Verdades increíbles: La Feria

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Sr. López

Harto de malas noticias y burlas oficiales, buscando algo sensato qué comentar pero resignado a la crónica escases de buenas nuevas que reconfortan el alma y regularizan la digestión, releyó este menda un texto del lejanísimo 2013 de la siempre inteligente y desenfadada Alma Delia Murillo que aparte de escribir sabrosito y sin pretensiones -como el inmenso Ibargüengoitia-, permite el retozo de las neuronas con verdades que no empachan.
Busque el Murillo-texto, no se va a arrepentir, se titula “De música para trapear o la balada infrahumana”, publicado en Sinembargo el 2 de febrero a las doce de la noche con tres minutos, confirmando que las mejores obras humanas corresponden al turno nocturno, a menos que se imagine usted a Cervantes escribiendo el Quijote de siete a una, a Mozart inspirándose para su Réquiem en un amanecer vienés, muriéndose de frío, con la boca sabiéndole a centavo y unas ganas brutales de hacer pipí… no señor, que todo lo decente es vespertino y lo excelente, nocturno, como el “Nocturno a Rosario” de don Manuel Acuña, que no era un patán como para escribirle a su amada un “Despertar Huasteco”, no señor, un “nocturno”, como todo un señor, que no hay Dulcinea con el almohadazo en la mejilla y chinguiñas en los ojos, que se asome al balcón toda legañosa a sonreír como pambazo despeinado, al madrugador que le declama endechas a deshoras. Por la mañana lo hemos dicho antes, se ejecutan reos, se inician batallas y se saca la basura.
Discurre el escrito de doña Delia por senda diferente a lo que le comentaré aquí, pero ella incitó esta revelación: por sus canciones populares se conoce la psicología profunda de los pueblos, se entiende su historia, su evolución y se explica su realidad. El serio intelecto alemán se intuye un poquito oyendo sus “lieder”, con letra de Goethe o Heine, que en nuestras tierras servirían para conciertos a teatro vacío, jamás para llevar gallo con una botella de mezcal en la mano; la ligera sangre italiana en ebullición se conoce oyendo “Il cuore e uno zíngaro”, con el que Nicola di Bari puso a cantar a todo el lado occidental del planeta, allá en 1971; el fatalismo francés se comprende oyendo la “Vida en rosa” interpretada por la doliente Piaff, que da más ganas de llorar que de aplaudir; y el yanqui sentido pragmático de la vida, para el que todo es “business” porque el “time is money”, lo confirma el gran hitazo de la canción romántica de todos los tiempos gringos, “Tres monedas en la fuente”, que los emociona mucho en la parte que dice “cómo brillan a través de las ondulaciones del agua”… qué horror.
En México algo sucedió, porque pasamos de canciones románticas muy decentitas y bien rimadas -aunque de versos plenos de melcocha del más puro “art nacó” postrevolucionario, a lo puramente gañán de estos tiempos del tuiter.
¿Cómo éramos los tenochcas?, pues éramos “Solamente una vez”, “Pobre de mí”, “Arráncame la vida”, “Sin ti”, “Bésame”, “María bonita” y toda la trova yucateca; pero inadvertidamente empezó una nociva transmutación nacional a lo basto, lo grueso y vulgar, con sus primeros avances en el corrido de “El Caballo Blanco” o “Llegó borracho el borracho”, hasta que “El Rey” fue el pistoletazo de salida de la carrera sin obstáculos del cinismo exhibicionista que caracteriza a cierto sector del mexica simplex de ahora, porque se necesita tener muy azules ciertas partes masculinas, para gritar destempladamente “con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley”, sin percibir que es el himno del político venal al uso (chairos, absténganse).
Así, inadvertidamente los mexicanos nos fuimos adentrando por veredas de extravío, porque algo anda mal si uno se emociona con “La nave del olvido” y canta muy quitado de la pena “no entendería mi mañana si te fueras y hasta te admito que tu amor me lo mintieras, te adoraría aunque tú no me quisieras” -frases para enchilar al psicólogo más correoso-, hasta que pudimos por fin, oír sin hacer gestos, muy felices, “Qué mamá tan chaparrita”, “Te parto el alma”, “Invítame a pecar” y “Rata de dos patas”, sin poder dejar de mencionar algunas cumbres del romanticismo post Salinas, citadas por la Murillo, como “La del garrote”, “La del moño colorado”, “La mesa que más aplauda”, y “El mariachi loco”, que repite muy sentidamente -diez veces contadas- esa copla tan bella: “El mariachi loco quiere bailar” y como un adorno de versificación gongorista casi excesivo, empieza con una tierna rima costumbrista: “eh eh eh, ja ja ja ja ja ja ja”.
Qué podemos esperar si en su momento, celebramos con disco de oro-platino-diamantes el “sirenito con cara de angelito y cola de pescado” o si ahora en Palacio Nacional, en la sección de complacencias de diario programa La Mañanera, resuena a todo volumen “Los caminos de la vida”, éxtasis de la cumbia vallenata. Si de eso es capaz la civilización tenochca de nuestros tiempos, cómo van a ser delicados y correctos, finos, ninguno de nuestros personajes públicos o más bien, algunos, porque hay no tantos pero no pocos, que resisten la ordinariez chabacana de lo tosco, de lo grosero. Sí hay.
Estamos en el reino de lo burdo, eso explica que no pase nada con México nadando en sangre de asesinados, con centenas de miles muertos por la pandemia, miles de feminicidios, casi dos mil niños fallecidos sin medicinas, ni por más de 21 mil desaparecidos en estos últimos dos años.
Por eso la caída de un tramo de la Línea 12 del Metro con 25 muertos y 70 heridos, no le raspó el prestigio a nadie y ya nos darán una explicación modelo “confundieron al cardenal Posadas con el Chapo” (como nos dijeron aunque era más fácil confundirlo con la Gloria Trevi, por la sotana, digo).
Este gobierno triunfalista presenta su informe de labores número doce y no se arruga por nada, aferrado a la majestad de las verdades oficiales, en todo lo que no involucre panistas, opositores o empresarios insumisos, porque entonces sí, de inmediato, ofrecen verdades increíbles.

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