Spinoza EL FILÓSOFO MALDITO

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José Antonio Molina Farro


No burlarse, no lamentarse, no detestar sino comprender”. B. Spinoza


Era un siglo XVII donde predominaban los oscurantismos, la intolerancia y el fanatismo. “Por sus {horribles herejías} que practicaba y enseñaba, por {actos monstruosos} y no apartarse de su {mala vida}” fue repudiado, condenado y desterrado tanto por la iglesia católica como por la sinagoga de Ámsterdam. Tenía tan solo veintitrés años y falleció a los cuarenta y cinco. He aquí algunos fragmentos del ‘herem’: “Con la ayuda del juicio de los santos y de los ángeles excluimos, expulsamos, maldecimos y execramos a Baruch Spinoza con el acuerdo de toda la santa comunidad, en presencia de los libros sagrados y de los seiscientos trece mandamientos que se recogen en ellos. Lo maldecimos… con todas las maldiciones que se encuentran en la Ley. Que sea maldito de día y maldito de noche. Maldito durante el sueño y maldito durante la vigilia. Maldito a la entrada y maldito a la salida. No quiera el Eterno que se le perdone jamás. Quiera el Eterno desatar sobre ese hombre toda su cólera y desencadenar contra él todos los males mencionados en el libro de la Ley; que su nombre sea borrado de este mundo para siempre jamás, y que Dios se plazca… en afligirle todas las maldiciones… Sabed que no debéis tener con Spinoza ninguna relación ni escrita ni verbal…que nadie se le acerque ni lea ninguno de sus escritos…”.
Pese a esta atmósfera brutalmente hostil el joven filósofo no cejó en su empeño de buscar una felicidad profunda y duradera, que puede obtenerse volviéndose de alguna manera indiferente a los acontecimientos exteriores, agradables o desagradables, y transformando el espíritu para que encuentre en el interior de uno mismo una felicidad permanente. Esa bondad suprema adopta el rostro de la alegría.
El pensamiento de Spinoza constituye una auténtica revolución política, religiosa, moral, psicológica y antropológica. Me detengo en el Tratado Teológico-Político que ocupa un puesto privilegiado no solo en el sistema de Spinoza sino en la historia del pensamiento universal. El miedo, nos dice, hace que los hombres sean naturalmente supersticiosos y atribuyan a los dioses todo hecho extraordinario. De ahí que los reyes hayan favorecido, desde antiguo, ese sentimiento, creándose una aureola de divinidad para manejar mejor a las masas. Eso mismo hacen los eclesiásticos, lejos de practicar la caridad, se dejan arrastrar por la avaricia y la ambición, apoyados en un pueblo ignorante. Spinoza tenía fama de ateo, primero entre los judíos, después entre católicos españoles y más adelante entre los calvinistas. “La luz natural no solo es despreciada sino que muchos la condenan como fuente de impiedad, las lucubraciones humanas son tenidas por enseñanzas divinas, y la credulidad por la fe. De ahí nacen los más crueles odios y disensiones”.
La Escritura, dice el filósofo, no es una carta enviada por Dios del cielo a los hombres, es un conjunto de textos que hay que analizar con el mismo rigor con que analizamos el mito, la sangre o las pasiones humanas. La Biblia no es {{el libro}}, sino una multitud de libros, de autores distintos y desconocidos, redactados a lo largo de unos dos mil años, retocados con frecuencia y cuyo canon no fue establecido hasta poco antes de la era cristiana. El afán de mando y la ambición han convertido a la Iglesia en un Estado cristiano que se enfrenta al Estado. En el mundo judío Spinoza trae a primer plano el odio a los extranjeros y de los extranjeros, en el mundo cristiano, la especulación y la ambición.
Jesucristo. Jesús de Nazaret no es el Hijo de Dios ni el Cristo de algunas iglesias sino un personaje excepcional en el que se manifestó de forma única la sabiduría divina. La palabra eterna de Dios, su pacto y la verdadera religión están escritos divinamente en el corazón de los hombres. La verdadera ley divina es la que nos viene del conocimiento y el amor a Dios. Para el filósofo Dios no es un ser antropomorfo; Dios, naturaleza y cosmos son lo mismo. Dios y el mundo no son más que la misma realidad. Todo lo que vemos y tocamos es una expresión de la divinidad. Todo está en Dios y Dios está en todo. El amor de Dios está más allá del tiempo y por eso es eterno. Por cierto Spinoza no es ateo ni espiritualista, es ambas cosas, porque dado que los dos atributos de Dios son el Pensamiento y la Extensión, el mundo está hecho de espíritu y de materia y ambos son inseparables.
