Pobrecito: La Feria

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Sr. López

Tía Herminia tuvo un solo hijo, Mino (Herminio, rigurosamente cierto), y dedicó su vida a consentirlo hasta el asco. Mino era un desastre en todo y en la escuela también. Reprobaba materias, repetía años y tía Herminia siempre decía que los maestros le tenían “mala fe”. Los grandes al oírla intercambiaban miradas alzando las cejas. Una vez que Mino estaba malísimo, el médico le recetó unas inyecciones y tía Herminia, exclamó: -¡Usted no quiere a mi’jito! –bueno, su hijito tenía 27 años. Casi se le muere esa vez.
El Presidente ayer, pidió perdón al pueblo yaqui. Muy bien. Los yaquis han sufrido mucho.
Antes de la llegada de los españoles ya estaban asentados a lo largo del río Yaqui, en Sonora; los mexicas ni sabían de su existencia (se hacían guajes). Cuando los alcanzó la conquista en 1533, las tropas españolas se enteraron de lo bravos que eran y mejor les sacaron la vuelta hasta la firma de un tratado de paz en 1610.
La evangelización a cargo de los jesuitas inició en 1617 y logró más que las armas: los yaquis aprendieron aparte de religión (muy a su modo), ganadería y el cultivo de trigo y legumbres; cuando la expulsión de los jesuitas de parte del Rey de España en 1767, los yaquis se desconcertaron, no les gustó y se rompió el tratado de paz.
No se metieron en la guerra de independencia de México porque a la fecha se consideran nación independiente (hasta bandera propia tienen), cosa que defendieron por las armas hasta 1900 que sufrieron una fuerte derrota frente al ejército federal, que fue cuando se puso de moda deportarlos a la península de Yucatán, como animales. Terrible episodio. Murieron como moscas y lejos de conseguir su desarraigo, más se les afirmó su identidad, su amor por su tierra y sus costumbres. Empezaron a regresar sus campos en 1910 y algunos mejor se pasaron a Arizona, donde les ha ido mejorcito que acá.
Le entraron a la Revolución y participaron muy en serio porque los enviados de Álvaro Obregón les dijeron que si ganaban les devolvían sus tierras. Ganaron y les pintaron un violín, lo que provocó alzamientos continuos.
La cosa cambió radicalmente para bien, con la llegada del presidente Lázaro Cárdenas, quien tan temprano como en 1937, reconoció como legítimas las autoridades tradicionales yaquis y el dominio sobre sus tierras y aguas; hacia el final de su periodo, el 30 de septiembre de 1940 fue emitida la “Resolución que titula definitivamente y precisa la ubicación de los terrenos que se restituyen a la Comunidad Indígena Yaqui, del Estado de Sonora”. No era poco, 489 mil hectáreas; y no fue todo, se les entregó maquinaria, aperos, semillas, bombas de agua, herramienta de mano, camiones, camionetas y mulas. Los yaquis conocieron una época de abundancia, multiplicaron casi 40 veces su producción agrícola.
Después de Cárdenas reinició el despojo de tierras yaqui de parte de “colonos”, otra vez hubo violencia y desde 1940 la cosa se agravó por la construcción de las presas de la Angostura y Oviachic, que les quitaron el agua. Muchos yaquis prefirieron emigrar rumbo a los EUA, otra vez.
Así siguieron las cosas, mal, tan mal que en tiempos de Zedillo, en 1997, otra vez hubo conflictos por límites y en 2004, don Fox, calificó la región yaqui como “foco rojo”, pero como los yaquis de ahora han ido aprendiendo, denunciaron a don Chente ante la ONU. Lero, lero.
Ahora en 2021, los yaquis sufren de nuevo por la indolencia y soberbia de nuestras autoridades federales. Contra sentencias judiciales se construyó y puso en operación el Acueducto Independencia que desvía 600 millones de metros cúbicos de agua del río Yaqui rumbo a la cuenca del río Sonora. Contra la ley. Y en mayo y junio de este año fueron asesinados dos defensores del agua yaqui: Tomás Rojo y Luis Urbano.
El presidente López Obrador fue a pedirles perdón; llevó de acompañante al hijo de don Lázaro Cárdenas, Cuauhtémoc, señor decente y de hablar pausado pero que no es tarugo de nadie. No fue para servir de florero ni de disfraz. Habló, habló clarito:
“Es indispensable señor Presidente antes que nada, cancelar el Acueducto Independencia (…). Estoy seguro que si el titular del Ejecutivo escuchara a las partes en conflicto, con su intervención se encontrarían soluciones a los conflictos existentes, lo que traería paz a los pueblos yaquis en la región sur del estado, con lo que esta rica zona entraría en una nueva etapa de progreso”. Si escuchara…
Aparte, don Cuauhtémoc pidió que se investiguen los asesinatos de Rojo y Urbano.
Cobra su justa dimensión lo dicho ayer por Cuauhtémoc Cárdenas, al recordar que el 6 de agosto del año pasado, el presidente López Obrador se reunió con representantes yaquis en Guaymas, Sonora y anunció un Plan de Justicia para reintegrar a los yaquis miles de hectáreas de las que fueron despojados y la renegociación de derechos para el aprovechamiento del agua en la cuenca del Río Yaqui. Ya pasó más de un año. Ayer les pidió perdón… pero no se resuelve nada todavía.
Tal vez no deben abrigar muchas esperanzas los yaquis. En el caso de la presa La Boquilla, en Chihuahua, donde también hay conflictos, en la mañanera del 11 de septiembre del año pasado, el Presidente dejó ver cómo entiende estos asuntos:
“Esto es lo que estamos enfrentando. Los dueños del agua. Ojalá y la gente tenga pues toda la información, que no se dejen manipular, porque lo que sucedió antier o el día del enfrentamiento y de la toma de la presa, que es una instalación federal, pues evidentemente tuvo que ver con un movimiento político y con un acarreo”. Y por si quedan dudas, también dijo:
“(…) el agua de conformidad con el artículo 27 de la Constitución es de todos, que es de la nación, y no se ha privatizado (…). Sin embargo, se han apoderado en varias regiones del país del agua, a través de asociaciones controladas por los agricultores más poderosos, con más influencias”.
Cuauhtémoc le pide que escuche pero el Presidente no escucha y ve todo como maniobreo político contra su gobierno, contra él. Pobrecito.

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