Sr. López
Importa a este junta palabras, establecer claramente que el tal Donald Trump no le merece ningún respeto, le parece que es un patán, populista, delincuente, mentiroso, desleal, ingrato, tramposo, corrupto, misógino, presuntuoso y oportunista, para no hacer ninguna referencia sobre su señora madre.
Dicho lo cual, hemos de aceptar que Trump tiene razón en algunas cosas, las diga por conveniencia electorera, xenofobia, racismo o con la mejor intención, es lo de menos: tiene razón.
Tiene razón en tratar de proteger a los trabajadores de su país de la competencia desigual de naciones con mano de obra barata, en particular de China y sus tramposos precios bajos, subvencionados por el Estado. Tiene razón, a menos que estemos en el mundo al revés y los políticos deban atender y resolver los problemas de los trabajadores extranjeros, igual que los de sus connacionales. Faltaba más.
También tiene razón en proponer pararle el alto a la inmigración ilegal a su país (i-le-gal, no ‘indocumentada’, no ‘irregular’, no ninguno de los eufemismos al uso para no llamar a las cosas por su nombre: es ilegal como todo lo que no respeta la ley, sin trapitos calientes).
Para no caer en la trampa de los discursos supuestamente humanitarios que defienden a los que inmigran ilegalmente a otras naciones, piense usted en si alguien tiene derecho a meterse a la fuerza o a hurtadillas, a la casa de otro y encima, exigir que le den trabajo, servicio médico y educación. No. Claro que no. Entonces, ¿por qué los países deben recibir a los inmigrantes ilegales?
Se han hecho infinitos planteamientos defendiendo a los migrantes, dado que abandonan sus países de origen por condiciones de miseria, inseguridad y persecución. Y sí, está muy bien la solidaridad con los desposeídos y perseguidos, pero está muy mal otorgarles el inexistente derecho a meterse por su real gana a otros países, sin respetar sus leyes.
Importa hacer una clara distinción entre migrar e inmigrar. Migrar es cambiar de lugar de residencia. Inmigrar es llegar a otro país para radicar en él (del latín ‘immigrare’, ‘entrar en’). Se puede migrar libremente dentro del propio país. No se puede inmigrar libremente a otro país, ha de ser legalmente.
El artículo 13 de la Declaración Universal de los derechos Humanos de la ONU, dice: 1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.
Reléalo con calmita. Note que se evadió en su redacción el uso de las palabras migrar e inmigrar. Afirma que todos pueden andar y vivir donde les cuadre, dentro de “un Estado”, evitando decir a las claras que se refiere al propio país del viajante; pero da lo mismo, porque no dice que nadie tenga derecho a “entrar” en ningún país. Y no lo dice porque no puede la ONU borrar de un plumazo el derecho de cada país, ni desaparecer las fronteras. El mundo no es un solo país de todos los humanos; el mundo son muchos países cada uno con sus leyes y su población. Migrar, ‘circular’, dentro del país en que cada quien nació, es libre. Inmigrar está sujeto a la discrecionalidad de los gobiernos de cada país como permite entender la lógica más rudimentaria.
La ONU, que no se cansa de perder el tiempo, promovió en 2018, la firma del Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular; 164 naciones lo suscribieron para “(…) mejorar la gobernabilidad de la migración y afrontar los desafíos asociados con la migración actual, así como para reforzar la contribución de los migrantes y la migración al desarrollo sostenible”. Chulada. Nada más que no es un tratado internacional y conforme al derecho internacional, no obliga a nada a los firmantes, no es vinculante. En otras palabras: tinta sobre papel dentro de un archivero. Pero se oye rebonito.
Tras de tanta palabrería internacional y los tanteos de la ONU, se esconde la intención de poco a poco, imponer los derechos humanos sobre la soberanía de los Estados. No lo conseguirán. La inmigración ilegal es un asunto con milenios de existencia -otro día con tiempo comentamos sobre la antigua Roma-, que no tiene solución y como todo aquello que carece de solución, no es problema. Es tragedia, eso sí, pero nunca se le ha encontrado remedio ni arreglo, y los países cuidan de sus fronteras y expulsan a los que se meten sin pedir permiso. Y tan no tiene solución que en los EUA, con todo su poder y tecnología, tienen por ahí de 12 millones de inmigrantes ilegales, instalados y trabajando.
Ante el discurso de aceptación de la candidatura del Trump a la presidencia de su país, del jueves pasado, en el que machaconamente insistió en su plan de expulsar inmigrantes ilegales y cerrar fronteras, es de risa loca que nuestro Presidente haya dicho al día siguiente, que le enviaría una carta a su “amigo” (el fétido Trump), para aclararle “(…) que no se resuelve nada con cerrar la frontera, que es más, no se puede ni se debe”.
Sí se puede y ya lo hizo. En 2019, el Trump “dobló” al presidente López Obrador y vimos a nuestro gobierno mandar a más de 25,000 elementos de la Guardia Nacional, a corretear migrantes en lo que denominaron Protocolos de Protección de Migrantes (es inagotable la imaginación de nuestros políticos), el llamado “Quédate en México”.
Y peor es la cosa. El 3 de febrero de este año, nuestro Presidente presentó al presidente Biden, un decálogo “a fin de atender en conjunto las causas del fenómeno migratorio”, en cuyo segundo punto pidió 20 mil millones de dólares anuales para apoyar a países pobres de América Latina y el Caribe. Qué pena con las visitas. No se puede pregonar la defensa de la dignidad y soberanía de México, al mismo tiempo que se estira la mano pidiendo dinero.
El Trump, que no respeta a nada ni a nadie, el 1 de abril de este año, respondió ofensivamente, fiel a sus modos de gañán, dejando a nuestro Presidente en plan de limosnero: “ni 10 centavos”… otra vez: tiene razón.