Doblados: La Feria

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Sr. López

Urge un Diccionario Nacional. Hay indicio cierto de que algunos de nuestros problemas de comunicación con el mundo, se deben al uso peculiar que del idioma español hacemos en nuestro querido país.

En el mamotreto no aparecerán palabras que exigen lecturas más allá del TVyNovelas, como teosofía, onomatopeya, prosopopeya, artilugio o parafernalia, ni las ya caídas en desuso, honra, decencia y fe, no, solo las de uso común que hacen que el extranjero que habla español de corridito, al arribar a esta risueña nación, se sienta en Moscú.

Unas pocas palabras a manera de ejemplo; empecemos con banqueta. Aquí es sinónimo de acera, en otros 17 países y entre los refugiados saharauis en Marruecos, significa taburete, asiento, alzapiés, gradilla, banca, escaño, grada. Por eso, entérese, han atropellado gallegos.

Otra perla: petaca. No, no estaba de cachondeo el gerente del hotel en Madrid, cuando usted reclamó que le faltaba una petaca y mandó registrar las bolsas al personal, que petaca la usan esos incultos para decir cigarrera, pitillera o tabaquera, no maleta ni valija, ni muchisisímo menos como sinónimo de nalgas aunque las haya que merecen exclamar: ¡qué petacas!Con apapapachar nos hemos cubierto de gloria; los miembros numerarios de la Real Academia de la Lengua, se dieron por vencidos con el término y lo incluyeron en el diccionario, poniendo: acariciar, mimar y como ejemplo: “no dejaba de sobarle y apapacharle”… bueno, parecido, pero no es exactamente eso, apapachar es un tipo específico de caricia que se caracteriza por su total carencia de contenido erótico (nadie apapacha a su socio de retozos lúbricos), lo que la aleja de acariciar; y es mucho más vigoroso el apapacho, que un mimo; sólo los mexicanos sabemos usarla con precisión, pero se le reconoce el esfuerzo a la Real.

Son divertidos los enredos con la palabra cantina, que para el tenochca con cartilla liberada se refiere sin confusión al lugar en que se expenden y consumen bebidas alcohólicas (con botanas), siendo que los demás hablantes de nuestra lengua la aplican como sinónimo de restaurante, lugar en que se vende comida y bebida (por eso la fonda del cuartel se llama cantina y no hay trago). Feliz la Pepa cuando invitaron a su Manolo a la cantina; furibunda cuando se lo regresaron ciego de ebrio.

Hablando de botana… es otro triunfo nacional sobre la Academia, porque el término en español-español significa, asómbrese, el remiendo de un odre para que no tenga fugas, o sea, un remiendo, parche, por extensión, rodillera, codera, zurcido, cicatriz, marca, señal y costurón, pero 130 millones de nacionales hemos conseguido que aparezca en el diccionario como “Mexicanismo: aperitivo, comida”; ¡ah!, las glorias de un guacamole con totopos… y totopo según la Academia, no existe sino totoposte (¡horror!).

Ya sin explicaciones, recapacite por su cuenta en cómo usamos nada más nosotros los tenochcas de prosapia, palabras como cotorreo, cuate y cuero, en lugar de platicar, amigo y Ninel Conde. O apachurrar (que nadie entiende fuera de nuestras fronteras); cofre (que nadie sabe cómo acabó siendo la tapa del motor), para no entrar en profundidades con chela, chipote ni la horrible chido.

Estamos claros de la situación entre el mundo de habla hispana y nosotros de habla mexicana, pero el asunto se complica más al comparar el idioma con que dentro de nuestras fronteras nos comunicamos los del norte y los del sur, los del centro y los de Yucatán, que troca y mueble, nadie del país las entiende como sinónimo de camioneta o camión y para los norteños es clarísimo; ni boshito que sólo en la península significa niño; para no entrar en la rica habla chiapaneca: pozol, chunco, colocho, chono, apachado, bolera, chuchez, cochi y soroca; dos chiapanecos auténticos pueden conversar largamente sin que nadie de habla hispana del planeta entienda ni pizca. Sí.

Así las cosas y con los enredos a que da lugar nuestro parcelado y peculiar uso del idioma, luego vienen las complejidades añadidas por médicos, abogados y políticos, cada uno con su propio idioma. Por poco importantes, dejemos de lado expresiones médicas como “cutis marmorata acrocianótica”, en lugar de piel de gallina; o de abogados, como “recurso de queja por apelación denegada” (¡áchis!… sólo que sea albur), porque lo que de verdad es urgente son cursos de español para políticos, los de ahora.

Entienden todo mal o lo hacen a propósito, cosa que ignora este menda, pero usan consenso, en lugar de votación (consenso es unanimidad); comicios en vez de trampa masiva; operativo por no decir “vamos a mandar policías y soldados a que les rompan el alma, y dejen de estar moliendo”; la frase “llegar a las últimas consecuencias”, para no decir que van a esperar a que pase al olvido el asunto; “consulta a la población” para no decirnos que se hará lo que les pegue la gana; “negociación” en vez de acción de intimidación, intento de corrupción o simple dilación; “iniciativa de reforma constitucional” en lugar de este negocio sale a cualquier precio. Está bien.

Ahora que, bien vistas las cosas, para el caso de los políticos, más que un diccionario lo recomendable sería un traductor instantáneo como aplicación a los celulares del país. Mire usted:El viernes pasado, en su mañanera el Presidente de la república (música de fondo sugerida: Pin Pon es un muñeco con cara de cartón…), dijo que el gobierno de los EUA ha decidido no llevar a México a un panel de controversia… para no poner palabras en su republicana boca, transcribo:“Cuando se pensó que iba a haber conflictos por la consulta en materia energética pues informamos, aclaramos, dimos a conocer nuestro punto de vista y ellos han decidido no dar el paso hacia un panel (…) Y se está buscando un acuerdo, un arreglo, que no haya confrontación. Entonces, vamos bien”.

Traducción simultánea: asunto arreglado, nos doblamos (que doblar en la acepción 21 del diccionario, significa: ceder a la persuasión, a la fuerza o al interés), pues eso, bien doblados.

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