Nuestro loco: La Feria

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Sr. López

Hace mucho le conté de la tía Guille (Guillermina), la de inmensa estatura y volumen, con voz de sargento, que tuvo doce hijos varones que no eran malos sino muy traviesos. Eran legendarias las broncas a sus críos y sus espeluznantes amenazas: -Te voy a despellejar a cuerazos… te voy a hervir las manos en aceite… vas a trapear la casa completa con la lengua… -son algunas que se pueden contar (era malhablada). Pero sus doce hijos sabían que era más buena que el pan y jamás pasó la cosa de un jalón de oreja y si acaso, una nalgada. En la familia decían: -La Guille no asusta una mosca –era cierto. Bendita tía.
Nicolás Maquiavelo, escribió entre 1512 y 1517 ‘Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio’ (‘Discursos sobre la primera década de Tito Livio’), que en el libro 3, capítulo 2, consigna: “a veces es una cosa muy sabia simular locura”. ¡Ah, el Nicolás!
Daniel Ellsberg, el que filtró los ‘Pentagon Papers’ (casi le cuesta presión perpetua), estudioso de las estrategias nucleares, escribió en 1959: “un líder de un país podría hacer amenazas más efectivas a otra nación si lo perciben como demente”.
Otro de doble cerebro, Herman Kahn, estratega militar y analista sobre las consecuencias de una guerra nuclear, en su obra de 1962, ‘Thinking About the Unthinkable’ (‘Pensando sobre lo impensable’), sostiene que para evitar que un adversario inicie una guerra atómica, es eficaz verse un poco loco.
Harry R. Haldeman (Bob Haldeman), quien fue jefe de gabinete de Richard Nixon, en 1978 publicó su libro ‘The Ends of Power’ (‘Los fines del poder’, traducción a marro por su texto servidor), donde cuenta que por ahí de agosto de 1969, Nixon estaba iracundo por la cerrazón del líder de Vietnam del Norte Hồ Chí Minh, cuyos representantes en las conversaciones de paz en París, no cedían nada de nada en sus condiciones para terminar la guerra, y que Nixon le dijo:
“La llamo la Teoría del Loco, Bob; quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para parar la guerra. Corramos el rumor de que, ‘por amor de Dios, conoces a Nixon, está obsesionado con el comunismo; no lo podemos reprimir cuando está furioso y tiene la mano en el botón nuclear’… y Hồ Chí Minh mismo, estará en París en dos días suplicando por la paz”.
Y corrieron la voz: ¡cuidado, Nixon está loco!; el secretario de Defensa, Melvin Laird, soltó “discretamente”, que no se podía saber qué era capaz de hacer Nixon. Kissinger ayudó diciendo “en privado” que Nixon era “inestable”. Luego, en octubre de ese 1969, se declaró “en secreto” la alerta general para la guerra y mandaron aviones de los que cargan armas nucleares, a volar tres días cerca (pero lejecitos), de la frontera de la URSS. Bueno, consiguió la paz.
Pero Nixon no es nuestro tema, sino su “teoría del loco”, que no es difícil haya aprendido de Maquiavelo porque no era un barbaján de los que aprenden historia en estampitas de papelería o en revistas de abarrote (del Oxxo, pues).

Los EUA, para terminar la Segunda Guerra Mundial imponiendo respetillo, echaron dos bombas a atómicas a Japón y borraron Hiroshima y Nagasaki. No era la teoría del loco, sino la real locura humana. Era posible. Se hizo.
Y comenzó la Guerra Fría. La URSS pronto contó con armamento nuclear. Los EUA y sus aliados europeos, crearon la OTAN como amenaza militar cierta a la URSS que respondió creando el Pacto de Varsovia; eran amenazas creíbles después esa guerra mundial, pero no pasó nada a pesar del bloqueo de Berlín (1948-1949), la guerra civil china (1946-1949), la guerra de Corea (1950-1953), la crisis de Suez (1956), la crisis de Berlín (1961), y la crisis de los misiles cubanos de 1962, que puso en alerta al planeta, pero el líder de la URSS, Nikita Kruschev, al ver que Kennedy estaba dispuesto a jugar a los bombazos, paró la cosa.
Una guerra nuclear es garantía de mutua destrucción y consecuencias mundiales irreparables por radiación, “invierno nuclear”, enfermedades masivas y nacimiento de generaciones de monstruos y deformes. Se solicitan voluntarios… no, no hay.
Más recientemente, el mundo recuerda el intercambio de amenazas e insultos entre el Trump y Kim Jong-un, el chocante gordito dictador de Corea del Norte (que tiene armas atómicas), y acabaron en pláticas amistosas, sin compromisos, pero sin achuchones; parecía inminente una guerra nuclear con dos locos enfrentados, pero nadie está tan loco. Ahora el problema del gordito es que el mundo le tenga miedo, que se tome en serio que está listo para reiniciar la guerra. Bueno, con su pan se lo coma. Pero si usa armas nucleares, su país desaparece de la faz de la Tierra, aunque llegue radiación a donde llegue… y Rusia no moverá un dedo, no por el gordito.
Disponen de armas atómicas los EUA, que las tiene en su territorio y en Italia, Alemania, Bélgica, Países Bajos y Turquía, para lo que se ofrezca; Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte.
Hay quien imagina que los Jefes de Estado tienen un botón rojo en su escritorio y otro en el buró de su recámara, que pueden apretar por accidente al poner la taza de café encima y desatar una conflagración nuclear. No es así y por loco que esté un Jefe de Estado no es su decisión personal desatar el Armagedón, la batalla del fin de los tiempos, y por más secretos que son los protocolos para usar esas armas, es bien sabido que es una decisión colectiva que puede detener cualquiera de esa línea de mando. Nadie pone en manos de una sola persona el destino del planeta.
La realidad es que las armas nucleares son las que han impedido guerras entre potencias desde 1945, no es poco. Pero esta verdad no vende periódicos ni ayuda al ‘raiting’. Bueno, está bien.
Por cierto, la alerta que lanzó antier el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, de que se ha “(…) elevado el riesgo de guerra nuclear a su nivel más alto en varias décadas”, es otra vez, la teoría del loco y en México eso no nos debe distraer, acá tenemos nuestro loco.

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