Sin prisa y sin pausa: La Feria

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SR. LÓPEZ

Tío Daniel era adinerado, no rico, pero sí con lo suficiente para no haber trabajado un día en su vida (ni uno). En su casa se vivía arribita de bien y no faltaba nada. No era avaro y aparte de bonachón, chaparrín y medir lo mismo de estatura que de diámetro, bailaba como trompo y en las fiestas se lo peleaban las sobrinas. Su esposa, tía Nena Grande (Elena), no tenía queja alguna excepto (nunca falta un pelo en la sopa), la manía del tío por su Chevrolet Cupé, un carro que recién salido de agencia, era de babear de hermoso… pero los tíos se casaron en 1947, la molestia de la tía era en 1966 y el carro era modelo 1937… se caía a pedazos, el motor humeaba como fumigador de los de antes, las vestiduras daban grima, las portezuelas tenían adaptadas chapas de puerta de casa… bueno, en los talleres no se lo recibían (los fuera a desprestigiar). Y el tío, necio en conseguir refacciones que ya solo se encontraban en los museos, en arreglar lo que ya no había modo de componer… y lo tuvo hasta el día en que en 1977, el Creador decidió ver al tío en persona (y el coche salió de la casa antes que la carroza con el fiambre, porque para la tía era una obsesión ya no ver esa ruina). Se le hizo.

Al pasado 5 de febrero, nuestra Constitución, la actual (la que se hizo en 1917),  llevaba 707 reformas, establecidas mediante 233 decretos. Agregue usted si para ello no tiene inconveniente, las reformas actuales para la Guardia Nacional e imagine las que faltan, para ‘desreformar’ la Educación y lo que se les ofrezca al Ejecutivo y Legislativo de turno.

Nuestra Constitución es la más reformada del planeta. Aunque sean odiosas las comparaciones, la de los EUA (de 1787), ha sido reformada solo 27 veces (enmiendas les llaman allá, cada quién); la de España, tres veces (qué chiste, la hicieron apenas en 1978), y la de Brasil, 70 cambios ha sufrido (es de la misma fecha). Datos del estudio “Las reformas a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, elaborado por el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República (consignados en sabroso artículo de la Redacción de la “La Silla Rota”, de este 5 de febrero pasado).

Hay incluso países que en rigor, carecen de Constitución y no son juveniles naciones púberes, sino señoras matronas con todo un pasado, como la Gran Bretaña, que funciona aceptablemente bien sin Constitución (mejorcito que nosotros, digo, no lo ande contando, pero sí, con la pena); aparte de Canadá, Nueva Zelanda, Israel, etc…

Como sea, en México tenemos Constitución y en medio de nuestro despelote, a veces le dicen equivocadamente Carta Magna, que no es carta ni es magna, como la llaman esos que pretenden aparentar que saben cosas y copian a lo puro maje esa denominación de la única que sí es eso, la “Magna Carta Libertatum” (Gran Carta de las Libertades, en latín), que el 15 de junio de 1215, firmó de mal modo el rey Juan I de Inglaterra a los barones que estaban a punto de destronarlo o si no, cuando menos, de dejarle el trasero de mandril (ya tenían tomada la ciudad de Londres), enchiladísimos contra el principio vigente hasta entonces de que el Rey estaba por encima de la ley y podía gobernar por sus puros calzones -como le viniera en gana-, aunque lo decían bonito, lo llamaban, el principio de “vis et voluntas” (“fuerza y voluntad”, en latín, que en traducción libre mexicana queda en lo  de los reales chones), y los barones le sacaron la firma de que gobernaría si quería seguir con cabeza donde ponerse la corona, conforme al consejo de los principales miembros del reino, la costumbre y las leyes que de todo eso fueran saliendo (cosa que a su vez copiaron de una carta similar firmada un siglo antes por otro rey de Inglaterra, Enrique I); pero la cosa terminó muy mal y pareció que sí se aplacaban cuando otro rey, Eduardo I, en 1297, firmó la “Confirmatio Cartarum” (Confirmación de las Cartas… no es latín, vaya usted a saber en qué lengua la escribieron, parece que en normando… interesantísimo, por eso La Feria se refiere a sus lectores en singular).

El caso es que en la Gran Bretaña no tienen Constitución. Por cierto, en esas “cartas magnas”, entre otras cosas se establecía que si el Rey no obedecía lo tiraban, que no podía llamar al pueblo a las armas (le quitaron el ejército), ni decretar impuestos… y que todo mundo tenía derecho a “un debido proceso” (por si le suena).

El punto es: ¿cuándo vamos a darnos cuenta de que nuestra Constitución y en general la organización política del país son una colección de esperpentos?… nos da miedo, pero ya va siendo hora de que se instale un auténtico Congreso Constituyente que con prudencia y oyendo a todos, considerando los tratados internacionales que rigen en México igualito que si estuvieran incluidos en la Constitución, se dedique a elaborar una ley suprema que sirva y valga en todo el país -y responda a nuestra realidad-; que revise y emita las leyes generales que rijan en toda la patria; que acepte nuestra verdadera identidad, empezando porque no somos, nunca hemos sido federales.

Sí, de verdad, hay cosas que es mejor volver a hacerlas. Nuestra Constitución recibe trato de documento sagrado, como si nos los hubiera entregado Diosito en propia mano, y ahora ya no es sino un documento con más borrones que tarea de niño burro. Ya estuvo bueno, nuestra Constitución no la trajo Moisés del monte Sinaí.

Lo dijo mucho Porfirio Muñoz Ledo (tiempos pre-baba), y nadie le hizo caso. Si nuestro actual Presidente de verdad quiere quedar con letras de bronce en las páginas de nuestra historia, que convoque a ese Congreso, para promulgar una verdadera transformación y no otra tanda de reformas y adaptaciones que duran lo que dura el Presidente… y a las derechas, sin que pueda ser vigente para la actual administración federal.

Se puede repensar todo. Hay que intentarlo cuando menos, pero esta vez, en serio, con la participación de tanta cabeza clara que hay en este país, y muy importante, sin prisa y sin pausa.

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