No son enchiladas: Ensalada de grillos

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CIRO CASTILLO

Leemos con preocupación las reacciones de la gente cuando se pone sobre “la mesa de los debates” el asunto de la inseguridad en México.

Las “redes sociales” se ponen color de hormiga. Estás con Dios o estás con el Diablo. La cosa no es así de simple. No se puede ser tan radical, pues también hay matices.

El primer trimestre de 2019 ha sido el más violento en la historia del país. Lo dicen los números. No hay manera de echarle leña a la hoguera. Son cifras, no hay más.

Para ser más específicos, es el trimestre más violento en México desde que se tiene registro sobre las cifras de homicidios.

De enero a marzo se contabilizaron 8 mil 737 homicidios dolosos en el país, lo que representa 8.9% más que en el mismo periodo de 2018, considerado el año más violento, indican datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Solamente en enero 2 mil 931 personas fueron asesinadas y Guanajuato sigue siendo el estado, digamos, más peligroso, por el número de homicidios.

No se trata de si Andrés Manuel López Obrador y el nuevo gobierno son los responsables.

Tampoco se trata de echarle toda la culpa a los que ya no están. El problema es todavía más profundo y debería ponernos a todos a reflexionar, aunque sea en nuestro entorno más cercano.

Culpar de lo que está sucediendo al tabasqueño que se tardó 18 años para alcanzar el poder sería un error, pues apenas lleva más de cuatro meses en el cargo y ni siquiera ha logrado aterrizar su proyecto de nación prometido.

Sin embargo, tampoco se puede echar toda la culpa al “cochinero” que dejaron, sino más bien aceptar que la realidad es la realidad y, a veces suele ser muy dolorosa.

Resolver la inseguridad en territorio mexicano en meses, en años o en un sexenio es una utopía. Son muchos factores los que confluyen en un problema que nos pone los pelos de punta.

Lo que se dejó de hacer durante décadas y durante sexenios, por supuesto que cuenta. Y cuando decimos lo que se dejó de hacer nos referimos a la parte gubernamental, pero también a lo que cada uno de nosotros dejó de hacer.

Extraer, a estas alturas, un cáncer como el narcotráfico, uno de los principales generadores de violencia requiere una tarea enorme y echarle tierra a unos y otros no sirve de mucho.

Más y mejores empleos, aplicar la ley pero en serio, combatir la corrupción, reactivar el campo, mejorar la educación y el acceso a la salud, son apenas algunos aspectos por lograr.

Sin embargo, ninguno podemos cerrar los ojos a que todo comienza en la familia. Si seguimos con la idea de estar siempre a la moda, de tener el mejor carro, los mejores zapatos, ropa de marca y comer en los mejores lugares, pero sin un esfuerzo laboral de por medio, entonces seguiremos siendo presa fácil de los “negocios” que garantizan dinero fácil.

LA DOLOROSA REALIDAD

En 2018 ocurrieron en México, de acuerdo a cifras no oficiales, 28 mil 816 homicidios, de los cuales 80 por ciento fueron ejecuciones.

Todos podríamos decir: ¡ah, pero son ejecuciones! En algo chueco seguramente andaban. Y sí quizá haya algo de razón, pero los números son números y no hacen diferencias.

Ahora bien, qué decir cuando entre esas cifras de ejecutados hay menores de edad y bebés.

En pleno Viernes Santo hubo una ejecución que sacudió a la opinión pública mexicana. En Minatitlán, Veracruz, fueron asesinadas 14 personas en una fiesta, entre ellos, un bebé de dos años.

¿Qué responsabilidad tenía ese pequeño de los pasos en los que andaban sus padres? Ninguna. Por eso no podemos dejar todo en buenos y malos, en estar con Dios o estar con el Diablo. El problema es aún más complejo. No son enchiladas…

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