Sr. López
Contaba la abuela Elena que tía Lucha se casó en el pueblo con un hombretón de los machos del lugar, pero se separó antes del año y dijo a sus papás que se iba a vivir a Yucatán, porque “quería hombre”, pero “ni parecido a los de acá” (de Autlán). Y así fue que regresó con quien después todos llamamos, ‘tío Chiquito’, muy buena persona. El que con leche se quema…
El diccionario, ese temido enemigo de mendaces y malabaristas del hablar, dice que ‘claudicar’ viene del latín ‘claudicāre’, que significa cojear. ¡Vaya!
Define ‘claudicar’ como “acabar por ceder a una presión o una tentación”. Tal vez se defina mejor con alguno de sus sinónimos: renunciar, cejar (y cejar es retroceder, ir hacia atrás). Ya suena mejor para lo que sigue: el gobierno de México ha renunciado, ha cejado, se ha rendido ante el crimen organizado, abandonando su obligación primerísima: dar seguridad pública.
No hay espacio para intentar siquiera un resumen de los análisis de los que saben de esto, el imperdonable desatino de no combatir al crimen organizado. Pero de ninguna manera se debe olvidar que a más de cejar ante el crimen organizado, el 12 de mayo del 2022, el Presidente dijo “también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos”, y eso con perdón de usted, es confundir el culo con las témporas (que son un tiempo litúrgico).
A los delincuentes, la autoridad no los cuida, no, de ninguna manera. A los criminales, el Estado los persigue, los detiene y los sujeta a proceso judicial para que reciban la sentencia penal que merezcan, sin necesidad de entrar en el falso debate del respeto de sus derechos humanos, porque sin violarlos es posible la más enérgica actuación de las autoridades. Los delincuentes deben temer a las policías, vivir escondidos en los albañales, no campear por sus fueros como ahora hacen (se vale decir ‘campar’, claro).
Si está usted pensando que este menda insiste de más en el asunto, sepa que apenas hace seis días, el 9 de febrero, desde Cuernavaca, Morelos, el Presidente dijo, muy orondo: “No les gusta, no me importa el que no les guste cuando digo abrazos, no balazos (…)”. Claro que no le importa, ya empezábamos a sospecharlo después de más de cinco años de oírselo repetir… y actuar en consecuencia.
Y peor: ayer declaró en su madrugadora, desde la seguridad de Palacio Nacional, que le parece bien que la jerarquía y los sacerdotes católicos en Guerrero, estén buscando pactar con los jefes de las bandas del crimen organizado para contener la violencia. Dijo:
“Lo veo muy bien, creo que todos tenemos que contribuir a construir la paz”; agregó, porque hasta a él le sonó fatal lo que acababa de decir, que “la responsabilidad de garantizar la paz y la tranquilidad es del Estado”.
Decir que está muy bien semejante cosa tan gorda, es claudicar, cejar, ceder en asunto tan grave, porque es de la estricta responsabilidad del gobierno y esas pláticas de religiosos con jefes delincuenciales, hasta ilegales pueden ser, pues por lo menos en vez de denunciar delincuentes, se hacen citas con ellos y se ponen a charlar. Dejemos ahí eso, pero no es muy correcto andar queriendo quedar bien con el diablo y con Dios.
El Presidente siguió de frente con el tema y acabó de arruinarla. Un reportero le preguntó si respaldaría esas negociaciones de jerarcas de la iglesia con los criminales y se lanzó al vacío: “Sí, todos los que puedan ayudar. Lo hace la iglesia, me consta, en Michoacán (…) nosotros lo vemos muy bien (…)”; y justo es decirlo, acotó que no vayan a ser acuerdos “que signifiquen conceder impunidad, licencias para robar”.
De veras o no entiende o le gana la boca. Los acuerdos de impunidad no los puede establecer un cura de pueblo ni un obispo. Los delincuentes lo saben. Eso se pacta con autoridades, con los que los pueden torcer, no con los que lo más que pueden hacer es no bendecirlos, no absolverlos en confesión o hasta excomulgarlos. Cosas estas tres que a los delincuentes organizados les preocupan menos que la temperatura promedio del interior de un iglú en Alaska (10 grados centígrados, para que no batalle).
Ayer también, uno de los obispos que han entrado en pláticas de paz con los cabezas de las bandas de delincuentes en Guerrero, José de Jesús González Hernández, de la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa, dijo a la prensa que pide a las autoridades “(…) que no se hagan a un lado, de verdad que le entren. Porque ellos pueden, o sea, son autoridad. Al gobierno, les llamaríamos que ejerzan todo su conocimiento, su poder (…) y pueda haber la tregua y pueda haber paz para las elecciones”.
Sí señor. Los jerarcas y los curas, no están queriendo sustituir al gobierno. Y no están en Babia. Lo que realmente importa en estos tiempos, son las elecciones del próximo 2 de junio. Ya lo dijo el propio Presidente, en su mañanera del 27 de febrero de 2021, a propósito de la elección intermedia:
“(…) cuando hay elecciones se mete el crimen organizado, se meten a financiar campañas y toman partido a favor de candidatos porque quieren el control en los municipios y en los estados”.
Tan fresco. Como si hablara del tiempo de lluvias: se mete el crimen organizado, financia campañas, toma partido porque quieren el control en los municipios y en los estados. Él solito se cerró la puerta: lo sabe… y sigue predicando abrazos.
La que respondió bien ante la misma pregunta fue Xóchitl Gálvez, que está dando prueba de que no es de lento aprendizaje y cada día habla más como mujer de Estado. Ella contestó:
“Es muy peligroso (…) es una pena que hoy la Iglesia tenga que negociar con el crimen organizado, ya que ellos desafortunadamente, de facto, son la autoridad en Guerrero (…) y me parece increíble que el Presidente diga que está de acuerdo, cuando el Presidente tiene que asumir su responsabilidad como Jefe del Estado mexicano”.
Y pensar que doña Claudia claudicante va a tener que decir que está de acuerdo en pactar con criminales.
De veras, hay que elegir alguien ni parecido a estos pero ni por los forros.