Los mismos polvos: La Feria

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Sr. López

Callada mi madre (cosa rara) y callados todos en el coche, sudando como pollos en rosticero; al volante mi progenitor, hable y hable (cosa rarísima), manejando su Chevrolet 59 rumbo al lugar que lo vio nacer, anticipándonos la trasparencia del aire, la inmensidad del horizonte y los especiales colores que ahí adquiría todo, “ya verán, ya verán”. Primero, carretera y luego dos horas de brecha polvosa, sin que nadie se atreviera a abrir el pico, viendo pasar huizaches y matorrales que venían despacito y apuraban el paso para después de un instante frente a las ventanillas del coche, alejarse con lentitud creciente entre la polvareda que levantaba la carrera del auto. Llegamos. Nos bajamos pronto, para que la nube de tierra acabara de empanizarnos. Mi padre con los puños a la cintura, oteando, despatarrado, mudo por la emoción: su terruño. Este menda, con la imprudencia de sus trece años, le dijo: -Te hubieras parado antes, si está todo igual -el cocotazo se oyó hasta la plaza de armas de Guadalajara.
Igualito parece nuestro arribo a la democracia (“dejà vu nacò”), gatopardismo chancla pata de gallo: que no cambie nada, no vaya a cambiar algo. Parece que hemos llegado a ninguna parte; estamos como antes… bueno, no exactamente, pero casi peor. En el régimen tricolor, un solo partido omnipresente, omnisapiente, omnipotente, y hoy una fallida trinidad política en una sola persona que soñó con el monopolio del poder, tres poderes distintos en una sola presidencia. Para eso armó Morena que si no, hubiera sido candidato a la Flor más Bella del Ejido o a Miss México.
Los actores políticos, ante las inquietudes propias de los inciertos resultados electorales que caracterizan a toda democracia, esperan con fervor de novicia que en 2024 prevalezca la voluntad del huésped de Palacio, buscando certeza a su futuro, listos a seguir en la mascarada en la que no cambia nada sino el discurso, que aquí nadie se espanta de nada en lo que tal vez, algún día, sea realidad y hoy naufraga en un embravecido remolino de saliva oficial mientras el grueso de la población espera porque puede esperar y si puede, que espere. Corrupción, seguridad pública, pobreza, salud, educación, empleo, es demasiado esperar y mucho pedir. Ya todo será, podrá ser, mientras, podemos seguir con nuestra mala copia de la democracia, ¡viva nuestra democracia versión pirata.
En tanto llega el tiempo de elegir a otro Presidente, en secreto se habla de que tal vez el dogma político mexicano del periodo sexenal único en la presidencia de la república, inaplazable por ningún motivo, irrepetible bajo ninguna circunstancia, sea el origen de algunos de nuestros males, pues implica el desperdicio de la experiencia adquirida de quienes han encabezado el Poder Ejecutivo, y un despilfarro de talento. Bueno, sí, siempre y cuando se trate de un buen presidente, dechado de virtudes, modelo de legalidad y de firme liderazgo… pero, la verdad, de esos no hemos tenido muchos.
Bien puede La Patria (ya sabe qué señora), prescindir de los servicios de quienes ocuparon el cargo de presidentes de la república y más si consideramos que sus secretarios de Estado, esos que aportaron su experiencia y tienen talento, no están sujetos a ninguna norma que obligue a despedirlos ni impida contratarlos de nueva cuenta y cuanto haga falta. Se ha hecho y con buenos resultados.
Lo que sí es indiscutible es que no podemos seguir reinventando el país cada seis años, con cambios constitucionales y nuevas políticas públicas, conforme al gusto del que traiga terciada la banda presidencial. El país necesita de un proyecto nacional estable que respete y haga respetar el gobierno federal, dando certeza jurídica a los protagonistas de la economía y a los secretarios de Estado que ya no estarían sujetos al capricho del presidente sino a los mandatos de la ley; los sexenios pasarían, los presidentes también, pero los asuntos nacionales discurrirían por un camino claramente definido en la Constitución y nuestras leyes… sería lindo.
Puede soñarse en que nuestro Poder Legislativo impulsara leyes que facilitaran el imperio de la ley. Tal vez haciendo que los cambios constitucionales se sometieran al voto popular, como en otros países, aunque en el caso mexicano, eso no asegura nada. O tal vez haciendo que ningún cambio a la Constitución pudiera entrar en vigor dentro del plazo del sexenio presidencial: si juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, la que estaba antes de que llegara al poder, que cumpla esa que juró cumplir (y hasta podría haber excepciones cuando las reformas constitucionales se aprobaran por unanimidad del Congreso de la Unión y los de los 32 estados).
Es un sueño y tal vez un disparate, pero como vamos, vamos mal, el mejor ejemplo es el cambio de ‘estrategia’ de seguridad pública que naufragó en un eslogan, “abrazos no balazos”, que ratifica la verdad de lo que afirmaba el laureado Murray J. Edelman, autor de ‘Lenguaje político: palabras que triunfan y políticas que fracasan’ (1977): “El lenguaje político es la realidad política”. Así de importante es que los jefes de Estado sepan hablar y hablen poco, lo necesario, y que su palabra sea sólida, tanto como la ley.
Llaman el “Gandhi argentino” a Arturo Umberto Illia, presidente de ese país entre 1963 y 1966. Siendo ya expresidente para pagar un tratamiento médico a su esposa, vendió su coche, de ese tamaño era. Ayer publicó Antonio Las Heras, que “practicaba la serenidad, el desapego, la perseverancia, los silencios, dedicaba largos tiempos a la reflexión, no improvisaba”. Un querido amigo envió a su texto servidor una frase atribuida a él: “Una nación está en peligro cuando su presidente habla todos los días y se cree la persona más importante de su país”.
Mientras, en México nos falta casi un año y ocho meses más de mañaneras, centenares más de declaraciones insanas y hasta nocivas. Luego, otra elección presidencial y si no votamos todos y no votamos bien, otros huizaches, los mismos polvos.

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