Sin ofender

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LA FERIA/Sr. López


Contaba la abuela Elena que allá en Autlán a principios del siglo pasado, una prima suya enviudó embarazada de su primer hijo porque el ya fiambre por una tontera se lio a tiros con uno de mejor puntería (se pronuncia ‘lió’, pero es monosílabo, no lleva tilde, disculpe la molestia). Muchacha de rancho, acostumbrada a ver las cosas como son y a ir a lo práctico, saliendo del cementerio le dijo a su ya exsuegro: -Este hijo que me dio usted por marido, por andar de valentón, me dejó viuda y preñada… así que me lo repone –y sí, la emparejó con otro hijo y cosas de la vida, coincidió la sencilla boda con el parto. La cosa parece que salió bien, tuvo nueve más.

Ayer se inició el cónclave en el Vaticano (en la Capilla Sixtina, en el Vaticano, a la derecha de la Basílica de San Pedro, entrada por los Museos Vaticanos, no hay pierde), en el que los cardenales elegirán al sumo pontífice, del latín ‘pontifex’, constructor de puentes en la Roma clásica (originalmente le decían así al que cuidaba el puente sobre el río sagrado, el Tíber).

En la Iglesia también son pontífices los obispos y arzobispos, por eso lo de “sumo” pontífice, supremo pontífice. Los cardenales elegirán al santo padre, al sucesor de san Pedro, al nuevo papa, pues.

No deja de llamar la atención de este menda texto servidor de usted, el mucho tiempo y espacio que dedican los medios de comunicación en todas sus presentaciones, a este evento, evento en su más riguroso sentido de acaecimiento, de algo que sucede, en este caso la muerte de un papa y la elección del siguiente (¡next!).

También llama la atención del junta palabras, que sin excepción, el tema se trata con respeto y eso en los tiempos que corren, de culto a lo vulgar, de preferencia por el escándalo, del pregón de intimidades y ordinarieces, se agradece.

Aparte, bendito el Buen Dios, el asunto no da para chabacanerías (dejando de lado las bobadas de cierta prensa con “encuestas” sobre qué clase de papa quieren los católicos o los “análisis” sobre cuáles cardenales tienen más chance de ganar, como si de “corcholatas” se tratara); y también auxilia lo del cónclave a cuando menos por un día, no comentar procacidades del Taibo, el Noroñas, la Nahle y cuatrotadas en general.

Ese tratar con respeto la elección del nuevo papa, hace dudar al del teclado de la supuesta veneración por la democracia (en este caso la electoral), porque la muy importante decisión de quién será cabeza de esa Iglesia con 1,400 millones de fieles, la tomarán en esta ocasión 133 señores (número variable, depende de cuántos cardenales nombre cada papa y de cuántos palmen o sean ochentones, que esos no votan).

Esos caballeros votan en secreto, secreto absoluto y muy en serio. Además, esos que eligen, no fueron elegidos por nadie, bueno, sí, por el papa, a dedo, y encima: las mujeres están excluidas absolutamente de la elección del nuevo sumo pontífice y de toda decisión de la Iglesia. Y ni quien rechiste (con las excepciones que en todo hay, que siempre hay exaltados, hasta en el box… pobre Canelo).

En sentido estricto, la Iglesia católica no es una monarquía, pero sí es monárquica: el papa es jefe universal e indiscutible, autoridad máxima en toda decisión ejecutiva, legislativa y judicial. Y la chamba es vitalicia, al papa no lo puede quitar nadie. Renuncia o se muere ‘ex cathedra’, en la silla. ¡Ah! y no hay requisitos para ser papa, basta estar ordenado sacerdote (antes, ni eso, que al papa León X, en el siglo XVI, primero lo eligieron papa y luego -rapidito-, lo ordenaron sacerdote y lo hicieron obispo).

Nota importante dirigida al político tenochca que enterado del contenido del párrafo anterior, se interese por el puesto: no manejan dinero ni tienen sueldo… digo, no vaya a ser, imagínese al Andy, el hijo del Señor de los Abrazos, haciendo grilla en Roma, que de eso y más son capaces, como solicitar la ciudadanía española.

La elección de los papas no siempre fue como ahora. Al principio y hasta por ahí del año 1059 (usted chéquelo por su cuenta, pero casi seguro), a los obispos y al papa, los elegía el pueblo, clero incluido; no ponían casillas electorales, ni tenían su INE, era por aclamación, otro día con tiempo lo cometamos.

Como había mucho lío y emperadores y reyes metían las narices, en ese año que usted verificó ya, el papa Nicolás II, emitió una bula (un documento), estableciendo por sus papales chones, que al papa lo elegían solo los cardenales. ¡Abur elección popular!

Las reglas ya muy seriecitas se fueron poniendo a lo largo de siglos, porque una institución que es eterna, prisa no tiene.

A la Iglesia, así, monárquica, no le ha ido tan mal, digo, dos mil añitos algo dicen (sin entrar en discusiones sobre Constantino, Lactancio, Eusebio de Cesarea y el concilio de Nicea, que viene a dar lo mismo, pues serían 1,700 años de Iglesia); y no es difícil suponer que no hubiera prevalecido eligiendo por voto directo a su cabeza: despelote asegurado.

La grandísima memez de elegir por voto universal directo al jefe de Estado, no es por mucho, la más usada en el mundo. En Europa no es así en el Reino Unido, Francia, España, Alemania, Grecia, Italia, Bélgica y otros (siempre falta espacio, disculpe); aparte hay otros 40 o más países con monarquías constitucionales.

Ni en los EEUU es así, que ellos eligen Presidente por votación indirecta, su Colegio Electoral decide y no siempre queda el que sacó más votos (caso práctico: en las elecciones de 2016, Hillary Clinton, obtuvo 2 millones 868 mil 686 votos más que su rival y no quedó de Presidenta, quedó el infame Donald Trump, con menos votos de la gente).

El sistema tonto de elegir por voto directo universal al jefe de Estado se impuso a América Latina por cortesía del tío Sam que así se aseguró una manera fácil de mangonear países, como los mangonea, a la fecha, México incluido, no se ande creyendo cuentos.

Y no, no funciona el sistema, mire nada más el florilegio de batracios que han llegado a jefes de Estado acá en el barrio. Sin ofender.

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