El mundo al revés: La Feria

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Sr. López

Tía Carolina era viuda y especialista en amenazas espeluznantes. Su hija mayor, la prima Lety, sabía que estaba difícil que su mamá cumpliera sus amagos: -Si te vuelvo a ver con ese (un tal Eduardo que era como la rabia), te despellejo viva –y la Lety salió siempre con quien le dio la gana y su piel se mantuvo lozana. Otra: –Si me sales con tu domingo siete, te mato y me suicido… antes muertas que una vergüenza pública… -y le bautizó sin muchos remilgos, al chamaco que les dejó el Eduardo, porque se los dejó a las dos.
El lunes pasado sin escándalo, Gustavo de Hoyos, expresidente de la Coparmex (Confederación Patronal de la República Mexicana), publicó su intención de ser candidato a la presidencia de la república que es como si el gerente de administración de una fábrica quisiera postularse a director de la sinfónica nacional. Muy su derecho pero muy irresponsable. El mayor puesto político del país debe estar en manos de profesionales de la política, no de la grilla, la agitación social, ni extorsionadores del Estado, no, de profesionales del más noble oficio: la política.
Don Hoyos anunció que “México ya necesita de propuestas drásticas”. Para abrir boca propuso que toda la gente elija escuela o sanatorio, público o privado, pagado por el gobierno (¡ay, don Hoyos!); luego, abrir la frontera entre los EUA y México, sin límites; acabar con el feminicidio, la violación y el abuso contra mujeres, usando la misma fuerza que Nayib Bukele en El Salvador, contra los maras (‘tá bueno); y para combatir radicalmente la delincuencia, evaluar la extradición automática, la cadena perpetua y la pena de muerte (y agregó de mala leche: “Yo me voy a sentar a negociar con Biden y no con la mamá de ‘El Chapo’”). Vaya, vaya…
Es moda esto de proponer penas draconianas contra los delincuentes. En Guatemala tienen a un tal Roberto Arzú, político profesional muy conocido allá que quiere ser Presidente y también propone la pena de muerte (transmitidas las ejecuciones por televisión en cadena nacional), y construir al menos dos cárceles modelo Bukele, que son verdaderos infiernos inimaginablemente duros contra los delincuentes. A lo mejor se lo merecen pero sin olvidar que los códigos penales describen a las sociedades. ¿Así son allá, así somos acá?
Anticipa este menda: claro que los delincuentes que extorsionan, roban, violan y matan, no merecen cárceles con televisión, áreas de recreo, canchas deportivas, comedores ‘self service’, servicio de lavandería y alcobas para visita conyugal. Claro que no.
Pero si deshumanizarse es la solución y si se piensa hasta en la pena de muerte, entonces, por coherencia, se debería reinstaurar la tortura, pública. De verdad, si están convencidos de que la crueldad acabará con la delincuencia organizada, entonces por qué no acabar con todos los delitos, desde las faltas al reglamento de tránsito (latigazos y confiscación del auto), pasando por cortar las manos a los ladrones, sacar los ojos a los policías delincuentes, enterrar vivos a secuestradores y violadores; y a los que no pasan la pensión de sus hijos: castración. ¡Ah! y a los políticos corruptos (por si hubiera, uno nunca sabe, mejor es prevenir)… a esos, un mes viendo videos de las mañaneras, uno tras otro (aunque parezca rigor exagerado). Si la severidad asegurara erradicar el crimen, hace muchísimo tiempo no habría delitos… qué digo delitos: ni malos pensamientos. Pero no, la realidad es otra y muy necia.
Lo que está universalmente probado que la ley es absolutamente inútil si no se aplica (sabio este menda); y también está probada la eficacia de que se investigue todo delito, se persiga a todo delincuente y se le juzgue a lo derecho. Señores cuentistas de la política, basta con que se detenga a los delincuentes y se les apliquen la ley actual (que 40 años de bote no es ganga). Eso cuesta dinero, mucho dinero, para policías, ministerios públicos y juzgadores. Y es el dinero mejor gastado.
Se dice que en Singapur (con menos de seis millones de habitantes), la pena de muerte acabó con la corrupción y el narcotráfico, ha de ser, pero Singapur es una dictadura, no hay derechos humanos ni libertad de expresión y créalo, desear la muerte del Presidente se castiga con pena de muerte.
La verdad es que las ejecuciones no resuelven nada, cheque nada más en los Estados Unidos. Y en ciertos países desataría una corrupción sideral (póngale precio a que le reclasifiquen el delito para que no lo ejecuten, póngale).
Como sea, el mundo se dirige hacia su total abolición. En México, en 1871 se abolió para mujeres y mayores de 70 años. En 1929 se suprimió a nivel federal; y se fue aboliendo en los estados (Sonora fue el último en 1975). Por fin, en 2005 se prohibió en la Constitución (artículo 22).
No pocos sienten orgullo de que en nuestro país no haya pena de muerte pero, sin ganas de ser aguafiestas, entérese que en septiembre de 2021, la Suprema Corte la aprobó en ciertos casos y emitió un comunicado posterior aclarando que “al haberse alcanzado una mayoría que supera los ocho votos, las razones de la Corte obligan a todas y todos los jueces de México, tanto federales como locales”.
Y se practican diario ejecuciones legales (no se escandalice, es la ley). ¿No lo sabía o no lo cree?… entérese: el Inegi en su encuesta ENDIREH 2016, estimó al menos un millón de esas ejecuciones en el país incluso antes de ser legalizadas; y la autoridad de la CdMx, por su lado, informó que al 30 de junio de 2021, fueron ejecutados 237 mil 643, le-ga-li-to.
Para que sean legales esas penas de muerte (en serio), lo primero es que el ejecutado no haya cometido delito ninguno… ¡ah! y que esté en el vientre de la madre. Sí. El aborto es matar.
No pontifica este menda ni sugiere soluciones a cosa tan terrible, nada más contrasta la pública preocupación por el derecho a la vida de los delincuentes al tiempo que se mata a centenares de miles cuyo delito es vivir.
Y ahora es hasta mal visto defender al no nacido. El mundo al revés.

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