¡Qué siga la función!: La Feria

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Sr. López

Tío Nico (Nicolás, lado materno-toluqueño del berenjenal genealógico de este menda), manejó su vida con realismo de brocha gorda, a veces parecía pesimista y otras no, porque atinaba, como cuando a Virginia, su hija mayor, no le dio permiso (años cincuenta del siglo pasado, se pedía permiso), de ir a un viaje a Europa que organizaba la preparatoria en que estudiaba -alumnas acompañadas por profesoras-, porque, dijo tío Temo: -Quiero que hagas honor a tu nombre cuando te cases -y acertó: de ese viaje nacieron dos chamacos rubios y después se supo que varias de las maestras y algunas de las alumnas, dejaron severamente dañado el prestigio de la mujer mexicana entre gondoleros venecianos, meseros parisinos y chulapos madrileños. A tomar baños de asiento volvieron.
Lo mismo recomienda este su texto servidor a cierto sector de la comentocracia y diputados federales opositores: baños de asiento.
Ayer, otra vez, de nueva cuenta, como si nunca hubiera pasado, como si fuera la gran sorpresa, nuestra prensa nacional destacó la reciente confrontación de diputados del Congreso General (que así se llama: Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos), con motivo de la votación de la Ley de Ingresos que regirá el próximo año.
Con tintes de indignado asombro, los reportajes destacaron que hubo intentos de toma de la tribuna, empujones, jaloneos y (¡ay, qué feo!), se dijeron ‘de groserías’.
Por supuesto se destacó que los diputados opositores calificaron como bajeza y abyección, que los legisladores morenistas y los de sus partidos rémora, votaran a favor de esa iniciativa de Ley y que no hicieran caso a las observaciones en contra ni reservas, de los otros partidos (PAN, PRI, PRD y MC)
Bueno, se necesita ser un distinguido miembro del Club de la Baba, para suponer que un partido proponga una iniciativa y no vote a favor de ella. Para eso se lucha por obtener la mayoría, para usarla, para aprobar sus propuestas de reformas constitucionales, leyes y puntos de acuerdo.
Teóricamente (supuestamente, hipotéticamente), el partido que consigue la mayoría, representa a esa misma proporción mayoritaria de ciudadanos que les dieron su voto y sus proyectos de leyes, sus iniciativas, corresponden a los intereses de esa mayoría de electores y en el mejor caso de toda la población, aunque la realidad sea muy otra: los diputados legislan con iniciativas cocinadas por unos cuantos que no pocas veces ni del Congreso son (lo que es legal), aprobadas en comisiones y votadas en el Pleno como les ordenan sus jefes de bancada, sin que todos los legisladores tengan en realidad, cabal conocimiento de lo que están aprobando.
¿No le gusta?… bueno, ya se amoló, así es la democracia en el planeta: la mayoría manda, informada o no, manda. Ni modo.
Otro asunto es que sean o no correctas, buenas para el país, las leyes que se aprueban en el Congreso.
Para evitar que nuestros legisladores aprueben (a veces), iniciativas de la casa del terror, sería bueno que los electores pusiéramos más atención en por quién votamos, pero como votamos a lo loco o solo por el partido de nuestra preferencia sin fijarnos en si el candidato que han postulado es una acémila, pues a callar y a apechugar: nosotros hacemos las cámaras, nosotros ponemos en su curul a los que las ocupan (ahora ya no tenemos el consuelo de poder decir que diputados y senadores llegaron con trampa, eso era una gentileza del priismo imperial, podíamos sacudirnos la responsabilidad, ya no).

Como sea: la Ley de Ingresos pasará a la Cámara de Senadores para que les repitan la dosis a los opositores, pues para aprobar leyes solo se necesita mayoría simple, la mitad más uno de los votos y esa la tiene Morena con sus socios-compinches de ocasión (los del partido Verde cambian de preferencia política como de calzones). Pero, en fin, así es.
Se supone que los aguerridos opositores (no los tricolores, esos andan mordiéndose la punta de las trenzas, echándole miraditas coquetas a Morena), quisieron frenar lo de que quienes cumplan 18 años deben obtener su registro federal de causantes, tengan o no ingresos gravables. Los argumentos en contra son guangos, tan guangos como las justificaciones a tal medida. Ni es terrorismo fiscal ni incrementará la base gravable: los que no pagan impuestos porque no ganan un peso no se van a aterrar y los están en la informalidad laboral, tampoco van a sufrir un ataque de nervios ni se van a ir a registrar, la candidez no es una característica del tenochca simplex; y por lo mismo, no se incrementará la base gravable (aplican restricciones: nunca falta un tontito); y la amenaza de que no registrarse ante Hacienda “podría” generar multas es de risa loca: ¿cómo multar a quien no tiene registro, a quien no saben si existe?
Así las cosas, ya que quede aprobada la Ley de Ingresos, la Cámara de Diputados aprobará el Decreto de Egresos (en eso no mete las narices el Senado, es facultad exclusiva de los diputados, dice el artículo 74, fracción IV de la Constitución), y en eso sí debería darse la madre de todas las batallas legislativas no con gritos y sombrerazos en la tribuna, sino explicándole antes a la ciudadanía cómo quiere gastarse el gobierno el dinero de todos los que sí pagamos impuestos, de manera que tuviera un alto costo político imponer un presupuesto que no esté confeccionado conforme a las necesidades de la gente. Y no lo harán, nunca lo hacen, como tampoco ejercen a plenitud su facultad de fiscalizar el ejercicio del presupuesto, a través de la Auditoría Superior de la Federación (ASF).
El día que funcione como debe la ASF, este país empezará a cambiar: es inmenso el poder de fiscalización superior de los diputados y es uno más de los misterios de la política nacional que no lo ejerzan ni empiecen por incrementar muy ampliamente las facultades sancionatorias y el presupuesto de la ASF. Que le pongan dientes y la fortalezcan y ya veríamos de otro color la vida pública nacional.
Mientras, como siempre: ¡qué siga la función!

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