Puro cuento

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La Feria/ Sr. López

Se lo he contado antes: en el Centro de Adiestramiento en que fue domesticado este menda texto servidor de usted, no había más autoridad que la del Jefe de Proveeduría, el esposo, el papá. Sin discusión. Eran los tiempos.

Sin embargo, ese mando máximo se ejercía de manera peculiar, porque la Jefa de Administración y Disciplina (otros niños le decían mamá a las suyas), no raras veces, después de escuchar con sospechosa serenidad, alguna de sus incontestables disposiciones, decía tranquila: -¿Podemos hablar? -iban a su recámara y en poco rato, el supremo macho de la casa salía diciendo el exacto opuesto a su tonante orden previa. Bonito.

Parece universal la aversión a las monarquías en todas sus presentaciones, en especial las absolutas.

Somos modernos, elegimos a los que nos gobiernan; somos modernos, no aceptamos que nadie tenga el poder total, para eso lo dividimos en tres, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, así hay contrapesos. ¿Sí?… no es cierto.

No se enoje con este junta palabras, téngale paciencia.

El Estado moderno resultó de la Revolución Francesa que se ha idealizado con exageraciones y oportunos olvidos de sus aberraciones.

No se niega que está muy bien, que suena lindo lo de “Legalidad, Igualdad, Fraternidad”, tanto como “Trabajo, Familia, Patria”… no, ¡perdón!, ese es lema nazi, disculpe el resbalón. Pero… si a lemas vamos.

Lo cierto es que la Revolución Francesa fue contra la monarquía absolutista, la nobleza, la iglesia católica y los burgueses.

Al monarca y su esposa, les cortaron la cabeza, igual que a muchos nobles, pero no a todos, los revolucionarios no eran tarugos y se acomodaron muy bien a que siguiera la ‘nobleza de espada’, la dedicada a la cosa militar, cerca de 80 mil nobles que sirvieron a la Revolución, conservando sus privilegios, eso sí (había otros tipos de nobleza en esa Francia, la de toga, la de cancillería, la de cartas y los plebeyos si se ponían listos, accedían a la nobleza… no hay espacio).

Pero es un gran cuento que reyes y monarcas hacían lo que les venía en gana; estaban limitados en primer lugar, por los nobles, que les ponían las peras a 24 cuando abusaban (tenían sus propios ejércitos); también por la iglesia con el nada despreciable poder de la fe sobre la gran masa, aparte de tener el registro civil (nacimientos, matrimonios, defunciones), y el registro de la propiedad.

Para mayor dolor de cabeza de reyes y monarcas, los plebeyos (el peladaje), no eran dóciles rebaños; la gente común, los sin nobleza ni hidalguía, vivían acorde a sus costumbres y tradiciones (que defendían con uñas y dientes); conforme al derecho natural que en su doctrina predica y defiende el cristianismo; y organizándose por su cuenta y para su beneficio, en sociedades de auxilio, cofradías, sus propias demarcaciones, asociaciones por oficios -sus gremios-, y hasta obteniendo del rey o los señores de su lugar, fueros, privilegios y exenciones.

La plebe también tenía muy claro el derecho al tiranicidio (matar al tirano), cuando el gobernante en lugar de protegerla, cometía crímenes o era despótico.

Y no vaya a pensar que es una idea salvaje, se estudió por muy claras cabezas desde la Grecia Clásica hasta Tomás de Aquino (si le interesa el asunto, léase del jesuita Juan de Mariana, ‘De rege et regis institutione’ -‘Sobre el rey y la institución del rey’-, editado en 1599, muy interesante).

No está recomendando este menda semejante cosa, solo anota que esos plebeyos de esos entonces, así pensaban (y los reyes lo sabían).

Por cierto, la Revolución Francesa declaró que “el derecho imprescindible del hombre la resistencia a la opresión”, no se podía ejercer sino a través de los asambleístas (los diputados), mediante la revuelta. El miedo no anda en burro.

De esos efectivos poderes de hecho de los nobles, la iglesia y la gente común, nacieron por ejemplo, los Estados Generales en Francia, asamblea que aprobaba o no, propuestas del rey y en la que el Primer Estado era el clero; el Segundo, los nobles; y el Tercer Estado era el peladaje, el pueblo, campesinos, artesanos, burgueses. El poder absoluto en serio, es cuento.

Una cosita que juega a favor de reyes y monarcas es que no roban, ¿para qué?, el país entero es de ellos (o sea, nada, pero ellos se lo creen).

Y en estos tiempos ya casi no hay reyes absolutos (en países árabes, sí), ya todos están bien sujetos a las leyes y parlamentos de sus países y no gobiernan. Es otro asunto.

Como sea, la Revolución Francesa estableció un nuevo modelo de poder que a diferencia de la monarquía absolutista, sí es absolutista: el Estado moderno no admite competidor ninguno; es autoridad máxima, absoluta, justificada en su supuesta sujeción a las leyes que el pueblo se da, cuando la verdad, es que las leyes las hace el propio Estado, con los inconvenientes que todos sabemos, cambiándolas y violándolas cuando se ofrece, claro.

El absolutismo del Estado moderno se expresa a lo vivo en su monopolio de la exacción (el robo legal de dinero de la gente, los impuestos, que por algo se llaman así: nos los imponen); junto con el monopolio de la fuerza (ejércitos, policías); aparte de cuerpos de espionaje a su exclusivo servicio que no rinden cuentas a nadie, nunca, pero traen cortito a cualquier grupo o individuo, que les parezca puede amenazar su poder absoluto.

Viene al pelo recapacitar en que en ningún tiempo ni nación, el Poder Judicial (jueces, tribunales), ha sido del todo autónomo ni independiente.

Es el Poder más débil y jamás ha contado con medios coercitivos propios para imponer sus resoluciones, no tiene una robusta policía a sus órdenes ni puede cobrar por sí mismo las multas de sus sanciones.

Los gobernantes han tenido siempre buen cuidado en mantener al Poder Judicial en la debilidad que les acomoda. Y nada se puede hacer si el gobierno no acata sus resoluciones. Nada.

Por eso, la medida de la seriedad y ética de quienes son gobierno, es sujetarse al Poder Judicial voluntariamente y por convicción. Lo demás es puro cuento.

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