LA FERIA/ Sr. López
El primo Esteban, de los del lado materno-toluqueño, contando chistes era insuperable y garantía de carcajadas continuas; en las fiestas todo mundo lo quería en su mesa. Así las cosas, una vez fue a pedir permiso para ponerse de novio (eran otros tiempos, no como ahora que las hijas de familia nomás avisan que no llegan a dormir), pero, en fin, después de soltar sus mejores chascarrillos, dijo a lo que iba y el papá, entre hipadas y agarrándose la barriga, contestó: -No (risas) cómo cree joven (risas) usted no es serio (risas) –y la doncella casi cayéndose de la silla de hilaridad, agregó: -Cuando me dijiste… creí que era chiste –rigurosamente cierto.
Ante la orgía de desmesuras, metidas de pata, disparates, ocurrencias, majaderías y perversidades, a cargo de quienes se han hecho del poder político en nuestro país, afanados en su “revolución pacífica” y en su construcción del “segundo piso” de algo que en los seis años anteriores, no llegó a cimiento y quedó en cascajo de administración pública e instituciones a medio derruir; ante todo eso, cualquiera pensaría que estamos al borde un estallido social. Y no. Nada pasa. No se mueve la hoja del árbol. Más bien, parece que al gallardo peladaje nacional, le gusta este despelote o al menos, le es indiferente.
Sin atender a las excepciones que son individualidades, a los mexicanos nos place que se diga que en nuestro país, Kafka hubiera sido un escritor costumbrista (además, como que da un toque culto); igual eso de que André Breton en su visita a México en 1938, afirmó que somos el país más surrealista del mundo (si es que lo dijo, vaya usted a saber).
Ya metidos en esto de las citas citables sobre nuestra risueña patria, la verificable es del poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón (1904-1992), quien escribió que en México:
“Todo es imprevisto y nuevo y permanente como el cielo. Su orden es renovado cada día y siempre con algo de inaudito (…) patria de los delirios comestibles”.
¡Adentro!, imprevisto y nuevo, orden renovado diario con algo inaudito, pero lo mejor es eso de que somos la patria de los delirios comestibles (y cómo no iba a pensarlo, imagine su estreno con un taco de tripa con salsa de chile habanero).
La verdad es que el tenochca promedio no ha oído en su vida de Kafka, Breton ni del tal Cardoza, pero sabe que somos un desmadre (en la tercera acepción que consigna el diccionario: juerga, jolgorio, relajo, cachondeo), y nos creemos asombro del mundo por ser un país en el que las cosas son al revés y que, ¡somos tan listos!, que vivimos en él sin enredarnos, lo que se traduce en un raro orgullo: ¡somos únicos!
Pero no es cierto, no somos tan listos ni somos únicos. Sobre el mundo al revés se ha escrito desde hace milenios. Por ahí del 1550 a.C., en unos papiros egipcios se describe un lugar de absurdos en el que en que los ratones persiguen a los gatos; o Eurípides que en su Medea (431 a.C.), habla de la confusión de un mundo al revés, en el que los ríos fluyen hacia arriba y “tienen los hombres decisiones engañosas; ya no es segura la confianza en los dioses”.
Más para acá, Francisco de Quevedo en su obra ‘La hora de todos y la fortuna con seso’ (1650), escribe: “todo se ha trocado ya/ todo al revés está vuelto/ las mujeres son soldados/ y los hombres son doncellos”. Temible la pluma de don Francisco.
Oscar Wilde también tocó el asunto del mundo al revés y en un cuento de 1891 habla de unos que “nacen viejos y se rejuvenecen año tras año hasta que mueren niños”.
Así que, no somos únicos ni es novedad lo del mundo al revés, aunque sí seamos ‘kafkatlán’. Eso sí.
Tal vez convenga recordar lo que escribió en su tiempo la enorme Ikram Antaki sobre nuestra mexicanísima realidad en su novela de 1996, ‘El pueblo que no quería crecer’, que firmó con el seudónimo Polibio de Arcadia, en la que escribe -no es cita textual-, pero sí dice que en México la mentira es verdad y la verdad mentira; lo recto es torcido; los dichos remplazan los hechos; y (esto sí es cita): “(…) el chantajista se ha vuelto el amo de la historia y amo del juego; sus reglas nacen de la revaloración de las leyes (…) la responsabilidad del error, del daño, no es de nadie; todo es accidente, aun la destrucción, aun el crimen (…) las tesis fundadas en la extravagancia pueden hacer que lo imposible o lo absurdo sean lógicos, dando nacimiento a los errores, las injusticias, las infidelidades, y sus actores: el mentiroso, el injusto y el infiel”.
Fíjese, doña Ikram así de pasadita, menciona que “todo es accidente”, y “accidente”, aparte de ser una quemada con el sartén, es lo casual, lo eventual, lo que no es previsible, lo que resulta del azar, de la buena o mala fortuna. Y regresamos a don Francisco de Quevedo, que en la misma obra relata como Júpiter reprende a la diosa Fortuna y le dice:
“Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los méritos, y los premios de la virtud, al pecado; que encaramas en los tribunales a los que habías de subir a la horca, que das las dignidades a quien habías de quitar las orejas y que empobreces y abates a quien debieras enriquecer”.
Lo escribió hace casi cuatro siglos y es gran verdad; las cosas salen mal a resultas del desmadre, de no aplicarse a su atención, dejarlas al azar, y se llega a premiar el delito, castigar la virtud, elevar a tribunales a quienes no lo merecen y a honrar criminales. (Ni se le ocurra revisar de entre nuestros rumbosos legisladores federales, ni se le ocurra).
El despelote nacional orgullo del tenochca estándar alcanza a la clase política actual que apoya cuando no impulsa, el encontronazo entre poderes confiando unos, en que las aguas revueltas les darán beneficios en cargos y contantes y sonantes; y otros, en que retendrán el poder cuanto les dé la gana.
El Congreso dominado por Morena exhibe su abuso de poder y su intención torcida, sin intuir las consecuencias nada lejanas de que al mundo no le hace gracia y sabe ya que no son serios.
Mientras, que disfruten su hacer política al revés.