¡Aleluya!: La Feria

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Sr. López
Hoy en la noche, en todos los zócalos del país, se procederá a la celebración del ‘grito’, en memoria del inicio de la independencia de México, a cargo de Miguel Hidalgo y compañía. No es cierto.
¡Otra vez este!, dirá usted y sí, con la pena, otra vez. No gritó nada de independizar a la Nueva España don Miguel, ese pícaro hacendado siempre en quiebra y endeudado (la noche del mismo 15 de septiembre de 1810 le sacó un préstamo de 200 pesos al colector del diezmo de Dolores). Fue buen teólogo y bueno para los idiomas, también muy jugador, vivía de fiesta y no se sabe cuántos hijos tuvo (dicen que seis: Agustina, Mariano, Lino, María Josefa, Micaela y Joaquín; pero seguro dos: Josefa y Micaela, que vivían con él y su mami en Dolores). Como no hay video de ese ‘grito’ a las imprudentes seis de la madrugada del 16 de septiembre, no queda sino recurrir a testimonios más o menos de fiar:
Según el obispo Manuel Abad y Queipo, lo que gritó fue: “¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII y muera el mal gobierno!”.
Un tal fray Diego Bringas, en un sermón que dijo en Guanajuato, el 7 de diciembre de 1810, aseguro que gritó: “¡Viva la América!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la religión y mueran los gachupines!” (Los gachupines entonces eran los españoles que en España, apoyaban la invasión de Napoleón y el derrocamiento de Fernandito).
Según Lucas Alamán, arengó así: “¡Viva la religión!, ¡viva nuestra madre santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la América y muera el mal gobierno!”
Y hay una versión muy penosa, de un tal Juan Aldama, capitán independentista, dicente testigo del ‘grito’, quien aseguraba que Hidalgo dijo: “Hijos, ayúdenme a defender la patria. ¡Se acabó la opresión, se acabaron los tributos! El que me siga a caballo tendrá un peso y el que me siga a pie, cuatro reales”. Lo que de ser cierto explicaría de dónde salió la costumbre de nuestras autoridades de los acarreados.
Igual, nada de independizarse. Ni lo pensaban, ni él y ni sus amiguitos, todos llenos de deudas, cosa curiosa, y más curiosa que el primer bando de Morelos (el del pañolón en la cabeza), entre sus disposiciones, puso una que reza: “Todo americano que deba cualquiera cantidad a los europeos, no está obligado a pagarla; y si fuere lo contrario, el europeo será ejecutado a la paga con el mayor rigor”… ¡padre! si debes no pagues, si te deben cobras, con el mayor rigor. Borraron sus deudas aprovechando el despelote, le digo, vivían ahorcados.
El que sí fue precursor de eso de hacernos independientes, poquito antes de 1810, concretamente en 1642 (168 años antes), fue Guillén de Lampart, un irlandés, quien promovió, clarito y sin medias tintas, la independencia de la Nueva España; lo detuvieron y estuvo 17 años preso, luego el 19 de noviembre de 1659, lo quemaron vivo (dicen que antes de asarlo tuvieron la gentileza de matarlo o que se suicidó, no se sabe); y no anda uno inventando nada: dentro de la Columna de la Independencia está su estatua con la leyenda: ‘Guillén de Lampart, precursor de la independencia de México’.
Por cierto y como dato que describe un poco nuestra tenochca naturaleza, le cuento que los que sí sabían sugirieron a don Porfirio eso de poner la estatua de Mr. Lampart en el monumento. Le pareció bien y ordenó que se hiciera. Quedó muy pero muy bien, de unos dos metros de altura, pero cuando estaba lista, no se acordaban quién era y mejor, para no meter la pata, la pusieron dentro, donde están los supuestos restos de los próceres; es la única estatua en ese lugar. Así somos. La vida de Mr. Lampart da para película de aventuras, si le interesa, léase de la historiadora Andrea Martínez, ‘Un rebelde irlandés en la Nueva España’; editorial Taurus; se va a divertir y a informar de cosas muy interesantes.
Sea lo que sea, los que se dieron a la tarea de inventar la historia de nuestra querida Patria, parece que consideraron impropio dejar a Iturbide el mérito de nuestra independencia en 1821 (sin muertos), porque se hizo emperador aunque la verdad es que fue el Congreso el que lo nombró así, pero igual lo fusilaron (detalle sin importancia: él no tenía deudas, era muy rico, pero de veras muy rico). Y otro dato que describe nuestra nacional mentalidad, es que don Agustín retrasó un día su entrada triunfal a la Ciudad de México, al frente del Ejército Trigarante, para que coincidiera con su cumpleaños, el mero 27 de septiembre.
Pero sin Iturbide se quedaron sin coartada para la independencia y como Mr. Lampart quedaba muy atrás y no era ni español, ni criollo ni mestizo ni indio (qué pena con las visitas: “el precursor de nuestra independencia ni mexicano era”), se inventaron el cuentazo de que el movimiento de Hidalgo fue el inicio de lo que se consumó once años después, dando a entender que el señor de la calvita inició una guerra de independencia y aunque murió, la cosa siguió hasta consumarse.
La verdad es que el despelote que provocó Hidalgo duró exactamente cuatro meses, hasta el 17 de enero de 1811, cuando la terrible derrota que sufrió en la Batalla del Puente Calderón, que fue cuando Hidalgo & Cía., salieron huyendo rumbo a los EUA, pero los atraparon rumbo a Saltillo el 21 de marzo de ese año y bueno, los fusilaron y decapitaron. No se andaban con chiquitas. Y santa paz en casi todo el territorio otros 10 añitos, menos Guerrero que no dejó de dar lata, pero ni quien le hiciera caso, allá tan solo, en la sierra del estado que lleva su nombre.
No piense que es uno de mucho saber. Todos los niños de este país aprendían en los antiguos libros de texto gratuitos de Historia de cuarto de Primaria, que el señor Hidalgo “hizo el llamado a apoyar el regreso de Fernando VII y destituir a la autoridad virreinal, ya que en ese momento no se buscaba propiamente la independencia, sino solo dejar de depender de España mientras esta fuera ocupada por el ejército francés”.
Y agradezca a este menda la proeza de no haber ni mencionado al inquilino de Palacio Nacional. ¡Aleluya!

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