Renunciar al futuro: La Feria

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Sr. López

¿Cuándo se acaba el cuento? Cuando menos a los nacidos en la década de los años 50 del siglo pasado, nos han tocado vivir en carne propia buena parte del cuento nacional y sus evoluciones. En México, disculpe usted las molestias que esto le ocasione, vivimos en el cuento y algunos, del cuento; la teoría dice que no hay mentira perpetua, ni tonto que se la crea, pero en nuestro risueño país nos estamos pasando de castaño oscuro.
El primer cuento que enseñaban en aquellas nuestras escuelas que hoy idealizamos nomás por el paso del tiempo, era que México era el “Cuerno de la abundancia”… mala broma en un país sin ríos navegables, partido a lo largo por dos cordilleras -que hacen caro subir todo de las costas al altiplano-, sin carbón en abundancia (combustible del progreso del siglo XIX a mediados del XX); con enormes desiertos al norte, feraces selvas al sur y menos del 17% de la tierra cultivable… ¡ah!, pero la naturaleza nos bendijo con abundancia de todo… ¿de veras, cómo de qué?… porque también es cuento que somos una gran potencia petrolera, puro cuento.
Cito a don Daniel Cosío Villegas (“La riqueza legendaria de México”, El Trimestre Económico, volumen VI, México, 1940): “¿Por qué en este país de maravillas hay tanto malestar, tanta pobreza? ¡Ah!, dice uno, por el cura; el otro dice por el militar; éste, por el indio; aquél, por el extranjero; por la democracia, por la dictadura, por la ciencia, por la ignorancia; finalmente, por el castigo de Dios. Y claro, hace algunos años que las respuestas de moda son éstas: por el ejidatario, por los sindicatos, por la legislación laboral”. Sabio, don Daniel.
Este menda atribuye los males nacionales al menos en parte, a nuestro vivir en el cuento. Mire si no:
Antes de la llegada de los españoles, Tenochtitlán era el Edén, una cosa preciosa: Nezahualcóyotl escribía poemas, los niños en el calmécac recibían amorosamente clases, los soldados hacían manojos de flores para sus simpáticas guerras floridas; un paraíso con todo mundo remando en el plácido lago de Texcoco, cante y cante… sí, cómo no: los mexicas eran una sociedad feroz, de costumbres terribles, religión de horrores, antropófagos que odiaba todo Mesoamérica, que por eso hubo conquista: todos se aliaron a don Hernán & Cía., con tal de sacudirse a los mexicas-zetas de la época.
Y el cuento sigue: durante el virreinato los españoles se pusieron a catequizar y alfabetizar a los indios, a enseñarles artes y oficios, a producir seda, a entonar cantos gregorianos… sí, pero también les enseñaron que ser pobre era lo máximo, con pase automático a la eterna Gloria del Señor, que los ricos y los que producían riqueza, tenían pase automático a los reapretadísimos infiernos, usted se acuerda del camello y el ojo de una aguja: ¡sí, jodidos pero contentos, fuchi, el progreso!
Y sigue y sigue el cuento: el liberalismo del siglo XIX fue luminoso y Benito Juárez -el Santa Claus de la patria- y sus compañeros, fueron casi santos laicos… será, pero el país estaba en una miseria e ignorancia inconcebibles hoy en día y los beatos liberales, no se hartaron de robar, a la iglesia cuanto pudieron y pudieron mucho, y a los indios sus tierras comunales.
Luego, que Porfirio Díaz hizo berrear de dolor a la patria 30 años y 105 días, sí, pero él se inventó la nacionalidad mexicana y nos dio sentido de patria, nos puso en el mapa del mundo, industrializó al país, tendió vías férreas que dio contento y empezó casi todo: telégrafo, electricidad, carreteras, puertos de altura, teatros sinfónicos por todo el país; inició los barruntos de educación oficial y reinstaló la universidad… pero la miseria dolía y sí fue un dictador, empero, en esa época y 79 años más, en México, pensar en democracia era una quimera… ahí pregúntele a don Pancho Madero.
Inagotablemente cuentistas, resultó que el régimen que surgió de la Revolución patentó a su nombre el fin de la dictadura de Díaz, aunque los pleitistas que ganaron esa guerra civil, nada tuvieron que ver con su derrocamiento, no creían en el agrarismo ni en la no reelección, que impuso Calles (tal vez nuestro único estadista genuino). Ese régimen sí logró innegables avances, pero estrenamos cuento: el desarrollo era “para adentro”, encerrados, el ejido nos iba a inundar de comida… y acabamos importando todo -maíz y frijol también-, nos quedamos con una industria-chatarra, la educación se la escrituraron nuevos caciques y acabamos dando tumbos entre espirales de crisis y presidentes de ocasión.
Pero no se agotó el cuentero nacional y el nuevo propósito fue vender casi todo lo que controlaba el gobierno, desaparecer el ejido para ver de lo que era capaz nuestro campo, permitir la entrada de la iniciativa privada a casi todo, abrir el país -de par en par-, firmar acuerdos de libre comercio con toda la Vía Láctea… y avanzamos lo nunca visto en economía, la pobreza de hoy es mucha pero ni se parece a la de toda nuestra historia, aunque seguimos importando comida y la delincuencia está peor que el bandidaje del siglo XIX (que lo arrasó don Porfirio, por cierto).
Llegamos al año 2000 y el pregón fue la democracia: eso era lo que nos faltaba y con eso ¡ya! Bueno al menos ya tenemos elecciones fiables aunque el inconveniente es que nada impide que algunas acémilas se hagan con el poder. Chin…
Sin embargo ahora, por fin tenemos un robusto empresariado, la gente ya entendió que mejorar su vida resulta de su esfuerzo personal y que al gobierno toca no estorbar y asegurar el juego parejo.
Y precisamente ahora… ¡nuevo cuento!: hay que regresar el país a los tiempos del PRI imperial y poner todo bajo la voluntad y autoridad de un solo hombre.
Solo que esta intentona delirante y ahistórica, tiene fecha de caducidad. El cuento por fin se acabó: pertenecemos al planeta, ya todo se imbricó, la globalización es irreversible y llegue quien llegue a la presidencia de la república en 2024, mandará al archivo muerto este cuento tonto de volver al pasado y renunciar al futuro.

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