Sr. López
El viernes pasado fue Día de la Madre. Este menda recuerda que a sus abuelas les parecía una cursilada gringa, ¡vaya! Y a las mamás de los entonces niños, les era indiferente y no todas iban al festival de las madres en la escuela. Otros tiempos.
Esto de celebrar a las madres empezó en la Grecia Antigua, honrando a la diosa Rea mami de los otros dioses, y en la Roma clásica les copiaron a los griegos, nada más que ellos celebraban tres días seguidos a Cibeles (la señora de la fuente en la colonia Roma), que llamaban Magna Mater, la Gran Madre (no intente un aumentativo), aunque hay por ahí quienes sostienen que los romanos en la fiesta Matronalia, celebraban a la diosa Juno por ser la que asistía los partos… bueno, da lo mismo. Luego llegó el cristianismo y esas fiestas pasaron a ser en honor a la Virgen María. Bonito.
Sin embargo, ya en nuestros tiempos resulta que sí fue en los EUA desde 1865, que empezaron con esto de la celebración a las madres sin rastro de religiosidad ninguna, para reconocer, mostrar respeto y gratitud a las madres que habían perdido hijos en la Guerra de Secesión; esa fue la idea original y mucho después en 1914, el gobierno federal de los EUA fijó el segundo domingo de mayo de cada año, como fiesta nacional en honor de todas las madres. Ni quien diga nada.
En México la cosa es peculiar. Allá a principios de los años 20 del siglo pasado, el entonces secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, buscó el apoyo de Rafael Alducin, director del diario Excélsior, para contrarrestar el movimiento feminista que desde Yucatán empezaba y se les ocurrió celebrar la maternidad y el rol de las mujeres como mamitas-buenas-amas-de-casa. Ni modo, empezó como movimiento antifeminista. No lo cuente mucho. Luego se construyó en la capital nacional el horroroso Monumento a la Madre, que inauguró Miguel Alemán el 10 de mayo de 1949 y del que la abuela Elena decía: -Mucha piedra y poca madre –decía ella, es cierto.
Da todo lo mismo, hoy por hoy es fiesta nacional y está muy bien (a condición de que los restantes 364 días de todos los años, las señoras sean tratadas con respeto, si se puede con amor… y mejor que mejor, todas las mujeres, paridas o no, faltaba más).
Los portales de noticias de ayer, consignaron que el señor-Presidente-de-la-república, Andrés Manuel López Obrador, llegó al Salón Tesorería de Palacio Nacional, como todos los días, para dar su cotidiana conferencia de prensa pero esta vez lo hizo con un ramo de flores y advirtió que no respondería preguntas ni hablaría de política y que habría un concierto de mariachi y sones jarochos para conmemorar a las madres mexicanas. Dijo:
“A las mamás que se nos adelantaron, pero como vamos a decirlo en una canción, hay amor eterno, para todas ellas nuestro cariño, nuestro recuerdo y para las mamás que están con nosotros, mamás, abuelitas, a todas, muchas, muchas felicidades, esta mañanera comienza con las mañanitas y vamos a llevar a cabo este homenaje a las madres, nada de política, nada de preguntas y respuestas, es para las mamás, el lunes ya vamos a ponernos al corriente, nos ponemos al día, pero ahora es para las mamás, mucho amor, amor, amor, amor”.
Amor, amor, amor, amor. Sí, cuatro veces amor. Pero afuera, en la plancha del Zócalo, vigiladas por decenas de policías y frente a las vallas metálicas que amurallan Palacio Nacional, permanecieron decenas (¿centenas?), de mujeres pertenecientes a más de 50 colectivos de Madres Buscadoras de varios estados del país, para las que no hubo mariachi ni jarana. Ellas no, que son madres de desparecidos que en este sexenio suman casi 34 mil y por lo mismo son sospechosas de… de… ¡de algo! Y por lo mismo, lejos de ser atendidas por alguien de parte del Presidente, las mudas puertas cerradas de Palacio Nacional, fueron una vez más, la clarísima respuesta: ni las ve ni las oye. Y esta fue la marcha número 13 de las madres buscadoras y trece veces, puertas cerradas, indiferencia.
Qué hubiera pasado si el Presidente en persona hubiera aparecido en el Zócalo, para reconocer el inmenso dolor de esas madres e invitarlas a entrar a Palacio para conversar con él. No lo hubieran aclamado, no, pero él hubiera podido aparentar que le importan también esas madres, las de hijos desaparecidos, que claman por el desgarrador consuelo de tener unos huesos que llorar, que enterrar.
El diario El Financiero, consignó que Yolanda Morán, directora del Colectivo Buscando Desaparecidos México, que busca a su hijo desde 2008, acusó al presidente Andrés Manuel López Obrador y al fiscal de la república, Alejandro Gertz Manero de rechazar las peticiones del colectivo para mantener una reunión con las familias de los desaparecidos; dijo: “Tengo todo el sexenio pidiéndoles reuniones para las familias de desaparecidos, él (López Obrador) nunca nos ha querido recibir, dice que no le gustan las lloronas (…) lo mismo con el fiscal (Gertz Manero), nunca ha recibido a las familias, no tiene la capacidad para trabajar en esto”. Pero, adentro de Palacio, amor, amor, amor, amor, mariachi y sones, con sabor a insulto, a desprecio.
A este gobierno le es indiferente el dolor que traspasa a México. En primerísimo lugar el de las madres de los miles y miles de niños muertos por cáncer sin medicamentos ni tratamiento que atenúe su atroz sufrimiento al morir, porque en México diario hay más madres a las que se les muere su hijo de esta infame manera.
Esa misma indiferencia que no hay mariachi ni ramo presidencial, que la disimulen, toca a las madres de los 300 mil que no debieron morir por la pandemia; a las madres de los más de 185 mil asesinados; a las de los 4 mil 843 profesionales de la salud que murieron en la pandemia, por falta de la debida protección y sin vacunas para los médicos y enfermeros de sanatorios privados. En este México hay madres de Palacio y las invisibles.
Así, con el país debatiéndose entre lagos de sangre y llanto, nos ofrecen construir el segundo piso. ¡Que se oiga esa banda!