Acto heroico: La Feria

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Sr. López

Tía Beatriz, de las toluqueñas, vivía quejándose de las que le hacía su marido, su vida era un viacrucis, la Zarzamora (la que llora que llora por los rincones), era una castañuela junto a ella. Alguien alguna vez, dijo no entender que no lo dejara y el abuelo Armando, ese que nunca habló por ventilar la garganta, atajó: -No hagan caso, así le gusta -era cierto.
Sin contar a los partidos políticos opositores, el actual gobierno federal, personificado en el Presidente de la república, es repudiado por una significativa porción de la ciudadanía. Y ese rechazo no obedece al habitual desgaste de los gobiernos al final de sus periodos, se presentó desde inicios del sexenio.
El gobierno se aferra a la propaganda (oficial, pagada y mediante extorsiones no muy disimuladas), para convencer a no se sabe quién para no se sabe qué, de que gozan de enorme aceptación, mientras la realidad discurre por su inflexible cauce: este gobierno está reprobado y este Presidente no rebasa los índices de aprobación de sus predecesores (excepción hecha del triste Quique Copete, que ni en su casa).
Como en México la mayoría de las encuestas son del teatro Fantástico de Enrique Alonso (el Cachirulo), para saber cómo están las cosas se puede acudir a los resultados de los comicios federales que sí son una consulta nacional, bien realizada y bien vigilada.
Bueno, en tal caso, las últimas elecciones federales que se han realizado, fueron en 2021 con un padrón de 93 millones 984,196 ciudadanos inscritos, de los que 16 millones 759,917 votaron por Morena, o sea: solo el 17.8% de los gallardos tenochcas salieron de sus casas para ir a expresar en las urnas su apoyo al partidazo y al Jefe de jefes. Lo demás es música de viento. (Y de los votos emitidos, Morena obtuvo solo el 34.1% lo que hasta en el Instituto Macuspana, es reprobar).
Sin embargo y a riesgo de que se moleste usted con este su texto servidor, acomoda reflexionar en que este Presidente, que no es el príncipe milagro, ni el monarca del trincherazo, ni Carmelo que está en el Cielo se asoma a verlo gobernar, está en dónde está por voluntad popular y gobierna a capricho y hace y dice las que hace y dice, por la pasividad nacional y por domesticados medios de comunicación, comidos de miedo por sus pecados fiscales o por avaricia. El Presidente disfruta de las mieles del ejercicio desmedido de su cargo, gracias a la abulia del tenochca promedio, ese desinterés masivo que roza con la complicidad.
El Presidente y su gobierno no son los malos, enfrentados a la población que son los buenos. No. No son así las cosas.
Un ejemplo para quedar claros. Al término de la Segunda Guerra Mundial, se impuso la narrativa de que los nazis fueron los malos y que salvo Italia y Japón, el resto del mundo eran los buenos que los combatieron y los derrotaron. Nazis VS Mundo. Qué fácil.
El partido nazi, Hitler, se impuso en Alemania sin haber ganado nunca la mayoría en las elecciones, gracias a que consiguió que el parlamento, el Reichstag, aprobara la ‘Ley habilitante’ de 1933, que en la práctica dio poder dictatorial a Hitler. Los nazis tenían 288 diputados, no alcanzaban los dos tercios de votos necesarios (431) para aprobarla, los consiguieron con mentiras, amenazas y encarcelando parlamentarios. El Reichstag se dobló el 24 de marzo de 1933 y dieron a Hitler plenos poderes. Joseph Goebbels lo declaró en pocas palabras: “La voluntad del Führer ha quedado establecida totalmente, los votos ya no importan más. Sólo el Führer decide”.
Pudiendo neutralizar a Hitler, lo entronizaron. Sin ese Reichstag de cobardones -unos- y convenencieros -otros-, el mundo se hubiera ahorrado la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, los bombardeos masivos a ciudades y las armas nucleares, hasta alcanzar entre 50 y 70 millones de muertos, el 2.5% de la población del mundo.
Así las cosas y ya en plena guerra, la Alemania nazi no podía controlar ni gobernar las inmensas extensiones de los países que invadió, ni podía poner en práctica masivas persecuciones, expolio, confinamiento y exterminio de judíos, gitanos, Testigos de Jehová; comunistas, socialistas, socialdemócratas; homosexuales, escritores y artistas “subversivos”; prisioneros de guerra soviéticos (tres millones); y el asesinato de “incapacitados mental o físicamente” (el Programa de Eutanasia).
Monstruoso, sí, pero los nazis alemanes no podían hacerlo solos. Era demasiado territorio, demasiada gente. Contaron con la activa colaboración de gobernantes, militares, policías y numerosos voluntarios de Bulgaria, Rumania, Croacia, Ucrania (¡oh!, sí), Hungría, Finlandia, Austria, Bélgica, Holanda, Noruega, Dinamarca, Lituania, Estonia, Letonia, Polonia, Grecia y muy destacadamente Francia.
La población de todos esos países salvo excepciones, hizo como que no sabía que sabía lo que pasaba; lo sabían, lo toleraron y once millones de personas fueron asesinadas en el Holocausto, al tiempo que muchos más sufrieron lo inimaginable.
Cuando terminó la guerra, había que ocultar la incómoda verdad de que media Europa colaboró activamente con los nazis; eso hacía muy difícil la masiva aportación de recursos para la reconstrucción y la implantación de los nuevos órganos mundiales. Se adoptó un victimismo falso. Los únicos responsables fueron los nazis alemanes. Solos ellos, qué cómodo. Y a la fecha esa cicatriz marca a Europa. Se sigue negando el colaboracionismo por omisión y el activo.
Toda esa inconmensurable tragedia fue posible porque los nazis consiguieron quebrar la moral, primero, de sus parlamentarios, luego de su pueblo y después en los países invadidos.
No está demente este menda como para sugerir que México afronta un reto igual, pero sí que tenemos un desafío -equivalente y en su escala-, a esa infame ‘Ley habilitante’, que se nos ha presentado maquillada como 18 iniciativas de reformas constitucionales que entregarían el país a la voluntad de unos pocos.
Todo depende de acudir masivamente a las urnas el 2 de junio, no es un acto heroico.

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