Mala fe: La Feria

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Sr. López

Ya viuda y muy viejita, tía Jose, la mamá de Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, este menda le preguntó como ella y tío Agustín, habían aguantado tantos reclamos y quejas de la familia, los conocidos, los maestros, las novias y el vecindario contra él. Simple como siempre fue, dijo: -¡Pobre Pepito!, siempre todos contra él -¡vaya!
Es absolutamente normal que los políticos sean desconfiados, la cosa pública es territorio vedado a cándidos y crédulos. Otra cosa muy diferente es que algunos, entre más arriba llegan y mayor poder tienen, más difícilmente aceptan la crítica.
Algunos, porque también hay los que tienen sentido común y hasta madera de estadistas y ponen atención a lo que dicen sus adversarios y enemigos, sabedores de que por negra que sea su intención, al criticarlo juegan un papel similar al del ‘advocatus diaboli’, ese abogado del diablo que en la iglesia católica se encargaba de investigar, cuestionar, objetar, encontrar errores y exigir pruebas sobre los méritos de los candidatos a beatos y santos, asegurando que no llegara a los altares ninguno al que después le descubrieran herejías o pecados de esos que dan pena.
Así las cosas, un síntoma de que indebidamente, un político ha llegado a un nivel de poder para el que no tiene cualidades, es que se muestre refractario, reacio a la crítica y peor, que se enzarce en emitir desmentidos y descalificaciones, enredándose en riñas de saliva que exhiben su intolerancia y son un desperdicio de tiempo y recursos públicos (y lo demeritan).M
No se trata de que les gusten los señalamientos contrarios a sus actos o los de sus subordinados, sino que con entereza los reciban, con prudencia no los respondan públicamente y que con sus actos y decisiones, muestren que corrigen lo que debe corregirse, de manera que la sociedad acaba por dar valor al silencio del poderoso y a su inacción, cuando no hace nada, porque no hubo nada que arreglar. Así se consigue una cosa que se llama autoridad moral.
Muy destacado caso es el de nuestro actual Presidente. Tal vez su permanente beligerancia sea a resultas de tantos años de chascos, ninguneos y campañas negativas que sí sufrió (otro asunto es si eran merecidas y veraces, pero que le dieron con todo, le dieron). Como sea, casi inmediatamente después de asumir el cargo, empezó a dar muestra de tener la piel muy fina y de su absoluta decisión de no admitir ni la menor crítica.
Hay quien afirma que eso es porque a nivel subconsciente, sí se ve a sí mismo como un prócer, equiparable a los héroes nacionales, al menos a los que él admira. En tanto que hay otros que sostienen que padece síndrome narcisista, una megalomanía que según dicen los que dicen que saben (como la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, AEP), se manifiesta por necesidad de admiración y falta de empatía, vital para la vida en sociedad.
El narcisista, según el Manual de Diagnóstico de la AEP, a grandes rasgos, se caracteriza por tener un sentido grandioso de su propia importancia; fantasías de éxito ilimitado y poder; se considera incomprendido; tiene un sentido exagerado de sus propios derechos; no acepta límites a sus decisiones; espera aceptación automática de sus deseos; usa a los demás para sus fines; manipula las necesidades de los demás; no se identifica con el sufrimiento ajeno; no da valor al reconocimiento que reciban los demás; es arrogante, altivo y prepotente… dice la AEP. Y con toda lógica, el narcisismo es incurable porque quien lo padece no acepta padecerlo. Pero uno no es médico ni puede emitir opinión fundada, ni le interesa.
Lo cierto es que nuestro Presidente es la personificación de aquello de “voy derecho y no me quito”. Nada lo hace dudar ni siquiera reflexionar. Nunca se ha visto que altere una de sus decisiones por opinión ajena. Y todo tiene límite.
Mire usted, que no reaccione a las críticas y señalamientos de sus adversarios políticos en México, se puede entender, pero cuando lo reprueban desde la prensa extranjera, organizaciones internacionales y otros gobiernos, ya es otro cantar.
No pocos medios de comunicación del mundo se le han ido encima (y no parece que lo hagan por estar muy preocupados por el bienestar de nosotros los del peladaje), sino verdaderamente escandalizados por sus dichos y hechos.
Medios serios como The Economist, el semanario británico que se edita nada más desde hace 180 años, le dedicó su portada en mayo de 2021, con la imagen de él escoltado por Pemex y el ejército y la leyenda “El falso mesías de México”, con un artículo en el que lo criticaron sin piedad (es un “peligro para la democracia de México”), a lo que el Presidente respondió diciendo que la portada era “majadera y muy grosera” y que es normal porque, “durante mucho tiempo se dedicaron a aplaudir las políticas neoliberales”… y en julio, lo compararon con Cantinflas. Feo.
¿Desacreditar The Economist?, sí, igual que al New York Times; al Die Welt de Alemania, que se distribuye en 130 países y publicó sobre nuestro Presidente que lo suyo es “Una locura casi mesiánica”; también Le Monde de Francia, atacó la “hiperpresidencia” que tenemos… y más, como El país de España y The Nation, la revista de izquierda de los EUA. Y a todos desacredita el Presidente y a ninguno concede crédito, pudiendo quedarse callado.
Igual se ha ganado severas críticas de otros gobiernos y políticos extranjeros de Bolivia, Guatemala y Perú; o de la poderosísima International Bar Association (Asociación Internacional de Abogados), que se compone de 190 colegios y sociedades de abogados con 80,000 miembros abogados, de todo el mundo, que le pidió frenar sus críticas a la Suprema Corte. Y para todos tiene parque verbal. Con todo se limpia.
Lo mismo se le resbalan los ácidos análisis y comentarios que le hacen en el Capitolio de Washington. Y eso ya está de pensarse, porque los congresistas de los EUA tienen mucha influencia y no siempre tienen las mejores intenciones.
Cuidado, Presidente, no es posible que tantos le tengan mala fe.

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