Ofendidos: La Feria

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Sr. López

Toda la familia materno-toluqueña sabía que tía Lucha portaba una cornamenta como de reno finlandés; ella no. Y que eran increíbles las mentiras que le decía el tío Max. Así, cayó como bomba la noticia de que tía Lucha le había pedido el divorcio, porque el tío le había confesado sus andanzas y ella alegaba: -¡Eso no!, decirme la verdad es faltarme al respeto -pues… visto así.
Abulencia, como es bien sabido, es sinónimo de mentira, engaño, argucia; y argucia es un argumento falso presentado con agudeza.
Pero no vamos a andar por ahí diciendo que tal o cual afirmación es una abulencia, porque pocos van a entender; y tampoco que es una argucia, porque no faltará el que crea que se ha dicho algo con “ingenio”.
Lo más directo es decir llanamente que algo es mentira, pero como los mexicanos tenemos muy delgada la piel, le propongo usar el término ‘falacia’, para decir que es una fullería, sin que se alborote el respetable.
Dicho lo cual, le planteo que la democracia es una falacia, necesaria sin duda, pero la democracia es de tan puros propósitos y altos ideales, que nos resulta imposible a los humanos, entre los que aparte de unos pocos eruditos y otros -más pocos-, inmaculados, no son raros los estúpidos (no lo ande contando, no se trata de agraviar a nadie), muchos los ignorantes, multitudes los indiferentes y hasta hay granujas y ladrones. Por eso es que en democracia, elecciones aparte, lo que más importa es que la ley se respete y aplique a todos por igual. Y con eso tenemos bastante. No es poco.
Esos granujas y ladrones se embozan como demócratas buscando el poder político para su beneficio personal, fortalecer su ego, superar sus complejos (justificados), y cobrar afrentas. Son precisamente los que con más ahínco y pasión, la predican como su principal virtud y aspiración: la democracia, el pueblo que manda, el gobernante que obedece, o como dice el ‘Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024’:
“Nos dotaremos de una democracia participativa para socializar el poder político e involucrar a la sociedad en las grandes decisiones nacionales. (…) Reivindicamos el principio de que el gobierno mande obedeciendo y queremos una sociedad que mandando se obedezca a sí misma”.
Lindo. Es una falacia.
Socializar el poder (y que el Congreso no le quite una coma a las iniciativas de Palacio); que el gobierno mande obedeciendo (y se continúan las obras del tren maya, en desacato a amparos, desdeñando comunidades y ecologistas, tirando millones de árboles y piloteando ríos subterráneos); que la sociedad se obedezca a sí misma (esto se queda sin ejemplo, no es mentira, hay que distinguir: es una tontería, eso sí).
Considere usted antes que todo, que eso de “nos dotaremos de una democracia participativa”, consiste en el engaño de proponer consultas ciudadanas para disfrazar decisiones arbitrarias, caprichosas y a contrapelo de que México es “una República representativa, democrática”, como manda el artículo 40 de la Constitución: representativa, no participativa ni mucho menos directa… pelillos a la mar, ni quién haya leído el plan ese de desarrollo, que no desarrolló nada (ni se hizo para eso).
La persona que busca el poder con torcida intención (o que se pudre una vez que lo consigue), por lo común es de esa ralea que dice que la moral es un árbol que da moras (¡cuánto ingenio!), y que ‘Democracia’ es una obra de teatro griego. Con falacias consiguen el poder, con falacias lo ejercen y con falacias creen pasar a la historia.
No es tema nuevo, las falacias han merecido la atención de enormes pensadores como Aristóteles (y santo Tomás de Aquino, por supuesto), pero es muy alto el riesgo de perderlo a usted como lector si nos metemos en los berenjenales de la Lógica, porque para esos señorones de la filosofía, las falacias eran algo que debía parecer válido, que eran silogismos retorcidos, falsos. Nuestro asunto es más simple:
Entre el herramental de esos embusteros, está la ‘falaccia ad hominem’, ese descalificar a la persona que se les opone, que es como decir que Einstein estaba equivocado porque no se bañaba (ni se peinaba), o que una noticia es falsa porque el periodista cobra mucho sueldo (por si le suena); también la ‘falaccia ad ignorantiam’, cuando se sostiene la verdad de algo porque no se puede probar que es falso (los ‘otros datos’); la ‘falaccia ad verecundiam’, la de autoridad, que afirma que algo es cierto por la autoridad del que lo dice (el cubrebocas no sirve porque López-Gatell no lo recomienda y López-Gatell es un sabio); por supuesto usan la ‘petitio principii’, la petición de principio, sostener algo como cierto desde la premisa: si nunca miento, siempre digo la verdad (no mentir, no robar, no traicionar… o, no somos de esos); y una de las favoritas de esos batracios de la política, es la ‘falaccia ad populum’: la gente no es tonta, si la mayoría de la gente bebe refrescos embotellados, los refrescos son buenos (‘el pueblo sabio’ nos eligió, tenemos la razón).
Ahora que el Falaz Mayor ya se va (en 89 días, ¡qué nervios!), sería una pésima noticia que lo sustituyera en esa función de constante engaño masivo, su sucesora. Y preocupa que doña Sheinbaum en aras de evitar confrontar a su mentor, dé síntomas de querer tomar esa estafeta. Ayer declaró en conferencia de prensa:
“No está actuando correctamente la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Está invadiendo facultades de otros poderes y no está vigilando la construcción de la paz y la seguridad en el País, liberando delincuentes”.
No, señora, eso es mentira. El Poder Judicial tiene la obligación de declarar que es inconstitucional emitir leyes contra lo que ordena la Constitución. El Poder Judicial está forzado a declarar inocente al que las fiscalías no le prueben que es culpable. Y el Poder Judicial no construye la paz, ni la seguridad, eso es asunto del Poder Ejecutivo.
No necesita mentir doña Sheinbaum, pruebe a decir la verdad, verá que aunque a veces incomoda, nosotros los del peladaje, no nos daremos por ofendidos.

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