Tómbola perpetua: La Feria

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Sr. López

Contrata usted ingenieros y arquitectos, para construir un edificio. Muy bien. Lo diseñan y después de varias revisiones, aprueba planos y especificaciones. Empiezan. Se vence el plazo en que se comprometieron a entregarlo terminado; van en obra negra y no alcanzó el dinero que presupuestaron. Pide explicaciones. Le informan que han hecho 770 cambios al proyecto… y le recuerdan que en el contrato firmado por usted, los autorizó a hacer los cambios en que ellos se pusieran de acuerdo, a su cargo, por lo que tiene que seguir pagando todo. ¿Qué haría usted?… ¿nada?… ¿se encomendaría a Dios para que ya no hagan más cambios?… ¿seguiría pagando?

Sin exagerar así estamos en México. El proyecto de país que fue la Constitución de 1917 ha sido reformado 770 veces (mediante 256 iniciativas que cambiaron su articulado esas veces). La Constitución actual tiene cinco veces más texto que la original. Lo peor es que la Constitución en México se reforma al gusto del Presidente, no por exigencias o reclamos de la ciudadanía, de ninguna manera, es la sola voluntad del Ejecutivo de turno, avalada por nuestro Congreso, lo que permite cambiar el proyecto de nación, salvo excepciones que eso son, excepciones. No parece muy seguro el rumbo de una nación que continuamente cambia su proyecto. Además, no es serio.

Esta semana se decide un cambio estructural a nuestro modelo de país con la reforma al Poder Judicial. Depende del voto de una sola persona en el Senado. Son así las reglas y hay que acatarlas, sí, pero no es parte de las reglas ni de la democracia que el Poder Legislativo se pliegue a la voluntad o caprichos del Presidente de la república.

Contra la opinión y advertencias de especialistas en Derecho Constitucional, de litigantes, de académicos, de los miembros del Poder Judicial, de organizaciones empresariales y civiles, escuelas y facultades de derecho; contra la alarma que esta reforma causa en el extranjero y en los gobiernos de los países de que somos socios comerciales; sin tomar en cuenta los análisis de la banca extranjera y las instituciones financieras internacionales; contra todo, en la Cámara de Diputados se ha impuesto por el voto mayoritario del partido en el poder, esta extraña reforma destructiva… y en el Senado estamos a un voto de que se repita la aberración, un voto.

Sin fundamento en nuestro pasado legislativo, confiemos en que en esta ocasión, solo en esta pero más que en ninguna otra, en esta, nos llevemos la sorpresa de que ningún opositor vendió, rentó o prestó su voto. Es tanto lo que está en juego que tal vez por no pasar a la historia como el gran traidor, no haya ese único voto que necesitan Morena & Asociados, para darle su “regalo de despedida” al huésped de Palacio. Ojalá.

Pero aun salvando esta particular circunstancia, sería hora de reflexionar en que algo anda muy mal en nuestra legislación, respecto a las normas para hacer cambios a la Constitución.

Para empezar, sería recomendable rehacerla toda, el texto de la Constitución como está, es de veras un berenjenal que hasta contradicciones contiene; sería deseable un serio esfuerzo nacional para nombrar un Congreso Constituyente (aparte del Congreso constituido que tenemos), con la participación de expertos, políticos y juristas, para elaborar una nueva ley primera, que fuera nuestra ley máxima. Pero conociendo como conocemos las mañas y capacidades de cierta parte de nuestra clase política, no es aconsejable hacer una nueva Constitución… vayan a aprobar la reelección… no, mejor así le seguimos.

Lo que entonces pudiera hacerse es cambiar los requisitos para que se aprueben reformas constitucionales.

Para abrir boca, imponer el voto secreto de los legisladores. Esta sobradamente visto que en nuestro risueño país la principal diversión del Presidente de la república, es tronarle los dedos a los tribunos para ponerlos a hacer maromas, pero si el voto es secreto, ya veríamos que no habría mayorías aseguradas; el legislador tenochca vota para que su patrón sepa que lo obedece o para que el que pagó el voto sepa que le cumplieron… ¡ah!, y por convicción, sí, claro, siempre que convenga. Voto secreto es voto libre, como tienen claro los monjes desde los tiempos medievales, novedad no es. Conseguir solo esto haría una gran diferencia.

La otra cosa sería revisar eso de que -supuestamente-, las reformas constitucionales se aprueban por mayoría calificada de los legisladores, por los votos de dos tercios de los individuos presentes, y no es cierto porque a la hora de buscar la aprobación de los congresos locales, basta la mitad más uno de ellos para dar por aprobada una reforma a la Constitución; o sea, 17 entidades pueden imponer a 16 su casi nunca santa voluntad.

Si lo parejo es parejo, deberían ser aprobadas por la totalidad de los congresos locales… o si eso ya es ir demasiado lejos, bueno, en plan de no alegar, que sea por mayoría calificada de ellos, por 21 estados y no los 17 de ahora, pero en todos, por la misma mayoría de dos tercios (aunque no lo crea hay estados en que es por mayoría simple, de la mitad más uno).

Ya aprobada una nueva metida de mano a la Constitución por parte de todos los cuerpos legislativos del país, debería procederse a realizar un referéndum, de esos de “sí” o “no”, Cuando se cambia la Constitución, se cambia el proyecto nacional… ¿por qué no podemos opinar directamente los ciudadanos?, es nuestro país. Solo así sería válida una reforma constitucional… y por mayoría de dos tercios del total de votantes.

Otro candado para evitar barbaridades a lo hora de reformar un documento de la importancia de una constitución, es el de doble aprobación, esto es: la siguiente legislatura a la que aprobó una reforma, la debe ratificar, igual, por mayoría calificada; sin esta ratificación ni entra en vigor ni se aplica.

Dirá alguno que con estos requisitos es casi imposible hacer reformas a la Constitución… ¡de eso se trata!, de dificultar que el destino del país siga en tómbola perpetua.

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