Poder y liderazgo

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José Antonio Molina Farro

Max Weber describió las cualidades esenciales que son necesarias para un liderazgo transformador: “El único hombre que tiene vocación para la política es aquel que tiene la certeza de que su espíritu no se quebrará si el mundo, mirado desde su punto de vista, resulta demasiado estúpido o ruin para aceptar lo que él desea ofrecerle, y que, ante toda esa obstinación, pueda seguir diciendo (¡Incluso así! A pesar de todo), ERA.

Nos invade un legítimo orgullo como chiapanecos, Eduardo Ramírez, en la reciente encuesta de @FactoMetrica figuró como el gobernador mejor evaluado. Además de obtener el primer lugar en desempeño, también dominó en materia de seguridad, esto último muy lejos del segundo lugar.

El criterio por el que se juzga a un gobernante en la historia, es su olfato y sabiduría para trascender las circunstancias mediante la visión y la dedicación absoluta a su quehacer.

Han de tener claro lo que hay que evitar y lo que no se puede bajo ninguna circunstancia tolerar. Con visión moral y estratégica se puede advertir en el gobernador de Chiapas que se adelanta a los retos antes de que den lugar a crisis.

Deseamos que siga por ese camino. Sabe pasar de la ansiedad táctica a la templanza estratégica, para conducir a Chiapas a un destino más esperanzador.

Así vemos que su liderazgo es el resultado de la colisión entre lo tangible y lo maleable, de lo que viene dado y lo que se ejerce. Epicteto filósofo estoico de hace mucho escribió:

“No podemos elegir nuestras circunstancias externas, pero siempre podemos elegir como responder ante ellas”. Esa es la función del líder, guiar esa elección e inspirar a su pueblo durante su ejecución.
Ninguna sociedad puede ser grande si pierde la fe en sí misma, y esto nos exige estar dispuestos a ampliar nuestra esfera de preocupación del yo al ello de la sociedad en general y convocar a la generosidad. No pude evitar recordar a José López Portillo:

“Los mexicanos no debemos vernos en el espejo negro de Tezcatlipoca”, en franca referencia a que no debemos perder la fe y confianza en nosotros mismos.
En otro tema y en un ensayo sobre la vejez Norberto Bobbio escribe que “el gran patrimonio del viejo está en el maravilloso mundo de la memoria”. Siempre es útil buscar respuestas en la imaginación y la experiencia. En el pasado y en el futuro. Coaligar la historia con el porvenir. Y sí, hay que mirar atrás para ver hacia adelante. Hagamos un breve repaso.

Históricamente nuestros gobernantes han tenido un poder descomunal, sin contrapesos efectivos, artífices del cielo y de la tierra, son el estadio más cercano a una deidad.

Tengo en mis manos el libro El jefe de la banda de José Elías Romero Apis, muy recomendable, pues aunque no cita fuentes, por experiencia personal y vivencia se aproxima mucho a los usos de la tradicional política mexicana. López Mateos le dijo a Díaz Ordaz: “En México el presidente tiene todas las dichas y dos desgracias. Una de ellas es que todos te dicen que eres un dios. La otra es que terminan convenciéndote”.

Por cierto, López Mateos, humanista, valiente y constructor de instituciones nunca vivió en “Los Pinos”, prefirió vivir en su casa personal en San Jerónimo. Ahí sería Adolfo hasta que muriera. Lo abatió profundamente el asesinato del guerrillero Rubén Jaramillo y su familia.

Y el hecho de que se atribuyó el asesinato a su persona. Vivió pocos años, 59. La vida le regateó tiempo, pero le concedió lo que Johann W. Goethe definió la mayor felicidad a la que puede aspirar un hombre: realizar, en la madurez, los sueños de la juventud.

El poder brinda felicidad y fatalidad. Es frecuente que los gobernantes sufran, muchas veces en silencio, de ahí la necesaria fortaleza para soportar las incomprensiones, las dificultades, los fracasos, los peligros, las ingratitudes y, en muchas ocasiones la muerte de sus amigos y aliados políticos. Ortega y Gasset nos habla de una moral que es común a todos los hombres y otra moral que es propia de los individuos que están destinados a la dirección y jefatura de una sociedad.

Al reconocer y distinguir que hay espíritus grandes y espíritus pequeños, no por valoración sino por la diferencia real de dos estructuras sicológicas distintas y de dos modos antagónicos de funcionamiento de la psique, se concluye que hay virtudes y vicios de gran dimensión y otros que son comunes a la dimensión de los hombres y mujeres de talla común y ordinaria. No se trata de menospreciar virtudes como la honradez, la veracidad o la templanza sexual, pero es tiempo de reconocer virtudes solo exigibles a los mandatarios o responsables de encargos muy delicados en la estructura de gobierno. A guisa de ejemplo, podríamos decir que la infidelidad marital de un gobernante no es un asunto plausible, pero tampoco dejar de considerar que es un asunto que solo afecta a su esposa y, por lo mismo, solo a ella puede interesarle y a nadie más. Muy distinto es el ser infieles a la nación. Va de ejemplo.

El caso de John Profumo, el gran escándalo sexo político de los sesenta. Lo reseña con claridad Romero Apis: se dieron dos consecuencias para el Ministro de Defensa británico: su esposa lo defenestró. Pero es importante tener en claro que los británicos no se sintieron afectados por su romance con la prostituta Christine Keeller sino porque, en el lecho, le confiaba los secretos militares del Reino Unido, mismos que la Keeller transmitía a su amante caribeño y este los vendía a la Unión Soviética.

Esto no era un chisme de alcoba sino un grave riesgo para la nación. Profumo fue botado de su casa, no por estúpido sino por infiel, y fue botado del gobierno, no por disoluto o rabo verde sino por imbécil e indiscreto.

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