Su pensamiento tiene un rigor geométrico y deconstruye los sistemas existentes y a diferencia de Descartes, engloba creador y creación, espíritu y materia, hombre, naturaleza, metafísica y ética. La religión de Spinoza no es la religión pietista, romántica sino la religión intelectual, la del sabio, centrada en el amor a Dios. En cuanto interior, la religión escapa a la política, en cuanto imaginativa escapa a la filosofía. Así pues, con el mismo derecho con que el intelectual es libre de defender sus ideas, el vulgo lo es para vivir su religión. Locke y Rousseau, los grandes teóricos del nuevo régimen, tienen con él grandes deudas, no confesadas, pero indiscutibles. Si con su método hermenéutico Spinoza se adelantó en dos siglos a Wellhausen y a Gunkel, en su visión del judaísmo y del cristianismo es precursor de las historias de la humanidad al estilo de Herder y de Hegel y de las vidas de Jesús, al estilo de Strauss y de Renán.
Sectarismo intelectual. Nada combate Spinoza con más dureza que el sectarismo intelectual, el más pernicioso y difícil de evitar. De ahí que nos recuerde la importancia crucial de la educación en la lucha contra esta intolerancia tóxica. La educación no debe limitarse a la adquisición de conocimientos sino también a la enseñanza de la convivencia, la ciudadanía, el conocimiento de sí mismo y el desarrollo de la razón. Sí, la razón por encima de todo. Para él nada es irracional.
Resulta obvio que todas estas ideas no salieron del cerebro de Spinoza como Atenea de la cabeza de Júpiter, él mismo admite haberse inspirado en grandes precursores. El mérito de Baruch es haber construido con esas ideas dispersas y parciales, una metodología general, que tiene asombrosa vigencia hoy día. El padre de la modernidad política comprendió tres siglos antes que Gandhi, que la verdadera revolución es interior y que es transformándose uno mismo como se cambia el mundo. También nos enseña que ningún régimen político, aunque sea democrático, funcionará bien mientras los humanos se muevan más por sus pasiones que por su razón. Fue odiado, pero no odió nunca, fue traicionado, pero no traicionó a nadie. Se burlaron de él, pero siempre respondió con respeto. Fue víctima de las peores calumnias, vivió bajo amenazas permanentes y siempre se mantuvo fiel a su línea de conducta. En muchos sentidos Spinoza fue no solo una figura adelantada a su tiempo sino también al nuestro.
Damasio el célebre neuropsicólogo ve hoy en Spinoza el precursor de sus teorías sobre las emociones. Nietzsche: “¡Estoy asombrado, encantado! Tengo un precursor, ¡y vaya precursor!… Mi soledad que como al subir una montaña muy alta, muy a menudo me deja sin aliento y hace que la sangre me corra más de prisa, es al menos una compañía de dos. ¡Magnífico! Nietzsche construyó también su ética a partir de la alegría, pero lo hizo de una manera fragmentaria, con aforismos, en tanto que Spinoza construyó un potente sistema racional. Flaubert “¡qué hombre, qué cerebro, y qué espíritu!”. Freud. “Admito desde luego, mi dependencia de la doctrina de Spinoza…” Einstein: “No creo en el Dios de la Biblia, pero sí en el Dios cósmico de Spinoza… no en un Dios que se preocupe del destino y actos de los hombres”. Va más allá: Vio en Spinoza la prolongación metafísica de la revolución física que estaba llevando a cabo. Goethe: “Después de haber buscado en todo el mundo… encontré en Spinoza el apaciguamiento de mis pasiones… su método matemático era el opuesto a mi carácter, lo que me convertía en su discípulo apasionado y su admirador más decidido…” Borges: “El más pródigo amor le fue otorgado, el amor que no espera ser amado”.

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