Juan Carlos Gómez Aranda*
Recientemente ha crecido cierta tensión social en algunos barrios y colonias de varias grandes ciudades del mundo por el aumento de turistas extranjeros y nómadas digitales que, según habitantes locales, han aumentado los precios de renta de viviendas y negocios, desplazado a sus antiguos residentes. Este fenómeno, que se ha hecho notar en la Ciudad de México, Madrid, Barcelona, Lisboa o Venecia se identifica como gentrificación, que es el proceso de renovación de una zona urbana implicando el desplazamiento de su población por parte de otra con mayor poder adquisitivo o la saturación de establecimientos de comercio o servicios para atender a multitudes de turistas.
Mientras esto transcurre, en otras partes se continúa promoviendo que más visitantes conozcan sus maravillas naturales o culturales y se invita a personas a vivir en sus pueblos y ciudades. Esta paradoja nos invita a reflexionar sobre los retos puntuales de las autoridades citadinas, las migraciones, el mestizaje y la multiculturalidad que forja la identidad de las naciones.
Nuestro país es una buena muestra de la fusión cultural que engrandece a una nación a partir de sus pueblos originales. En Mesoamérica, durante más de tres mil años se elevaron y derrumbaron brillantes, avanzadas y enigmáticas civilizaciones que todavía se interpretan por la belleza e importancia de sus vestigios, pues en ellas ocurrió el cultivo de las ciencias, las artes con los más variados estilos, la espiritualidad y el pensamiento, llegando a nuestro tiempo como magníficos ejemplos del genio y originalidad de sus habitantes.
Mesoamérica fue, y en muchos sentidos sigue siéndolo, un archipiélago de naciones con lenguas distintas, pero cosmogonía compartida. Diversidad de culturas que devinieron en civilizaciones que desarrollaron en alto grado su conocimiento de las ciencias y el sentido del arte, particularmente la arquitectura, la escultura, la astronomía, el urbanismo y la pintura, que todavía hoy nos sorprenden y enorgullecen a los locales y a los nuevos nómadas.
Cuando en marzo de 1493 Cristóbal Colón regresó a España, deslumbró a dignatarios y multitudes que lo aclamaron en Barcelona y Sevilla por las novedades que mostró y narró sobre el Nuevo Mundo. De América trajo hombres de apariencia exótica a los ojos europeos, animales nunca vistos, frutos y plantas desconocidas que causaron gran curiosidad. Pero lo que seguramente más emocionó a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, fue el oro que llevó consigo y despertó la codicia de sus patrocinadores, quienes inmediatamente aprobaron la solicitud del navegante de realizar un segundo viaje. Por aquellos años la producción de oro y plata en Europa se encontraba en declive y gran parte era atesorada por las monarquías y la Iglesia, mientras que otra parte se utilizaba para la orfebrería decorativa de las catedrales, palacios reales y atuendo de monarcas y dignatarios, dejando cantidades menores para amonedar e impulsar las transacciones comerciales.
Conviene mencionar que en el “nuevo” mundo para los europeos, sus habitantes ya tenían amplios conocimientos en medicina, ingeniería hidráulica, agricultura, astronomía, matemáticas, refinado arte y otras disciplinas, particularmente en Mesoamérica y en la región andina. También usaron el cero en las matemáticas y exploraron el sistema solar para perfeccionar su calendario, rivalizando con Europa.
Cuando llegaron a estas tierras, los castellanos se encontraron con ciudades majestuosas como Tenochtitlan y muchas otras ciudades-estado que ya habían vivido su esplendor. A su vez, ellos mismos traían consigo el legado de casi 800 años de influencia árabe y bereber en la península ibérica, que había transformado su arquitectura, su ciencia, su arte y su visión del mundo. Así comenzó la historia de este mestizaje: un proceso complejo de conflicto, convivencia y colaboración. Mujeres y hombres de orígenes diversos forjaron lo que hoy llamamos México.
- Eduardo Ramirez hace suyos los desafíos de Chiapas
Los mexicanos tenemos muchos motivos para sentirnos ya orgullosos de nuestra herencia cultural. Nuestro legado no empieza hace 700 años, sino mucho antes, y sigue vivo en nuestras lenguas, tradiciones, conocimientos y expresiones artísticas. Sin embargo, también debemos reconocer que en pleno siglo XXI persisten condiciones de desigualdad inadmisibles, como ocurre aún en varias regiones de México y de Chiapas.
Por ello, el gobernador Eduardo Ramírez está sentando las bases para construir un Chiapas más seguro, próspero y sustentable. Un estado donde las oportunidades sean equitativas para todos y el ejercicio de los derechos sociales una realidad cotidiana. Un territorio de libertades, con políticas públicas que resuelvan las causas estructurales de la pobreza, especialmente en las comunidades indígenas originarias, que han sido históricamente excluidas.
Sólo así podremos afirmar que los mexicanos de esta generación hemos cumplido con nuestra historia… y con nuestro porvenir que solamente será, si es compartido.
*Coordinador de Asesores y de Proyectos Estratégicos del Gobernador de Chiapas.