Muertito: La Feria

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SR. LÓPEZ

Tía Chela (Graciela, del lado materno), aguantó más de lo aconsejable los celos de su esposo, tío Toño. La verdad es que tía Chela era muy simpática y buena persona, pero no ameritaba celarla (1.65 de estatura, de fondo y de ancho), lo que no atenuaba la vigilancia de su marido, como si fuera la Sofía Loren de Toluca… y molía de un hilo (sin exagerar: para tomar mesa en un restaurante esperaban hasta que hubiera libre una en la que ella quedara viendo a la pared, nomás). Mucho aguantó tía Chela hasta el día en que tío Toño le pidió jurara en la iglesia, ante el cura párroco y toda la familia, hijos incluidos (tres hombres y dos mujeres, ya adolescentes), que jamás lo había engañado y que jamás lo engañaría. Y la siempre condescendiente tía Chela, no se conformó con decirle que no, que nunca y de ninguna manera, sino que lo dejó airadísima y jamás volvió con él. El abuelo Armando, que hablaba poco y nunca para ventilar la garganta, comentó: -Tardó de más en ofenderse –pues sí.

El común saber no raramente es ignorancia común. Hay cosas que ‘la gente sabe’, cuando la verdad dura es que de esas cosas no sabe nada o muy poco y mal. Estas duras afirmaciones se matizan al definir el ‘saber’, como ‘conocimiento profundo de una ciencia o arte’ y para no dejar lo de ‘profundo’ al gusto de cada uno: ‘conocimiento adquirido mediante el estudio o la experiencia’.

Efectivamente: el común saber incluye creencias religiosas (que por respetables que sean, están todas colgadas de afirmaciones sin prueba); leyendas (a veces deformaciones bombásticas de la realidad; a veces fabulaciones sin más fundamento que los cuentos oídos); mentiras (caso de estudio: la historia de México); y convicciones generalmente aceptadas y jamás revisadas.

Dentro de estas últimas, en este nuestro risueño país que sabe reír y cantar chapaleando sangre, tenemos la que sostiene que el Presidente de México puede todo… y no, con la pena, pero no: el Titular del Ejecutivo, antes, podía casi todo y ogaño, mucho menos puede, pudiendo mucho.

Sí, en tiempos del pricámbrico clásico, el Presidente era casi omnipotente: podía hacer lo que le viniera en gana mientras no se confrontara con los factores reales del poder, que eran los sectores del PRI, los políticos fuertes que representaban realmente algo, el ejército, la iglesia y sí, no se sofoque: el capital doméstico (que pesaba menos que ahora, pero pesaba)… ¡ah! y los intereses de los EUA (pues aunque La Patria todo el tiempo le ponía jeta al tío Sam, por libidinoso, mano larga y abusivo que era -y es-, había que andarse con cuidado a la hora de definirse sobre asuntos como la injerencia de países de Europa y el Oriente en nuestra tierra o deslindarse de sus directrices en lo de la Guerra Fría, entre otras cosas).

En aquellos tiempos, si el Presidente de la república de turno pisaba los callos equivocados, le recordaban el pavoroso caso de don Plutarco Elías Calles, que de semidios tonante pasó a desterrado silente… y si Cárdenas pudo con Calles, cualquiera podía con cualquiera, que no había, hubo, ni habrá otros pantalones como los de don Plutarco… y ya ve.

Hay un asunto referido a la omnipotencia presidencial, en el que el tenochca simplex promedio, suele estar delirantemente equivocado: la sucesión presidencial. El ciudadano estándar de banqueta, cree que en tiempos del pricámbrico el Presidente decidía por sus puras gónadas quién sería el próximo Presidente… y no, fíjese que no. Parecía que sí, porque el Ejecutivo hacía lo que los pesos pesados del poder real querían que hiciera y esto, siempre y cuando no hubiera la posibilidad de que el renegrido vecino del Norte planteara objeciones (no le pedían permiso a la Casa Blanca pero se cuidaban de no seleccionar a nadie que fuera rechazado por Washington). No había posibilidad de que el Presidente le jugara una bola rápida al sistema político imperante y cuando uno lo intentó (Salinas de Gortari), ya ve usted como se resolvió (Colosio en Lomas Taurinas).

Peor ahora, pues las candidaturas a la presidencia ya no tienen nada que ver con los usos aceptados en aquellos no tan lejanos años. Fox rompió moldes; López Obrador, los evaporó.

Dicho todo lo anterior, debemos aceptar sin remilgos que hay cosas que no siendo reales, adquieren ese carácter en la práctica, por ser de todos aceptadas. Una, clásica, es la no reelección presidencial bajo ninguna excepción. Y por equivocado que sea o pueda ser, es así: la no reelección es asunto zanjado. Eso es intocable.

Sin embargo, siempre hay un recelo latente sobre la materia. Se dijo mucho en su momento, que Salinas de Gortari andaba inquieto con el tema, que sondeó el parecer de unos cuantos gallones; que estaba usando, masivamente, publicidad ‘subliminal’; que don Fidel Velázquez en persona le dijo que ni soñando. Y también, que Colosio y los que siguieran a él, todos del ‘grupo compacto’ salinista, pavimentarían su regreso al poder presidencial. Lo más probable es que no fuera cierto nada, pero todos sabemos que nombró como candidato del tricolor a Colosio, imponiéndose a todos, y todos sabemos cómo terminó eso: en tragedia.

Ayer, nuestro Presidente firmó ante notario público el compromiso de No Reelección, diciendo: “Soy Maderista y creo en el sufragio efectivo, no reelección. Y por eso voy a durar el tiempo que el pueblo quiera. No me voy a aferrar a la Presidencia”.

¿El tiempo que el pueblo quiera, señor Presidente?… la ciudadanía emitió su mandato: cinco años diez meses. Usted ya lo juró solemnemente ante el Congreso. No hace falta ratificar eso… ni la no reelección.

En cambio, lo que sí se agradecería es que se pusiera muy severo con su secretaria de Gobernación, Olga Sánchez, pues si es cierta la afirmación del presidente nacional del PAN, Marko Cortés, de que a principios de año le propuso prolongar el mandato del siguiente Gobernador de Baja California, estamos ante algo muy grave, y si es calumnia, también. No está el país para que en temas tan gordos nade de muertito.

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