José Antonio Molina Farro
Pisar la ley para hacer política, es abolir la ley y abolir la política. J. Reyes Heroles
Lo dijo Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Han pasado 30 años. Un presente luminoso con un trágico final que conmocionó al país. Colosio, un raro personaje en nuestra historia. Su fuerza y trascendencia están por encima de su propia obra. Orgulloso enfatizaba sus orígenes, “provengo de la cultura del esfuerzo no del privilegio”. Auténtico y genuino, no se victimizaba, ni dramatizaba a sí mismo. Algo debieran aprenderle muchos políticos de hoy. Lo conocí en 1989, presidía el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, y quien esto escribe, el C.D.E. de ese partido en Chiapas. Sostuve con Donaldo largas charlas. No había en su personalidad obsesiones, ni siquiera las de sus propios ideales. Era calmado, imperturbable, hablaba poco, pero en su introspección destilaba energía y encanto, con chispazos de buen humor. Tenía la rara cualidad del dominio sobre sí mismo. Era un hombre libre. Sí, aquél al que se refería Nietzsche: “El hombre más libre es quien tiene mayor sentimiento de poder sobre sí, de saber sobre sí, el que más se escinde sobre sí mismo, el que más se nutre, el que más se renueva”. No lo arrastraba la corriente, tenía ideas propias como la “Reforma del poder”, hoy día muy vigente. Pasaba por alto bajas pasiones: la envidia, la cobardía, la traición, las tácticas de los ambiciosos o estúpidos, o de los funcionarios maldispuestos a bloquear su camino. Su asesinato es un misterio. Hasta la fecha se discute quién y por qué lo mandó asesinar. La salida facilona de imputar a Carlos Salinas por su discurso del seis de marzo no la compro, al igual que muchos cercanos a este gran mexicano. Pablo Salazar en su libro ‘El Territorio del No Poder’ nos recuerda el patético final de Carlos Salinas, descrito por don Julio Scherer: “Nos pusimos de pie para despedirnos. Salinas encorvado, jorobado, desalentado…No alzó la mirada ni la cabeza. Le tomé el brazo derecho por arriba del codo para darle la mano a guisa de adiós. Carecía de tono muscular, mis dedos se cerraron en torno del húmero…como si careciera de piel, de grasa, de tendones, de nervios, de músculos que lo envolvieran”. Y otro personaje sobre el ex presidente. “Nunca lo vi tan vacilante y extraviado”.
Me atraía la reciedumbre y humildad genuina de Colosio, imperturbable a la maledicencia y a los elogios. En una de nuestras varias conversaciones en el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez -al que arribaba de incógnito-, en espera de Carlos Salinas, quien recorría comunidades indígenas me decía: “uno de nuestros retos es sacudir la irreductible postura de los sectores del partido, aportan movilizaciones”; y “exigen cuotas, pero no aportan votos”… “será muy dura y difícil la democratización interna”… “el cambio requiere convicción y si no se tiene hay que hacerlo por simple racionalidad”. Le recordé a Benjamín Disraeli quien con olfato y visión de estadista advirtió el hastío y descontento de la sociedad inglesa hacia sus gobernantes. “Debemos escoger entre ser los promotores del cambio o las víctimas del cambio”. Con rapidez mental me dijo: sí, claro, reformar para conservar, pero ojo, no para que todo siga igual (gatopardismo) sino para ascender a un nivel superior de nuestro ciclo histórico. Platicamos harto, en helicóptero unas veces, otras en vehículo terrestre. Con su peculiar acento norteño me decía enérgico que había que combatir la doble moral, la hipocresía y los negocios al amparo del poder. También hablamos de la complejidad de la tarea, en un contexto de ciudadanía de baja intensidad y escasa o nula cultura política. En el círculo cercano de Donaldo destacaban chiapanecos de alto calibre, el más cercano Eduardo Robledo, en los afanes de romper con estructuras viciadas al interior del partido. También los talentosos Javier López Moreno y Sami David haciendo tareas muy relevantes, cada quien en lo suyo. En Luis Donaldo había don de mando y don de gentes, defendió valores deontológicos y detestaba la solemnidad y la arbitrariedad. Le indignaba que “los primeros obligados en cumplir la ley eran los primeros en violarla”. Esta idea la enriqueció en su discurso del seis de marzo de 1994, “Veo a un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abusos de la autoridad”. Este discurso apuntó a la razón más que a la pasión y la emoción. En su natural propensión por la justicia social, apostaba por el Estado de derecho y el combate frontal, sin concesiones, a la corrupción y la impunidad, “hay demasiada ley para quienes pueden pagarla y muy poca para quienes no tienen con qué”. Creía con firmeza en la importancia de los contrapesos y la división y equilibrio de poderes. Impecable su cita a Montesquieu: “Para que no se pueda abusar del poder es preciso que el poder detenga al poder”.
En su discurso del 6 de marzo de 1994, a menos de tres semanas de su muerte:
“Chiapas es un llamado a la conciencia de todos los mexicanos… no debemos permitir que nadie monopolice el sentimiento de los chiapanecos. Expreso mi solidaridad a los chiapanecos que aún no han dicho su verdad, a todos aquellos que tienen una voz que transmitir y a todos aquellos que tienen una palabra que expresar. Frente a Chiapas nos avergüenza advertir que no fuimos sensibles a sus grandes reclamos, que no estuvimos al lado de las aspiraciones de sus comunidades y que no estuvimos a la altura del compromiso que ellas esperaban de nosotros”.
Hoy muchos se preguntan si con Colosio en la presidencia las cosas hubiesen sido mejores para el país. No lo sé. Nunca lo sabremos. Lo que sí sé, es de su genuina voluntad de cambio, de su voluntad de reformar el poder, de su idea de un nuevo federalismo de orientación estatal y municipalista. También atestigüé su capacidad de compromiso con los olvidados de siempre, su visión de Estado, su profundo conocimiento de los problemas del país, su devoción por el orden jurídico y su temple para enfrentar adversidades. Hoy que el poder delincuencial se fundió con el poder político en muchas regiones del país, de pasiones inflamadas y llamados incendiarios a la división de los mexicanos, el ideario de Luis Donaldo aún sigue vigente.