Necesitamos una limpia: La Feria

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Sr. López

El primo Danielito, el de cociente de inteligencia de caracol de jardín, tenía el dedo meñique de la mano izquierda como de un centímetro de largo, con todo y uña. Un día dijo que quería aprender piano; tía Nena, su mamá, que todo le consentía, lo llevó a la Sala Chopin, donde un desconcertado maestro no encontró caritativa manera de explicarle que no hay pianistas de nueve dedos y varios años fue a clases cada tercer día y sus presentaciones de cada fin de curso, eran un espectáculo inhumano. Luego lo intentó con la guitarra y dejó su carrera musical cuando el impresentable primo Pepe le dijo que mejor probara con las maracas.
Es más fácil entrenar ciegos a jugar carambola que desentrañar la lógica y coherencia de los episodios nacionales. Quien recurre a la historia -oficial y la otra-, para conocer a México, obtiene un retrato hablado hecho por un bromista. Quien lee nuestra Constitución para percibir como somos, nos conocerá tanto como a los griegos leyendo su mitología. Y nuestra prensa, hace pensar en un caso de masiva personalidad múltiple.
Para empezar a no entendernos: en nada se parece un norteño a un sureño, ni en costumbres, dieta, modos, talla, hábitos ni creencias; ni un veracruzano a uno de Guerrero, ni un yucateco a un bajacaliforniano; hay una total inconexión entre nuestros indios (majadero usted que cree que es grosería) y el resto de la población.
Los amateurs de la mexicanidad piensan que somos un pueblo católico pero aparte de los cada vez más que tienen otra fe, entre los católicos hay quienes practican una religión castellana cerril, otros que viven campanudamente un catolicismo tropicalizado o que practican una rara adaptación de la cristiandad a las religiones indígenas (caso de estudio: los millones que cada año en la basílica de Guadalupe, veneran a Tonantzin sin mucha idea de quién es la mamá de Jesús).
Tal vez sea así en el resto del planeta, pues en muchos países conviven diversas etnias con las más dispares costumbres, aunque debe advertirse que en el sentido patrio y la aceptación general de las leyes que los gobiernan, sí coinciden esos que pueden ser tan distintos, consiguiendo el aglutinante de los países que aspiran a obtener objetivos comunes en beneficio si no de todos, sí de la inmensa mayoría.
Seamos sinceros, total, no sale de entre nosotros: no creemos en nuestra Constitución, ni en las de cada una de las 32 entidades; no creemos en nuestros legisladores, ni en nuestros jueces, cuantimenos en partidos políticos. No depositamos nuestra confianza en jerarcas religiosos, banqueros, patrones ni árbitros de futbol.
Nuestro único factor común es la desconfianza en todo lo oficial, sea el recibo del agua o la miscelánea fiscal. Tal vez sea por esto que gobernarnos sea tan difícil y que nuestros políticos -algunos- reciben trato de iluminados en el extranjero: no cualquiera arrea una manada en que van juntos borreguitos petacones, con leones, toros de lidia, serpientes venenosas, venados, garañones salvajes y ositos dormilones… no cualquiera.
Cuando revisa uno estudios sobre México y los mexicanos, con suerte se encuentra con la precisa descripción de una pieza suelta del rompecabezas nacional, pero la visión comprehensiva del conjunto es la fecha que no se conoce.
Tal vez sea así porque México es muchos Méxicos: el industrial y el del desempleo; el que se inunda y en el que no cae una gota de lluvia; el pujante México financiero y el de la mitad en pobreza; el del siempre olvidado sur profundo y el bajío saturado de inversiones; el de universitarios y el de analfabetas; el tuitero y el que aún usa la oficina de telégrafos que les inauguró Porfirio Díaz. El de tradiciones arraigadas y el que habla “espanglish”, vacaciona en Miami y ni muerto ve una película mexicana. Somos un país en el que coexisten el Halloween y el Día de Muertos, Santa Claus y los Reyes Magos, el clásico Chivas-América y el Super Bowl.
Nuestros gobernantes dicen que somos el país de las mil maravillas y que el mundo nos ve con envidia; se ufanan por sus programas sociales, los presumen y los quieren exportar; alardean de sus avances tecnológicos para fabricar respiradores y científicos para crear la inexistente vacuna Patria anticovid. ¿Sí?… bueno, mire:
Por comparar y para que duela: los EUA tienen más o menos el triple de población que México, pero nuestro Producto Interno Bruto anual -según Datos Macro de Expansión-, es veinte veces menor (más o menos 1 billón 40 mil millones de dólares, frente a los 20 billones 800 mil millones de los vecinos), y con el triple de población, los Estados Unidos gasta en educación 15 veces más que México; y esto de la capacidad económica y la educación tienen sus consecuencias, por ejemplo: en los Estados Unidos se solicitan unas 590 mil patentes al año, en tanto que nuestra plácida patria ronda las 16,400… el 2.77%. Feo.
Y según la encuesta 2017, realizada por el Conacyt y el Inegi, sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México, el 52% de los mexicanos confían más en los horóscopos que en la ciencia; arriba del 70% confían más en su fe religiosa que en la medicina y aceptan que si enferman recurren a la magia, los poderes psíquicos y las limpias (para los que se burlan de las estampas religiosas presidenciales contra el Covid-19… sabe lo que hace). Y para no escandalizarse por estas cosas, entérese: más del 16% de los tenochcas simplex piensa que la Tierra da la vuelta al Sol en un mes; y arriba del 34% que el sonido viaja más rápido que la luz. ¡Perfecto!
No parece que vayamos a corregir pronto el rumbo. Tenemos al frente del Conacyt, nuestra máxima instancia en desarrollo científico y tecnológico, a María Elena Álvarez Buylla, que promueve activamente nuestra “soberanía tecnológica” frente a lo que ella llama “ciencia neoliberal”, como si debiéramos desconfiar de las Leyes de Newton por ser británicas o de las matemáticas por su abierta influencia árabe.
Así no se puede… necesitamos una limpia.

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