Sr. López
No se los voy a volver a contar: no es cosa de estar repite y repite. Espero, eso sí, que alguno de ustedes recuerde lo del médico que allá por los años 20 del siglo pasado, llegó a Autlán de la Grana, Jalisco, tierra paterna de su texto servidor, pretendiendo curar todo con cebolla hasta que el papá de la abuela Elena lo sacó a balazos del pueblo después que casi le mata a su mamá (de ella).
Queda claro después del recule presidencial con lo de Tesla, que solo en cuestiones de política es inamovible.
Marchas y mítines masivos manifestando la más viva oposición a sus iniciativas político-electorales, lejos de hacerlo cambiar lo hacen ratificar a machamartillo sus propuestas aun al precio de perder electores, miles o millones. La sola idea de escuchar la voz de ciudadanos (ajenos a partidos políticos), revisar y hasta corregir, no pasa por su mente. Tal vez confunde prudencia con debilidad.
Y conviene aclarar: las cancelaciones de la construcción del aeropuerto de Texcoco y la cervecera en Mexicali, no fueron decisiones económicas, no se confunda, fueron dos manotazos en la mesa para afianzar de entrada, su plena autoridad política, esa de que goza cualquier Presidente al inicio de su sexenio.
Como sea, el Presidente se aferra a sus decisiones políticas, no como el capitán de barco que se hace atar las manos al timón para no soltarlo por los embates de la tormenta, sino con la convicción resultante de un arsenal primario de ideas que no admiten discusión, siendo dogmas que van al delirio.
La masiva marcha de noviembre pasado, dirigida a los legisladores, coadyuvó a que nuestro Congreso no autorizara reformas constitucionales contra nuestro orden electoral. Se logró.
La multitudinaria manifestación del domingo pasado, fue dirigida a los magistrados de la Suprema Corte para que descarten por inconstitucional lo que llamamos Plan B, ese paquete de leyes que desfiguran nuestras normas electorales. Es tan burda la intentona que no lo dude, se logrará, aunque algunas partes de las reformas queden aprobadas porque no agravian a la Constitución. Ya lo verán los magistrados. Doctores tiene la iglesia.
Dado lo anterior, ¿qué sigue? Sesudos analistas señalan con alarma la anemia política de los partidos de oposición y consideran imperdonable que todavía no aparezca en el escenario el personaje-líder-paladín que asumirá la candidatura a la presidencia de la república, para enfrentar al Presidente y su movimiento en 2024. Se afirma que ya es tarde, que es demasiada la ventaja de la corcholata favorita del Presidente. Puede ser pero no es.
Como decía Jack el Destripador: vamos por partes. Los partidos políticos de hoy y antes, de oposición y en el poder, no han sido nunca conventillos de almas puras y su raquitismo resulta de casi un siglo de hegemonía no de un partido, sino de un régimen de dominación de todos los estamentos del poder, ese priismo imperial que llegó a balazos y se afianzó con resultados reales en beneficio de las mayorías, para languidecer en sus laureles dejando al país sin cultura política sin hábitos democráticos y con partidos que en su mayoría imitan sus prácticas. La excepción de esto es el PAN, nacido para competir pero no preparado para triunfar y por eso naufragó en sus triunfos.
Sin embargo esos partidos esmirriados y enclenques, en las elecciones del 2021 sacaron más votos que el partido presidencial y sus rémoras: Morena, Verde y PT, obtuvieron en números redondos 21 millones de votos; PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano, sumaron casi 23 millones (22,928). Esto lo sabe el Presidente, bien lo sabe, de ahí su intento de modificar las leyes electorales en su beneficio para ganar así sea con triquiñuelas.
Así que por el lado de los partidos, es mejor moderar la preocupación, ni mancos ni de alfeñique.
Y en cuanto a eso de que ya deberían haber lanzado hace mucho al escenario, al adalid que encarnará la candidatura presidencial, es conveniente considerar dos cosas: no es recomendable empezar la carrera de los cien metros planos un kilómetro antes; y si ya hubiera una cabeza visible, el gobierno ya la hubiera masacrado, con auditorias del SAT, con carpetas de investigación modelo Rosario Robles, con lo que fuera. No, en su momento. El proceso se inicia en septiembre de este año. No coma ansias. Es mucho país y no son pocos los que pueden. Hay más de uno de buen peso. Paciencia.
Por otro lado, a riesgo de que piense usted una peladez de la mamá de este menda (de veras, no se enchile), quién sabe qué tanto le conviene al país ganarle la presidencia de la república al Presidente, a este Presidente que jamás ha aceptado una derrota y que ni triunfando respetó al árbitro electoral. Es un tipo de cuidado. Si paralizó a la capital nacional en 2006, cuando se declaró ‘Presidente Legítimo’, imagine lo que haría en esta ocasión: es muy capaz de incendiar todas las capitales de la república; imagine las oficinas del INE en llamas. No, no es para tanto. Además, quien sea el próximo Presidente (a), va a gobernar sin dejarse mangonear. La historia es irrepetible y Plutarco Elías Calles se fue a un amargo exilio en abril de 1936. El maximato, muerto y enterrado, no va a resucitar, los zombis no existen (ni los aluxes, por cierto).
Además, por favor tome nota, lo más importante en las elecciones del 2024, es arrasar en el Congreso federal. Ahí sí nos toca a nosotros. Quien sea Presidente, que no tenga aparte del Ejecutivo, al Poder Legislativo. Ojalá ya nos hayamos aprendido la lección. No conviene que todos los grandes asuntos nacionales acaben en la Suprema Corte, es jugar volados con el destino nacional.
Y aparte, dejemos el cuento y vayamos a votar. Vaya mentalizándose desde ahora: el 2 de junio de 2024, se va a levantar a buena hora, desayuna y bañado (o no), se va a ir a votar. Este gobierno llegó con el voto de 30 millones y no salieron a votar 32 millones 721 mil. ¿Queremos cambiar?, no sigamos con la misma receta: no votar es dejar todo a la suerte y ¡vaya suerte