a la palestra. Gana adeptos. Condenas y reconocimientos,  reyertas entre ortodoxos y apóstatas, doctrinarios y revisionistas. Es tan amplio el espectro temático de este genio de la filosofía y las ciencias sociales, que su vigencia se verifica en doctrinas contemporáneas y gobiernos de izquierda que absorben fragmentariamente el espíritu del marxismo.  Las ideas comunes sobre civilización, progreso, explotación, privatizaciones, expropiaciones, etc. que están en el lenguaje cotidiano de muchas personas, contienen, sin saberlo, una influencia marxista, por la naturaleza omniabarcante de la teoría. Ahora bien, mantenerla viva demanda apóstoles, dicho sin afán peyorativo, que actualicen los testamentos originales en un mundo tan cambiante, y el fracaso evidente del neoliberalismo para resolver los problemas más acuciantes de las sociedades modernas. Para decir algo concreto sobre el marxismo, hay que determinar su contenido, sus argumentos, referirnos a una de sus variantes en particular y contextualizar, evadir la condena y el ditirambo dogmáticos. Un marxista honesto no puede eludir preguntas terribles por ignorancia u omisión hipócrita. El Gulag de Stalin, los campos de trabajo forzado, los millones de víctimas de Mao, Fidel, Ceaucescu en Rumania, los Jmeres Rojos en Camboya, las represiones brutales y violaciones flagrantes a los derechos humanos en Corea del Norte, Cuba, Nicaragua, Venezuela. ¿Eran, son, regímenes de inspiración marxista? O una burda falsificación de la doctrina.

Y qué decir de los recientes triunfos de la izquierda en Chile y cinco países del Norte de Europa, que por primera vez en seis décadas, son gobernados por coaliciones de izquierda, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Suecia, Islandia, conocidos por su ejemplar modelo de desarrollo, baja desigualdad social, altos niveles de riqueza, respeto a las libertades, a la ley y los derechos humanos, y son los más felices según la ONU. El modelo se basa en el altos niveles educativos y el Estado benefactor, que promueve la movilidad social vertical y protege a los más vulnerables, siendo clave la solidaridad y la cohesión social. No suprimen al mercado, lo han reinventado e  innovado en los ordenamientos que lo definen. Hay un sentido de pertenencia a un proyecto común para un destino común.

Cierto es que las teorías de Marx han terminado asociadas al totalitarismo, pero por qué no detenerse en otras facetas “más humanas” de Marx y en nociones y diagnósticos de indiscutible vigencia. Va. Un reducido grupo controla la economía global y las crisis económicas y financieras cíclicas, la internacionalización del capital y  la lógica de su concentración y centralización, la plusvalía y la conformación de monopolios y oligopolios.  Una de las diez medidas del Manifiesto Comunista era la educación gratuita para todos los niños en las escuelas públicas y la abolición del trabajo infantil en las fábricas. El marxismo contribuyó a ese debate. Hoy uno de cada diez niños en el mundo está sometido a trabajo infantil (OIT, 2016). Marx escribe que para sobrevivir en una sociedad capitalista la gente se obliga a vender su trabajo a cambio de míseros salarios, lo que lleva a la explotación y alienación. No se equivoca. Relaciona la satisfacción laboral con el bienestar, obtener algo de felicidad por lo que se hace, buscar belleza y orgullo en lo que se produce. Marx fue un activista que luchó sin descanso por la transformación, la concientización de los explotados, la protesta organizada, aunque los que protesten no sepan o no se consideren marxistas. Esta lucha tuvo frutos, en 1943 un político conservador británico dijo: “debemos darles reformas o ellos nos darán revolución”. O B. Disraeli en el siglo XIX, “Debemos escoger entre ser los promotores del cambio o las víctimas del cambio”. Marx y Engels analizaron los estrechos lazos entre el Estado y las grandes corporaciones, las redes entre gobiernos, bancos y empresas. También el poder de los medios para influir en la opinión pública y un vehículo para dividir a la sociedad.

En un país que arrastra décadas de impostores, farsantes, tartufos del escenario y figuras icónicas del embuste, es pertinente recordar a un pensador que, si bien se equivocó  rotundamente en muchas de sus teorías y predicciones como el fin del capitalismo, la sociedad sin clases, su idea determinista de que el capitalismo se sepultaría a sí mismo al crear a sus propios enterradores, todas ellas propuestas y premisas incompatibles con la realidad empírica, también es cierto que permitió que muchas de las condiciones laborales cambiaran a favor de los explotados. Los sindicatos, el derecho de huelga, las marchas de protesta dentro de la ley, contra un sistema brutalmente depredador y ahíto de cínicos podridos de avaricia, son resultado de una filosofía que elevó los niveles de conciencia social de los explotados. Jean Paul Sartre dijo: “El marxismo es el horizonte intelectual insuperable mientras el capitalismo exista”.

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